Llegué a tiempo al café. 15 minutos habían sido justos y suficientes para llegar a tiempo. Sonreí, orgullosa de mis cálculos, y entré, dispuesta a comenzar con mi trabajo.
—Querida, que bueno que viniste. No tenía a quien dejarle el lugar, ahora que Perfuma debía ir a su pueblo natal para ayudar a su padre con algunas cosas. Casi me da un infarto... Gracias por venir, aunque tengas clases—me atacó mi jefa, Cataspella, apenas puse un pie dentro del local, por la puerta trasera.
—No hay problema, jefa. No se preocupe que yo podré manejar todo hasta que llegue Spinerella a ayudarme.
—¿No te dijo Perfuma?—. Comencé a preocuparme. ¿Acaso iba a estar toda la tarde aquí, sola?
—No menciono nada más que su turno... ¿Pasó algo?
—Ninguna podía cubrir el turno porque ninguna podía venir hoy. Yo tengo una reunión con el dueño del lugar, para hablar sobre los gastos del alquiler, así que no voy avenir hsata que sea la hora del cierre.
—Pero, señora, como mínimo necesito dos personas que trabajen conmigo. Alguien de mesera y alguien que cocine...
—Sobre eso, contratamos a una nueva persona... Aunque creo que necesitarás mucha paciencia. Es una estudiante de secundaria, la contratamos en negro con el permiso de sus padres. Tiene 16 años y es... bastante hiperactiva, aunque malhumorada.
—Bien, si sólo tengo esa opción, supongo que la tomaré. Deberemos turnarnos para manejar la caja.
—Llegará en unos minutos, así Perfuma les enseña a ambas a manejar la caja registradora—. Asentí, concorde a la situación, no tenía de otra.
Como Cataspella había anunciado, rato después llegó Perfuma hablando con... ¿una niña? Era bastante pequeña, no parecía una adolescente.
—Hola, Adora. Te presento a nuestra nueva compañera de trabajo, Frosta—. Ella extendió su mano. La tomé, con respeto. Perfuma nos dirigió hacia la caja, donde comenzó a explicarnos.
Minutos después, comenzó la hora de trabajar. Me coloque el uniforme y ayudé a Frosta a colocarse el suyo correctamente.
A como me la habían descrito, era completamente distinta. Era callada, obediente y parecía entender todo a la primera. Además, era bonita. Su piel era blanca, sus ojos casi negros y su cabello estaba teñido de un azul oscuro, que le quedaba a la perfección.
Debería dejarla en la caja, para mantenerla lejos de manos sucias que suelen pasar por aquí.
Comencé a cocinar los típicos postres que solían pedir los clientes frecuentes, colocándolos en la heladera de vidriera.
Al principio, sólo tuvimos dos mesas llenas, por lo que no fue un ajetreo mayor. Frosta manejó la caja registradora a la perfección y yo pude llevar el pedido a la mesa, para continuar en la cocina.
El problema comenzó pasado el mediodía. Las personas comenzaron a caer como si de abejas en un panal se tratara. Frosta me miró, con pánico en sus ojos.
Decidida a hacer lo más posible, comencé a cocinar algunos postres a la vez. Una mezcla al horno, otra a la heladera. Moldear el helado en la torta y colocarlo en el freezer unos minutos antes de entregarlo. Olvidé por completo mi trabajo de mesera en esos momentos, pero recapacité luego de unos minutos y comencé a llevar los postres y las bebidas a las mesas.
Una vez la caja quedó vacía, los pedidos quedaron hechos para entregar. Frosta ofreció ayuda y le enseñé a manejar las bebidas, los ingredientes que llevaban algunos Smothies y cómo se preparaban, los Capuchinos, cómo hacer formas con la leche sobre el café y otros tips. Ella escribía en un cuaderno pequeño mientras yo hablaba.
Comenzamos a entregar los pedidos sencillos. Un café en la mesa 6, un capuchino en la 4, dos cupcakes con café con leche en la mesa 1...
—Señorita, se ve muy joven para trabajar. ¿Cuántos años tiene?—. Frosta estaba atendiendo una mesa donde un hombre cercano a los 30 años de edad se encontraba. El tono con el que estaba hablando era el perfecto para que una mujer, tenga la edad que tenga, se incomode.
—¿Cuál es su pedido, señor?
—¿Por qué evades la pregunta? Anda, dime. No pierdes nada—. Harta, viendo como Frosta mantenía su paciencia, y dejaba su temor a raya, tomé cartas en el asunto.
—Peque, ve a entregar las bebidas para la mesa 5 y 2—. La mirada de Frosta fue indescifrable. Aunque un leve brillito en sus ojos no me pasó desapercibido—. Disculpe la molestia señor. ¿Cuál es su pedido?
En el momento en que el hombre pagó por su café para llevar, ambas lanzamos un suspiro de alivio, tan sonoro que nos miramos para sonreír, y seguir trabajando. Estábamos tan ajetreadas que no noté que había una persona en la caja esperando.
Sin pensarlo, fui a ubicarme.
—Disculpe la demora. ¿Qué desea ordenar?
—Uy, pero que formal que estamos hoy—. Abrí mis ojos de la sorpresa y me encontré con esos bellos ojos producto de una de las más hermosas enfermedades del mundo.
—Catra. Sí, hoy estamos cortos de personal y la gente no para de venir.
—¿Quieres mi ayuda?
—¿Eh?—. La miré incrédula—. ¿Te ofreces a trabajar con nosotras?
—Sólo por esta tarde, sí. A cambio de que me invites el pedido mío y de Rogelio —completó, guiñando un ojo.
—En verdad, te lo agradezco mucho...
—No hace falta. Dime qué tengo que hacer, jefa—. Reí ante el nuevo apodo.
—Ven, te daré un uniforme. Debo avisarle a Cataspella que recibí ayuda de tu parte—. Le hice señas a Frosta, para que me aguarde unos minutos. Entramos en el vestuario y saqué un nuevo uniforme del casillero guardado para los mismos—. Debes ponerte la camisa y el delantal, no es mucho. Te agradecería que hagas de mesera y, ante cualquier problema, me avisas, ¿ok?—. Sin siquiera dejarme terminar de hablar, Catra se quitó la remera, quedando en sostén. Dirigí mi mirada hacia abajo, donde sostenía el delantal, fingiendo revisarlo por si no estaba descocido o roto en algún lado. Levanté mi mirada levemente, notando las rojas marcas que le había dejado esta mañana, sonrojándome en el acto. Catra se colocó la camisa y me acerqué para colocar el delantal en ella.