La Pérdida de la Divinidad
La ascensión de Daemon Kahn al poder trajo graves consecuencias a la Neotierra debido a la fuerte división entre los reinos que lo seguían y aquellos que se oponían por considerarlo una seria amenaza para la humanidad, y es que tenían razón estos últimos, porque Daemon Kahn era un ser sin escrúpulos fuertemente apoyado por elites planetarias que deseaban terminar el plan del Nuevo Orden, y además, de contar con la cobija del dios de la guerra Ares, quien a su vez tramaba una oscura estrategia para romper el pacto firmado en la cima del universo ante Xeron y el resto de los dioses.
Todo lo anterior era observado por el Reino del Cielo, quienes sabían del padecimiento que sufrían los humanos y que en algunos seres celestiales sentían alguna especie de deuda con el reino de los mortales al no haber intervenido en los tiempos de la guerra de los dioses por el control de la Neotierra. Uno de esos seres que atisbaba todo aquello desde las alturas del cielo y que su intranquilidad lo llevó a quejarse ante Dios era el poderoso Vehuiah, el jefe de la orden de los Serafines.
—Oh, señor todopoderoso, necesito saber qué medidas tomará el Reino del Cielo para poder frenar esta ola de violencia que sacude a la Neotierra desde la aparición de Daemon Kahn. Como jefe de los Serafines, requiero vuestro permiso para hacer algo al respecto.
—Vehuiah, no te apresures tanto en intervenir en los problemas de los mortales, el día del juicio llegará pronto y cada cual de los humanos responderá por sus pecados. Ellos no deben perder su fe en mí, y si está ocurriendo todo aquello en la Neotierra, es porque es un castigo impuesto por el destino a los humanos que se arrodillaron ante dioses paganos en lugar de su Dios creador. Miguel ya me pidió interceder con anterioridad, y lo hice enviando a Xeron a la Neotierra.
—Hay mucha gente inocente en el planeta que no entiende esa clase de problemas y que aun así es víctima de las injusticias, por favor, Dios padre, requiero que me autorice a detener esta seguidilla de violencia que ha impuesto el Kahn y sus secuaces. Xeron no puede intervenir por el pacto firmado, ya que no hay un dios involucrado directamente, pero estoy seguro de que alguien de las antiguas divinidades está detrás de todo esto. Es imposible que haya sido Lucifer, pues él ya no tiene influencia desde el sacrificio del cordero.
—Ya sabes que no puedes intervenir en el reino de los mortales hasta el juicio final. Desobedecer mis reglas implica un duro castigo —respondió Dios.
—¿Aun cuando ello signifique el calvario humano? —insistió Vehuiah.
—A los humanos los hice para que sufrieran, si quieren vivir de la felicidad deben conocer la tristeza y ser dignos de la plenitud absoluta; pero mientras exista el pecado, tendrán que seguir padeciendo enfermedades, tiranía, muerte, destrucción y hambre. Yo soy su único y verdadero Dios, su sufrimiento los hará llegar hasta aquí y me pedirán que los salve. Recién ahí impondré orden al caos y llevaré luz a la oscuridad. Tu labor como Serafín al igual que el resto de la orden angelical, es obedecer mis órdenes, de lo contrario, terminarán sus días al igual que el ingenuo de Lucifer.
La respuesta de Dios no dejó satisfecho a Vehuiah, quien antes de responder meditó mucho lo que iba a decir y las consecuencias que ello traería, por ello después de un breve silencio reflexivo, hizo la siguiente pero decisiva pregunta:
—¿Y si sacrifico mi inmortalidad a cambio de que me dejes entrar a la Neotierra y así ayudar a los humanos? —planteó Vehuiah.
—Ja, ja, ja, ja, ja —rio sarcásticamente Dios—. ¿Pero qué cosas dices? No entiendo por qué un ser tan poderoso como tú habría de sacrificar su inmortalidad por seres tan insignificantes como los humanos ¿Estás seguro lo que estás diciendo? Criticaste a Metatrón ¿Y ahora quieres seguir su camino?
—Por supuesto que sí, estoy dispuesto a entregar mi inmortalidad por los humanos, aunque tenga que vivir una vida errante como la de Metatrón, pero al menos tendré la conciencia tranquila de que algo hice por aquellos que levantan sus brazos al cielo clamando ayuda.
—Te tengo mucho aprecio, Vehuiah. Al menos eres un ser que inclina su cabeza ante su Dios antes de tomar una decisión. Eres tan valioso como Miguel, Rafael, Gabriel o cualquier otro ángel y muy diferente comparado a ese arrogante de Lucifer y ese terco de Metatrón. ¿Sabes qué? Irás a la Neotierra como un ser humano, pero tu ser divino dormirá hasta que abandones tu existencia humana. Tendrás vida eterna más no inmortal, y poseerás poderes solo un poco inferiores a los que ya tienes, ya que perderás parte de tu divinidad al entrar al reino de los mortales, pero serás superior a ellos, es decir, vivirás como un semidiós.
Vehuiah agradeció el gesto de su creador, aunque no deja de entristecerse al ver como Dios menosprecia a la humanidad, por ello en su mente comenzó a cuestionar si acaso Lucifer estaba acertado en rebelarse contra Dios y si el verdadero ser malvado era su propio señor.
Cuando se dirigía hacia los límites del Reino del Cielo, Vehuiah aprovechó de despedirse de todos sus leales Serafines y también de Miguel, Rafael y Gabriel quienes aparecieron para realizar un último saludo a su antiguo compañero celestial. Las palabras no fueron tristes, pero sí de mucha esperanza porque sabían que volverán a encontrarse.
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Editado: 19.03.2024