(love &) Hate - Catradora

Melsy

Advertencia, este capítulo contiene situaciones frágiles al tratar. Ruego discreción y disfruten la lectura <3

Desperté, cansada otra vez. Me levanté de la cama sin mirar la hora, tomé un vaso de leche fría y algunas nueces, puesto a que no tenía mucha hambre. Volví a subir las escaleras, directa al baño para cambiarme y lavarme los dientes.

Una vez terminé, le coloqué el collar a Swiftie y salimos a correr. Iba con los audífonos puestos, escuchando música aleatoria.

Realmente no iba pensando en nada, no iba prestando atención a mi alrededor, no escuchaba la música en mis oídos, pero mi instinto me frenó. Frené como si estuviera por llevarme puesto un auto... Miré a mis alrededores, notando como Swiftie ladraba a un callejón. Por primera vez en el día, miré mi reloj, notando que eran las 6 am. Era la única en la calle y que mi perro, el más tranquilo de todos los perros, que nunca ladra o muerde, esté gruñendo a un callejón oscuro era más que raro. No me quedó otra que quitarme los audífonos, donde empecé a escuchar a un hombre hablando.

Maldije en mis interiores por ser siempre tan confiada con mi cuerpo y estar, a mi parecer, tan expuesta. Despejé mi cabeza, confiando en el tamaño de mi perro y de que me protegería ante todo. Me acerqué, algo desconfiada. Había una niña al final, sentada en posición fetal, totalmente aterrada, mientras el hombre hablaba por teléfono y gritaba. 

Agradecí que estaba de espaldas y tranquilicé a mi perro. La niña me miró y pude observarla mejor. Llevaba vestimentas amarillas y negras, su cabello era rubio, más que el mío, y sus ojitos aguados verdes me partieron el corazón. Le hice señas para que venga donde yo me encontraba, en silencio. 

Se veía aterrorizada por el hombre que tenía delante. Vestía un traje y las canas se le veían de entre el cabello castaño. Por cómo gritaba y hablaba podía decir que no era una persona muy gentil. Uniendo cabos, supuse que ella sería su hija o que estaban emparentados de alguna forma, pero no pude encontrar parecido alguno entre ellos.

La niña lentamente se arrastraba por el piso. Una vez estuvo a la mitad del callejón, a espaldas del hombre mayor, tomó carrera hacia mí y la cargué, corriendo unas cuantas cuadras lejos de él. Agradecí mentalmente el tener el físico adecuado para estas situaciones.

Ella comenzó a llorar a moco tendido. No entendía muy bien qué pasaba, por lo que le pregunté, a lo que contestó.

—Mi padre... mi padre se enojó... dijo que me iba a castigar en casa... te-tengo miedo—. Se abrazó a mi pecho llorando. Me senté en un callejón lejano, dispuesta a escuchar lo que ella tenía para decirme—. Ayer... ayer me uní al club de mi escuela... el club de las exploradoras abeja... y-y él se enojó... decía que no tenía tiempo para... dijo malas palabras, y él me castigó. Me encerró en el cuarto de castigo y... y él...—. Comenzó a llorar descontroladamente otra vez. Me preocupé hasta el punto de que prácticamente la secuestré. Ella vino hacia mí como si fuera su madre, no había soltado mi mano desde que se alejó de su padre. Llegando a mi casa, cociné un verdadero desayuno. Ambas comimos tranquilas. Ella miraba los dibujos animados que le había puesto en la televisión embelesada. Sonreí, sintiendo como su presencia me reconfortaba y me hacía recordar a cierta persona...

Las lágrimas comenzaron a caer en mi plato, quitándome el apetito por decimoquinta vez en la semana. Tapé mi rostro, lanzando un suspiro de frustración. Sin recapacitar en los sonidos de la casa, sentí de repente el tacto de la niña sobre mis piernas. Quité las manos de mi rostro, sorprendida. Mis gestos no habían cambiado, por lo que ella los copió, pero con aires de preocupación en su rostro.

—¿Por qué lloras...?—. Sólo pude sonreír en respuesta, queriendo limpiar las lágrimas que no dejaban de salir de mis ojos. Saltó sobre mí y me abrazó, provocando que yo llore aún más, controlando los sonidos involuntarios que salían de mis labios. Luego de unos minutos, me recompuse, llevando los platos al fregadero. 

—¿Quieres llamar a tu madre? De seguro debe estar preocupada por ti...—le pregunté a la pequeña. Su mirada pareció oscurecerse.

—Mi madre murió... Estaba enferma—. Desvió la mirada hacia Swiftie, quien se había acercado a lamer su mano. 

—¿Sabes? Por si te hace sentir mejor... Mi madre murió hace no muchos días... Por eso estaba llorando, la extraño mucho.

—Yo también la extraño mucho—dijo, sonriendo con algunas lagrimitas en sus ojos—. Pero ella me dijo que iría a un bello lugar lleno de animalitos lindos, plantas de muchos colores y dijo que estaría bien, porque estaría con la abuela—. Sonreí ante la inocencia de ella, admirando a quién su madre fue, sólo por cumplir su trabajo de maternidad, así como alguna vez Razz hizo.

—Tu madre dijo la verdad. Seguro ahora mismo nos están viendo, tu mamá y la mía, cómo nos conocimos.

—Tal vez fue ella quién te envió hasta donde estaba yo—dijo emocionada. Fruncí mi ceño en confusión—. Ella te envió para cuidarme. ¡Para salvarme de papá!—. La acerqué para abrazarla, pensando en qué tan grande era el problema que esta niña estaba viviendo.

¿Qué tan lejos fue este hombre con su hija?

—Cariño, no me has dicho nada sobre ti. ¿Cómo te llamas?

—Soy Melsy, pero mi mamá siempre me llamó Sweet Bee. Tengo 7 años—. Sonrió y me dio la mano. Respondí sonriente, pensando en lo tierna que podía ser esta niña cuando quería.

—Soy Adora y tengo 21 años, un gusto en conocerte Melsy—. Nos dimos la mano como, presentándonos. Me causó curiosidad su mano tan pequeña, pero al mirar su muñeca, pude ver tonos morados asomarse. Asustada, le arremangué el buzo negro que llevaba, viendo marcas de manos grandes en el brazo. Escuchando su gemido de dolor pude saber que eran recientes. 

Mi cabeza comenzó a atar los cabos de las cosas que ella me había dicho y temí lo peor.




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