Love at war

1. Last ring

Siento sus uñas querer arañarme, deslizándose por mi camisa desabotonada hasta encontrar la piel expuesta de mi cuello cada vez que la embisto con fuerza. Dakota está gimiendo, halando de mi cabello mientras yo me pierdo completamente en la calidez de su interior. Esta húmeda y ambos estamos sudados, acalorados, teniendo el último encuentro del último año de preparatoria.

Nos escapamos antes de que los profesores nos enviaran a la cancha de la institución y nos escondimos en este auditorio vacío en el que alguna vez vimos clases. Ahora mismo mis compañeros deben estar rayando sus camisas para tenerlas de recuerdo, como cierre de un nivel más. Llevaré mucho más que eso porque las pocas firmas que quería, ya las tengo y estoy obteniendo algo que no me esperaba.

Encuentro su boca en un beso voraz y exigente, que incluso a mí me arranca un jadeo. Ella tira de mi labio inferior hasta hacerme saborear el metálico sabor de mi propia sangre. Me ha roto el labio y por el momento no pienso quejarme porque no duele, me duele más esa parte de mí que palpita dentro de ella.

Mis dedos pellizcan la cima de su pecho ocasionando que gima gustosa en mi boca. Beso su mejilla sin dejar de mover mis dedos, hasta llegar a su cuello donde chupo, muerdo y lamo su tercia piel blanquecina.

Quedaré arañado, con el labio partido y sangrando, pero ella también tendrá recuerdos míos cuando se mire al espejo, cuando le miren el cuello lleno de chupones. Ni hablar de su extraño caminar cuando nos separemos al cruzar la puerta.

—Uhm...no voy a aguantar much... ah —se interrumpe a sí misma con un gritillo que se camufla en el sonido que produce la campana.

Suena por unos largos minutos en honor a los que nos graduaremos. Eso algunos lo llaman: el último timbre.

—Un poco más —le pido, jadeante, prendiéndome del lóbulo de su oreja, sintiendo el calor que desprenden nuestros cuerpos juntos.

Sus manos se tensan en mis hombros haciéndome sentir sus no tan cortas uñas, sus piernas alrededor de mi cintura cuando incremento la velocidad llevando mi mano a su centro. Resisto las ganas cerrar los ojos ante las increíbles sensaciones que me causan las contracciones de sus paredes. hostia. Me niego a perder sus ojos, perderme sus expresiones de placer cada que entro y salgo.

—Gregory…

Está apunto, estoy apunto, pero quiero hacerla desearlo con más ahínco, dejarla suspendida en el borde del abismo para luego dejarla caer.

Pero ella tiene sus propios planes.

Inicia una tortura balanceando sus caderas contra las mías como puede cada vez que entro, haciéndome maldecir y soltar obscenidades por lo bajo, en pequeños murmullos poco entendibles hasta para mí mismo.

—Yo sola no voy a bajar al infierno —me advierte con la voz ahogada, rosando mis labios con los suyos, apretando mi cuello con sus manos.

La beso agresivamente, desapareciendo su gesto tierno. Mi mano deja de jugar con su clítoris y campaña sus débiles movimientos, ejerciendo presión en sus caderas cada vez que colisionamos, haciendo que acabemos a la par, en una sincronía perfecta que me deja aturdido.

El sudor nos recorre, la respiración nos falta cuando nos detenemos. Retiro mis manos de su cuerpo para apoyarme unos instantes en el escritorio, inhalando y exhalando un par de veces para recuperar el aliento.

—Tan malvado eres... —murmura agitada.

Me retiro de su interior soltando una bocanada de aire, eso estuvo más intenso que en otras ocasiones. Aparto el sudor de mi frente y procedo a encargarme del desastre que ahora soy. Me deshago del condón haciéndole un nudo y lo arrojo al cesto de la basura que está a un lado del escritorio. Me limpio con uno de los pañuelos que me pasa y me acomodo los pantalones adecuadamente, dándole una mirada

—Estas hecha un desastre —abotonándome los botones de la camisa.

Dakota tiene el cabello pegado a la frente por el sudor, las mejillas sonrojadas y la falda de cuadros que lleva, apenas la está acomodando en su lugar.

—Tuviste mucho que ver en este desastre —me recuerda bajando del escritorio para buscar el resto de su ropa.

Su pelo negro parece un nido de pájaros y sus labios están rojos e hinchados. Sus pechos tienen marcas de mis dedos, y apenas puedo ver alguno que otro chupón oculto gracias a su cabello.

—Por tus delirios sexuales ahora necesitaré maquillaje —se queja subiéndose las bragas hasta dejarlas en su lugar.

Mis ojos siguen ese movimiento, con descaro. No tendría que hacer eso si se las hubiese roto, pero decidí ser considerado.

—Tú me rompiste el labio —acuso en un tono burlón. Por más que intento sonar enojado, no lo consigo y termino sonriendo.

Me acribilla con los ojos, pero luego evita mi mirada ocultando una sonrisa. Se aparta el cabello de su espalda para intentar ponerse el brasier, sin lograrlo abrocharlo.

Se exaspera.

—No solo mires —me gruñe —. Así como eres tan bueno quitándome la ropa, ayúdame a ponérmela.

Ruedo los ojos, divertido y termino por acercarme para que podamos salir rápido. Le ayudo abrocharlo en su debido lugar y me relamo los labios, frunciéndolos cuando siento el leve ardor en la rotura que me hizo. El ver los chupones asomar en su cuello me devuelve la sonrisa, tendrá que ponerse más de una capa de maquillaje si quiere cubrirlos.

Después de todo, ambos salimos un poco jodidos.

Me siento un momento en el escritorio profanado para esperarla, tomando un poco de agua sin quitarle los ojos de encima. Apenas termina de meterse la camisa en la falda, me arrebata el embace de agua mirándome fijamente a los ojos cuando se lo empina.

Kota es pequeña, menuda de pechos y trasero, de ojos grandes y cabello negro, liso. Tiene labios finos, rasgos aniñados y una personalidad casi envidiable. Está llena de energía, disfruta lo que hace y lo mejor es que después de todo lo que ha ocurrido entre nosotros no se ha puesto distante, sigue siendo la misma y eso me gusta mucho.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.