Una vez Catra y Frosta se marcharon, comencé a limpiar un poco el lugar. pasé el trapo en el piso y estaba limpiando la cocina, cuando escucho la campana de la puerta del café sonar, indicando que alguien había entrado. Salí de la cocina, dirigiéndome a la caja registradora.
—Buenas tardes. ¿Qué desea ordenar?—. Yo y mis hábitos de hablar sin mirar a la persona.
—¿Adora?—. Esa gruesa voz, hace mucho no la escuchaba. Levanté la mirada, confirmando mis sospechas.
—¿Tara? ¿Qué haces aquí?—. La tonalidad de felicidad no se contuvo en salir, admito. Habíamos sido amigas de pequeñas, por lo que le tenía mucho cariño.
—Nada, sólo estaba merodeando por el parque cerca de aquí y vine por un café aquí, luego de preguntar. No sabía que trabajabas aquí.
—Pues, ya me ves —contesté, sonriente.
—¡Adora! Lamento la demora, querida. El dueño se quedó hablando conmigo de más, mis disculpas—. Miró a Huntara y a mí—. ¿Ella es la muchacha que te ayudó hoy?—. Huntara levantó una ceja y miró en mi dirección.
—¡No! No, ella se acaba de ir. Se fue junto con Frosta, la llevó a su casa, jefa.
—Ah, de acuerdo. Entonces, ya puedes irte querida. Yo cerraré la tienda, no te preocupes.
—Muchas gracias. Iré a cambiarme. Nos vemos mañana, jefa —agradecí. Miré a Huntara, ella asintió, afirmando que esperaría.
Fui a los casilleros y, mientras me quitaba la camisa, encontré un llavero en el suelo. Me coloqué mi blusa blanca y desaté mi cabello, pues me dolía la cabeza de llevarlo atado todo el día. Me agaché para juntar el llavero. Era una estrella azul, con tendencia a ser un copo de nieve. Los colores y el llavero en sí me recordaron a Frosta, por lo que lo guardé para dárselo mañana a la tarde, cuando nos reencontremos.
Saliendo del vestuario, vi a Huntara revisando su celular.
—Tara. ¿Nos vamos?—. Me miró como si de un extraterrestre se tratase—. ¿Tengo algo? ¿Me veo muy mal?—. Guardó su celular, mirando hacia otro lado.
—No, no es nada. Sólo que te ves... bonita—. Sonreí.
—Gracias. ¿Vamos?—. Asintió y salimos del café.
Comenzamos a caminar sin rumbo, dirigiéndonos hacia mi departamento.
—Adora —dijo de repente. Hice un sonido de afirmación, señalando que prosiga—. ¿Recuerdas cuando nos cruzamos en el Mac?—asentí—. Pues... dije que sería genial si saliéramos a pasar el día o a algún lado, para hablar de lo que nos pasó en todo este tiempo.
—Cierto...—. No tenía muy claro a qué quería llegar con tantas vueltas, pero la dejé continuar.
¿Acaso me quiere invitar a salir?
—Quería saber si tienes planes ahora...
—¿Ahora?—. La miré incrédula. Últimamente, esa mirada se está grabando en mi rostro.
—Sí...
—Como... ¿Ahora, ahora? ¿En este momento?—. Huntara se rió.
—Sí, torpe—. Revolvió mi cabello como solía hacer, cuando éramos niñas. La miré con un puchero, ella sabe que no me gusta que me haga eso, pero sigue haciéndolo. Acomodé mi cabello como pude.
—¿Estás segura de eso?
—Sí. Quiero invitarte a cenar. ¿Puedes venir?—. Pensé unos momentos. Las únicas excusas que vinieron a mi cabeza fueron:
Mi novia me espera, tal vez otro día.
Hoy trabajé doble turno, estoy cansada. ¿Puede ser otro día?
Aún así, la segunda la iba a contradecir y la primera no podía utilizarla. Además, ¿por qué me negaría? Más allá de mis pocas ganas de salir a cenar en este momento, hace bastante que no me doy el placer. Y se trata de una amiga de mi infancia, no es nadie desconocido.
—Sí, seguro—. La quijada de Huntara se deformó en una sonrisa, una de esas que no acostumbra a dar, por lo que lo aprecié. Más de lo que debería...
Nos subimos a un taxi y Huntara comenzó a preguntarme quiénes me habían adoptado, cómo me fue en la primaria, como decidí mi carrera y qué me impulsó a seguirla, entre otras cosas.
Me contó que, a ella, la adoptó un hombre viudo que ya tenía un niño mayor que ella, Tung Lashor. Le apasionaba el boxeo, por lo que ella decidió pedirle a su padre que le enseñara. Fue así como decidió volverse profesional, amante de las peleas en el ring y de la adrenalina que éstas conllevaban en su proceso.
Me contó que protegía a sus amigos de los matones del colegio, que tenía varias admiradoras detrás y algunos chicos la maltrataban por "marimacho".
Escuché su historia atentamente, notando todo lo que me había perdido en la vida de mis amigos de orfanato.
Una vez terminamos de cenar, fuimos a un bar.
—Entonces, ella me dijo "¡No saltes al árbol! ¡Te caerás y te voy a dar con la escoba!"—conté. Ambas estallamos en carcajadas.
Extrañaba esto. Últimamente, Glimmer y Bow están tanto en lo suyo y en sus familias que olvidé lo divertido que era contar anécdotas entre amigos.
—Adora...
—¿Siiii?—. El alcohol estaba haciendo efecto en mí. Diablos, no debí haber tomado tanto.
—Esas marcas en tu cuello... ¿Quién te las hizo?
—Pueeees.... Una beellaaa mujeer morena—. Mi risa de chanchito, la que tanto me esfuerzo por esconder, salió como si de agua en río fuera. Huntara rió levemente.
—Ven, te llevaré a casa.
—Noo quieerrrooo. ALBINAAAAAAA—. Huntara tenía la expresión de a quién le anuncian que su madre murió, pero que lo esperaba.
—¿Qué, Adorada?
—Quiero dormiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiirrrrrrrrrrrrr
—Esto debe ser una jodida broma.
Y así, caí desmayada en los gruesos y musculosos brazos de Tara, mi dulce amiga de la infancia.
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—Hola, Glimmer. Quería saber si has tenido noticias de Adora...
—¿Catra? Lo siento, Bow y yo no estaremos esta semana en casa. Adora mencionó esta tarde que estaría trabajando doble turno hoy, pero no se ha comunicado luego de eso.
—Oh... Sucede que van a ser las 11 pm y todavía no tengo noticias de ella. El departamento está cerrado con las luces apagadas y no contesta el celular.