Llegué a la universidad y fui directo a mi aula. Mis amigos serán mis amigos, no venía a socializar.
Una vez las clases terminaron, Scorpia se me acercó sonriente. Le sonreí, caminando y conversando con ella. Llegando a la cafetería, compré mi almuerzo sin bandeja y salí de allí, yendo a la cancha de fútbol. Una vez allí, comencé a chusmear las respuestas de los trabajos. La mayoría habían sido denegados por la poca experiencia y la poca edad, pero hubo un lugar que me había aceptado.
No era exactamente mi rubro, pero necesitaban a alguien que maneje la caja registradora y las cuentas del lugar, lo cual me era de lo más sencillo. Sonreí, contenta de haber conseguido un trabajo. Pagaban bien, por lo que me alegré. Revisando mejor, encontré que me ofrecían turno tarde, lo cual ayudaba gracias a la universidad, pero para mantener a la niña, el colegio, la universidad y el resto... Por más que el dinero que Razz dejó a mi nombre pueda mantenerme bastante bien por ahora, debo ahorrar y mantener el trabajo para poder seguir adelante con Bee. Adoptada o biológica, estaba en mis manos.
Buscando algún trabajo de turno tarde-noche, no escuché la entrada de algunas personas a la cancha. Seguía buscando lugares por la zona para preguntar por el trabajo, mientras terminaba mi sandwich.
—Hola, bombón—. Levanté la mirada, con los ojos llenos de sarcasmo. Vi al grupo que suele entrenar aquí. ¿Cuál es el problema? Estoy en las gradas, no sentada en plena cancha...
—Hola, idiotas.
—Sería mejor que sepas cuidar tu boca, rubia.
—¿Cuál es el problema? Si nos vamos a hablar por hechos, entonces que así sea. Gracias por recordarme que soy hermosa, ahora yo les recuerdo que son unos idiotas —escupí, dando el último bocado a mi sandwich. Me levanté de las gradas, tomé mi bolso y salí de la cancha, dirigiéndome hacia la próxima clase que me tocaba.
Una vez terminado el día en la universidad, fui a por mi auto. Lo encontré con una llanta pinchada y una nota del grupo de fútbol.
"Repito. Será mejor que sepas cuidar tu boca".
Rodé los ojos, pensando en cómo carajos hacer para cambiar la llanta. No podía llegar tarde al primer día de trabajo, y tenía que buscar a Bee al colegio.
Totalmente fuera de mí, me quité los zapatos y los lancé en el asiento trasero del auto junto con mi bolso. Até mi cabello y até mi camisa a la altura del ombligo, preparada para hacer lo necesario. Abrí el baúl, sacando la llanta de repuesto junto con las herramientas.
Sí, podría haber llamado a un mecánico, pero no tenía tiempo para esperar a que llegue y cambie la llanta, además de que podía ahorrar algo de dinero.
Pasaron unos 10 minutos y sentía que había algo que no estaba haciendo bien. Mordí mi labio en señal de frustración.
—Muévete, rubia—. Catra, saliendo de la nada, se abrió paso entre mí y las herramientas. Por su manera de manejarse, parecía tener experiencia con esto. Me acomodé a como estaba antes.
Debía estar presentable, ¿no?
Catra estaba por terminar y yo sólo podía observar. No lo que estaba haciendo, en realidad, sino a ella. Había cambiado mucho desde la última vez que nos habíamos visto... en muchos sentidos. Físicamente había cambiado bastante, pero su personalidad... La veía mucho más fría que de costumbre.
Mientras retenía mis impulsos de saltar sobre ella llorando, reclamando perdones que no merecía, reclamar el amor que no merecía y rogar por no ser lastimada otra vez, Catra guardaba las herramientas y la llanta pinchada en el baúl. Miré sus manos, encontrándome con que estaban muy sucias debido al aceite. Revisé en mi bolso, buscando el pañuelo que siempre cargaba conmigo y se lo tendí.
—Gracias... por cambiar la-
—Como sea. Deberías cuidar tus espaldas, princesa. Hay muchos curiosos cerca—. Giré mi cabeza, encontrando a los del equipo espiando de distintos lugares. Escondí mi rostro, avergonzada.
Sin siquiera decir nada más, me tendió el pañuelo sucio y se montó en su moto, saliendo del parking de la universidad. Decidí imitarla, entrando al asiento de piloto del auto, arrancando el motor y saliendo del lugar.
Una vez llegué al colegio, me retoqué el brillo labial y bajé del auto, dispuesta a ver a mi pequeña Bee. Entrando al lugar, me encontré con que las madres del curso se iban a reunir en el salón. Entré, confiada, acercándome a Melsy mientras las madres y los padres tomaban lugar con sus hijos.
—Bueno, hoy fue el primer día en el segundo grado de primaria—. Todos aplaudieron—. Hoy haremos las presentaciones de los niños y los padres, todos juntos. Nos presentaremos por orden en la fila.
Llegó el turno de presentarnos frente a todos y Bee empezó a hablar. Yo tenía los nervios colgando de mis pestañas.
—Hola, yo soy Melsy. Tengo 7 años y cumplo el 6 de julio. Ella es mi mamá—. Sonreí, ante la ternura que esta niña me causaba. Ya con los nervios fuera, seguí.
—Mi nombre es Adora, soy la madre de Melsy. Tengo 22 años y cumplo el 19 de enero—. Ambas caminamos directo a sentarnos donde estábamos, pasando por alto las miradas de las otras madres. Los niños aplaudían y el que seguía empujaba a su padre para pasar al frente.
Una vez terminada la pequeña reunión, las madres crearon el grupo del curso. Apenas terminó aquello, prácticamente corrí con Bee fuera del lugar. No podía llegar tarde al primer día.
—Mamá, ¿a dónde vamos tan apuradas?—dijo Bee, mientras yo le colocaba el cinturón en los asientos traseros. Subí al asiento de piloto, me coloqué el cinturón y arranqué el motor.
—Mamá tiene que trabajar, hija. Le voy a preguntar a mi jefe si puedes quedarte conmigo, ¿te parece? Sólo serán unas horitas y luego iremos a casa.
—¡Sí! Pasaré más tiempo contigo—. Sonreí, pensando en lo optimista que había salido esta niña, seguro fue creada y criada con mucho amor.
Llegando al lugar, bajé del auto, queriendo presentarme ante mi jefe y pedirle permiso de mantener a la dulce Bee aquí. Se veía simpático y buen hombre, por lo que accedió de inmediato.