5 de septiembre del 2023
Amy Bell
La cosa más molesta a la que me enfrento todos los días: El maldito despertador.
Definitivamente me odio por haber escogido un tono tan molesto, pero odio más a Luca por haberlo golpeado con un estúpido bate haciendo que ahora el tono suene distorsionado y horrible. Y la única razón por la cual no he cambiado el horrible sonido, es porque de esa forma no tardo en despertar.
Como cada mañana, el molesto sonido comienza a las seis y cuarenta y cinco, ni un minuto más ni menos. Oprimo el botón, que hace que el despertador se calle, con una mano, mientras que con la otra me froto uno de mis ojos. Cuando estoy segura de que la luz del sol que entra por la ventana no me molestará más, tomo mi celular y lo enciendo.
Lo primero que llama mi atención es la fecha del día. Hoy es mi cumpleaños.
Extrañamente se siente como cualquier otro día, últimamente todos mis días se sienten igual que el anterior. Había creído, ingenuamente, que el día que cumpliera diecisiete se sentiría, de alguna forma mística, un poco más llevadero que los días anteriores.
Hasta ayer tenía cuarenta y cinco mensajes desde hacía más de una semana, tiempo que llevo sin abrir la aplicación de mensajes de mi celular. Esta mañana, para mi sorpresa, la cifra ha aumentado a sesenta.
Puedo intuir que la mayoría son de compañeros de la escuela o de parientes lejanos deseándome un feliz cumpleaños. Y puede que lo más educado sería responderlos, pero es que últimamente ni siquiera quiero revisar los mensajes que recibo.
Vuelvo a colocar el celular en la mesita de noche y fijo mi atención en el techo de mi habitación. Es de color rosa pálido y se encuentra cubierto de pequeños dibujos de planetas deformes y coloridos.
Saturno es el dibujo más grande. Cuando teníamos doce años, Noah me dijo que yo era como saturno. El segundo más colorido es Júpiter, Noah es Júpiter. Después están otros planetas más pequeños, algunos ni siquiera pertenecen al nuestro sistema solar, pero representan a nuestros amigos.
Noah me los dibujó cuando estábamos en primer año.
Mi habitación se encuentra apenas iluminada por los tenues rayos del sol que se filtran por la ventana, y si bien es un martes, la casa se encuentra en particular silencio.
A las siete en punto, ya me encuentro apartando las sábanas revueltas de encima de mí, después salgo al desértico pasillo y me adentro al baño para tomar una ducha.
Quince minutos después, ya estoy envuelta en una toalla mientras abro las puertas de mi closet y decido que ponerme.
Revisé el pronóstico del clima ayer por la noche. Como era de esperarse, hará un calor de mierda todo el día. Tomo unos shorts de mezclilla blancos y un top rojo con tirantes. Una vez que me veo en el espejo de la pared, y que me gusta el resultado, me coloco unas botas negras de cintas y me cepillo el cabello medio húmedo, normalmente lo uso suelto, pero no quiero que me incomode cuando comience a hacer calor, así que me hago una coleta.
Finalmente, me coloco protector solar en los brazos, piernas y en la cara. Me maquillaría, pero me incomoda sudar cuando traigo maquillaje encima, solo me coloco una tinta de labios y un poco de corrector de ojeras para ocultar las semanas de insomnio que he tenido.
Me veo por última vez en el espejo, luego tomo mi mochila de la esquina de mi habitación y después bajo a la cocina de mí casa.
Se que mis padres no me felicitarán, harán de cuenta que se les ha olvidado, luego cuando sea mi fiesta sorpresa me pedirán disculpas por no haberme deseado un feliz cumpleaños.
Hacen eso de las fiestas sorpresa cada año desde que nacimos, supongo que para ellos es importante.
Casi quiero reírme por lo tierno que es eso, pero me reprimo la risa una vez que entro en la cocina. Mi padre está leyendo el periódico, lo sostiene frente a su cara lo que me impide verlo directamente, sé que está nervioso debido al movimiento que hace su pie contra el piso.
Luca come sus cereales con la vista fija en el plato, y mi madre está de espaldas a mí ya que cocina algo mientras tararea una canción. Este cuadro me recibe todos los días, sin embargo, sé que este día es diferente.
Mis padres son relativamente jóvenes, ni siquiera han alcanzado los cuarenta años. Mi madre es un poco más alta que yo, tiene el cabello igual de negro que el mío y la piel es un poco menos clara que la mía, sus ojos son del mismo tono que los de Luca. En cambio, mi padre, es todavía más alto que mi madre y yo, su cabello no es tan oscuro como el mío y tiene los ojos exactamente iguales a los míos.
—Buenos días —aviso con el tono más normal que puedo mientras lucho para que la risa no se me escape. Dejo caer la mochila en el piso y me acerco para darles un beso en la mejilla a cada uno de mis padres, como lo hago siempre, y después de revolver un poco los cabellos castaños de Luca, tomo mi lugar en la pequeña mesa.
—Buenos días, cariño —me saluda mi madre con un tono medio nervioso queriendo parecer desinteresada — ¿Qué tal amaneciste?
—Muy bien —respondo, para variar, evito decir que apenas si dormí. Mi madre me dedica una sonrisa radiante y luego pone un plato con pequeños pancakes en él.
— ¿Cómo va la campaña? —me pregunta papá, al igual que con mi madre, puedo notar que está luchando por no parecer nervioso.
—Esta semana comienzo a formar mi equipo de campaña —le respondo al mismo tiempo que empiezo a comer, últimamente no les hablo mucho de la campaña —. Apenas tengo algunas personas en mente, pero todo pinta bien.