Un suspiro cansado salió de mis labios cuando me dejé caer en el respaldo de mi asiento. El profesor recién había abandonado el salón, y con eso, se daba fin a la estresante época de exámenes. Escaneé el salón rápidamente con la mirada, observando a los pocos compañeros que todavía permanecían en el salón; sus caras cansadas y ojeras casi tatuadas en sus rostro eran idénticas a la mia. Ninguno de esos ojos me devolvió la mirada, lo cual, después de semanas en medio de una tormenta, era algo que agradecía. Los exámenes acabaron con todos, ¿eh?, pensé.
—Mayu —sentí que alguien me llamaba, una voz conocida y cansada. Ayumu se sentó pesadamente a mi lado dejando caer la mochila mientras Kenta tomaba el otro asiento.
—Buen trabajo —dije casi en tono de coro, a lo que mis amigos me replicaron. No recordaba hace cuanto tiempo hacíamos este cántico, una especie de tradición “oficial” para despedir la tediosa época de exámenes. ¿Tal vez desde secundaria baja? Era algo difícil de recordar. Nos conocíamos prácticamente desde que dejamos los pañales.
A la par de que el salón se vaciaba, sentía la pesada mirada de las personas que quedaban y se percataban de mi presencia. Es más obvio si no hay tanta gente, ¿saben? Mis amigos parecían esforzarse por respirar y tratando de descansar sus agotadas mentes, así que decidí solo callar y aguantar un par de minutos más. Ya suficiente tuvieron que lidiar conmigo estas semanas. Kenta soltó un largo suspiro.
—Solo quiero comer pollo frito, tomar cerveza y morirme.
Ayumu emitió un gruñido en señal de aprobación, y yo concordé con todo a excepción de la cerveza. No estaba de ánimo, justo como durante las últimas semanas.
Finalmente logramos tomar las fuerzas suficientes como para empezar a movernos. Siempre supe que la universidad era mucho más complicada que la secundaria, pero de saber que era tan tortuosa hubiera jugado más videojuegos o leído más manga en vez de perder tiempo en las actividades extraescolares. Tenía ganas de reírme o darle un puñetazo —o ambas— a los profesores y adultos que se rieron por mi elección de carrera en el ultimo año diciendo que me iba a morir de hambre o que era algo “de vagos”. No, definitivamente diseño gráfico merecía el mismo respeto que cualquier otra carrera universitaria. Sobre todo en el tema monetario, agregué mentalmente. Me había esforzado lo suficiente para obtener beca completa en la Universidad T, una de las más prestigiosas y con mejores conexiones en el medio, pero eso me valió —y sigue valiendo— sangre y sudor mantenerla. Y notas altas, muy altas. Inmediatamente, luego de pensar en la beca, mi pecho se hundió. No estaba segura de haber dado mi mejor esfuerzo en estos exámenes. Quizás llegue a lo mínimo para seguir manteniéndola o tenga que esforzarme el doble en la siguiente instancia. No quería ni imaginar si mis padres se enteraran de esto. Ugh, necesito, y a la vez no, un trago.
Entre sombríos pensamientos y conversaciones quejándonos de nuestros respectivos profesores, abandonamos el campus en dirección al subterraneo. La ciudad de Tokio nunca dormía y se notaba que, al igual que en nuestra universidad, en las otras ya le habían aflojado la correa al alumnado. Si bien solo era la tarde, sabía que lentamente los bares y restaurantes comenzarían a llenarse de estudiantes y oficinistas que buscaban refugio un viernes en la noche.
—Kudou me mandó un mensaje —comentó Kenta mientras caminábamos por las atestadas calles—. Está en el Izakaya* de Ikeburo y pregunta si vamos a ir… —su voz lentamente se fue apagando hasta desaparecer, y entendí perfectamente por qué. Él está en el mismo grupo de estudio que Kudou, y seguramente iba a estar ahi.
—Yo tengo demasiado sueño como para poder seguir viviendo, así que me iré temprano —dije rápidamente. El cabello corto y negro de Ayumu enmarcó su rostro cuando hizo un puchero. Antes de que pudiera replicar, me adelanté—. Además saben que mi hígado ya me resintió demasiado el alcohol el otro día. ¡Vayan y nos vemos mañana!
Antes de que pudieran replicar, me despedí encaminándome a las escaleras del subterraneo. Me sentí fatal cuando estuvieron conmigo esas fatídicas semanas de septiembre y no quería que perdieran más amistades por mi. Que yo sea un desastre a nivel social ahora no significa que deba arrastrar a mis amigos.
Mientras esperaba el transporte, conecté mis auriculares y busqué las canciones más ruidosas que pude encontrar en mi lista de reproducción. Solo tenía unas pocas estaciones de distancia y lo último que necesitaba ahora era quedarme dormida y pasarme un pueblo, otra vez. Luego de abordar, resistí en la tentación de revisar mi móvil más allá de la aplicación de música. Hacía unas semanas, mientras estaba en la cama doblandome de agonía por la fiebre y el dolor de cabeza, Ayumu había tomado la decisión —bajo mi consentimiento semi-consciente por los delirios de la enfermedad— de borrar todas mis aplicaciones de redes sociales y congelar un tiempo mis cuentas. Los mensajes no habían dejado de lloverme hacía unas semanas y entre toda la mierda que pasó, lo último que necesitaba era que las personas quisieran saber mi versión de la historia y chisme completo disfrazados de buenas intenciones y mensajes de “recupérate”.
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Editado: 02.11.2019