Corté la llamada antes de que Catra notara que estaba llorando, aunque creo que fue demasiado tarde.
Me recosté en la cama, esperando que las lágrimas y las preocupaciones desaparezcan. Tapé mi rostro con mis brazos y sólo recordé lo que había sucedido anoche y hoy.
Catra se fue a pasar la noche al departamento vecino otra vez, supongo que son buenas amigas.
Comencé a preparar la cena para mi, Entrapta y Lonnie, quien vino porque quería hablar conmigo sobre algo.
En la cena, Lonnie hablaba sobre cosas triviales. Preguntaba cómo habíamos estado, cómo iban nuestros estudios, si Entrapta trabajaba en algo nuevo y demás. Al finalizar, me ayudó a levantar la mesa y a lavar y secar los platos, quise retractarme, pero insistió.
Entrapta se fue a seguir con su proyecto a la habitación de Catra y es ahí donde todo comenzó en verdad.
—¿Scorpia?—. La miré, respondiendo con un sonido de afirmación, indicándole que siga—. ¿Recuerdas la vez que estábamos jugando todos juntos en el patio y vino ese grandulón a pelearnos?—. Asentí, algo confundida de adónde llevaba esta conversación—. Te viste tan genial cuando nos defendiste, parecías verdaderamente enojada—. Reí recordando cómo le había amenazado con tener pinzas en la mano y pinchar su cuerpo hasta que muera, si no nos dejaba en paz.
—Sí, fue gracioso verlo salir corriendo todo asustado—. Ambas reímos. Habíamos tenido mucha infancia juntas al compartir amistad con Catra, pero luego la chiquitina se unió más a Trapta y a mí y el trío se unió más entre ellos, aunque siguen siendo amigos, supongo que no tanto como antes, pero es comprensible.
Nuestra charla siguió su rumbo en recuerdos de la infancia que teníamos, incluso algunos de cuando éramos muy pequeñas, en los que Catra todavía no hacía aparición en nuestras vidas. Veníamos bastante bien hasta que...
—¿Sabes, Scorpia?
—Dime.
—Me gusta alguien—. Mi corazón dio un brinco de la sorpresa.
—Oh, pues... Bien por ti, Lonnie—. Respondí con una sonrisa honesta. Seguí lavando los últimos utensilios que quedaban.
—¿Y a ti? ¿Te gusta alguien?—. Su bella risa resonó en mi memoria. Sonreí risueña en respuesta.
—Sí. Alguien muy especial—. La conversación daba indicios de haber terminado allí, pero minutos después prosiguió.
—¿Cuántas posibilidades tengo de que aceptes venir de viaje conmigo unos días?—. Se me resbaló el plato de las manos. Gracias a Dios, luego de manotazos aquí y allá, lo pude sostener en el aire, previniendo que se rompa.
—Ehh... Depende de muchas circunstancias Lonnie. Suena muy divertido, para serte honesta. Seguro Catra se enojará por irme sin avisar y no quiero dejar a Entrapta sola aquí, ¿sabes? Aunque sea una adulta, su cabeza sólo está en sus experimentos y puede llevar días sin comer y dormir si no estoy aquí, y tambié-
—Serán solo dos días. Lo prometo. Sólo dos—. La miré, considerando el plan—. Nos iremos mañana a la madrugada y regresaremos pasado por la noche. ¿Qué te parece?
—Me parece que no me gusta la idea de perder clases...—. Menos luego de haberme matado para ingresar a esta universidad.
—Puedes pedirle los apuntes a una de tus compañeras, o incluso puedes pedirle que te grabe la clase si no te fías de los otros—. Volví a considerar el plan.
—Está bien—dije, sin pensar mucho más al respecto. Después de todo, son sólo dos días, ¿Qué tanto podría pasar?
Que equivocada estaba. Apenas bajamos del avión en Los Ángeles, la emoción me comió la cabeza. Estuvimos recorriendo lugares, escenarios, el observatorio de Grifith... Fue tan cegadora la diversión que me había olvidado por completo de avisarle a Catra sobre mi partida. Luego de una divertida tarde en Disneyland, Lonnie me hizo una pregunta repentina.
—¿Quién es?—. La miré confundida. Miré a mi alrededor pensando que señalaba a algún conocido que no recordaba del todo. Ya saben, el típico: te conozco, sé que te conozco, pero no sé de dónde ni quién eres—. La persona que te gusta. ¿Quién es?—. Ahora la pregunta tenía más sentido.
Espera. ¡¿Qué?!
—Yo, uhm... p-pues...—. No puedo responder eso. Lo admitiría. Aunque, creo que ya lo admití. Su risa volvió a hacer eco en mi cabeza. Admitirlo frente a alguien, en voz alta, cambiaría todo. Cambiaría mi forma de verla feliz, cambiaría mi manera de pensar día a día, cambiaría mis motivos para hacer algunas cosas que-
—¿Es un hombre o una mujer?—preguntó, acompañado de un bufido en señal de resignación. Miraba mi helado derretirse lentamente ante el caído sol del atardecer.
—Es una mujer—. Sus ojos se iluminaron levemente.
—¿La conoces hace mucho?
—Desde que éramos pequeñas—. Comencé a responder de manera monótona, mi helado se veía muy interesante. Sólo buscaba motivos para no seguir pensando en las horribles formas de acogotar a un deportista que mide casi lo mismo que yo.
—¿Qué tan pequeñas?—. ¿Qué tan pequeñas éramos? Cuando nos conocimos ambas rondábamos los 6 o 7 años..
—En primer grado—. Ya lo había admitido. Hace mucho tiempo. Sólo lo mantenía escondido, bien olvidado adentro. Aunque, si ves a esa persona todos los días, sonriéndote, agradeciéndote por las molestias de haber preparado la comida para todos, durmiendo en tu casa, bañándose en tu casa, viviendo en tu casa, es difícil. Muy difícil. Hasta llega a parecer que, mientras más cerca esté de ti, más lejos se siente.
La mirada esperanzada de Lonnie se apagó completamente. Sus ojos dejaron ese brillito de emoción atrás para expresar una temprana tristeza, la cual seguro derramaría en su almohada horas mas tarde.
—Me gustas, Scorpia—. Levanté mi miedosa mirada para cruzarme con esos tristes ojos, acompañados de una triste sonrisa. Tenía miedo. No quería desearle este sentimiento a nadie, pero sabía perfectamente que no sería la única no correspondida.