Argwöhnisch, el usuario de seudónimo alemán y partidario del asesino serial Red John, con el paso de los días y mensajes estaba convirtiéndose para Lilian en más que un lector.
Sus comentarios, por muy breves que fueran la hacían sonreír después de un larguísimo día de trabajo o una llamada tensa ente ella y su novio.
Las cosas no había sido fáciles últimamente. Tres meses después de haber obtenido el empleo, la madre de Lilian anunció una noche:
—Fijate que renuncié.
—¿Y eso?
—Te pagaron hoy ¿Verdad?
—Sí. Y ¿Qué pasó?
—No me gustó. Mucha presión nos estaban poniendo. Y mejor hablé con Sandra. Así que hoy renuncié.
—M.
No dijo más. ¿Qué se le podía decir a alguien que lo anunciaba tan felizmente aunque económicamente necesitaran el dinero?
—Y estaba pensando en que ni quería trabajar. Mucho trabajé. Voy a descansar unos días.
—Bueno.
—Unos dos o tres meses. De todas formas vos estás trabajando.
—Si verdad…
El sueldo dejó de alcanzar. La comida se terminaba demasiado rápido. Y el valor de las facturas compartidas aumentaron.
—Hija. Ya vino el recibo — anunció su abuela una noche.
Pues el acuerdo era pagar a partes iguales los recibos de la casa.
Sin embargo, acumuladas, eran números superiores a los ingresos o desequilibran el gasto designado a la comida. Los números en negativo aumentaban.
—Tu abuela me dio el recibo del teléfono. Salió esto — dijo la noche siguiente. Aún faltaban dos días para el día de pago.
—¡¿Esto?! ¿Porqué tanto?
—Ay no sé. Pero tú abuela está molestando que pagues eso.
—No. Yo no voy a estar pagando eso. Ni siquiera uso el teléfono. Ustedes pasan llamando. Revisá la lista de los números y hacé la cuenta.
Una compañera de la fábrica, que también era prestamista, se convirtió en el plan B de las quincenas escasas.
Esa mañana solo quedaban dos huevos en la nevera, un poco de pan y unos tragos de leche y café.
Cerró la nevera sin tomar desayuno ni almuerzo. Hacia algunas semanas que su dieta era básicamente camarones asados de la fábrica que comía a escondidas con el permiso de la supervisora.
Los desayunos, eran media taza de café y un trozo de pan que amablemente Erick, un chico dulce, cariñoso y amable siempre le guardaba.
—Hola preciosa — saludó Erick esa mañana dándole un fuerte abrazo y un beso en el cuello.
—Hola Erick.
Sus abrazos matutinos eran lo mejor y lo primero que encontraba en la fábrica al llegar.
—¿Ya comiste?
—Sí. Ya tomé café — mintió.
—Te traje un pancito y tengo café.
Sin esperar su respuesta le tomó de la cintura y la sentó a su lado. Le entregó el desayuno y volvió a besarla.
Entonces, el resto de los compañeros sentados a su alrededor se acercaron con un poco más para compartirle.
—Gracias — decía con un nudo en la garganta.
En el almuerzo, David la alcanzó antes de que ella fuera a cepillarse los dientes.
—Lilian.
—Hola.
Él se aseguró de que nadie los viera antes de tomarle de la mano y llevarla al fondo de un pasillo que llevaba a unos de los cuartos fríos.
—¿Qué pasó?
—¿Le has estado pidiendo dinero a la Caro, verdad?
—Sí. ¿Por qué?
Él negó con la cabeza decepcionado.
—Ya no volvás a pedirle dinero. Si necesitas algo, lo que sea y cuánto sea, decíme a mí. ¿Sí?
—David, pero…
—Pero nada. Ella cobra demasiado interés. Yo no te cobraré más. Y no tenés que pagarme todo. ¿Sí?
—Ok — dijo intentando no llorar pensando en la precaria situación económica en casa.
—Y cuando salgamos me esperas. Nos iremos juntos.
—Está bien.
—¿Tenés para el pasaje?
Ella dudó un momento.
—Me esperas al salir.
Y sin más le entregó un beso en los labios.
—No vayas a llorar o te volveré a besar — dijo sonriendo torneándole la cintura.
Lilian sonrió con aquello.
—David… Gracias.
Los Viernes en la noche seguían siendo un pequeño remanso de paz al saber que vería a “Harry”, “Su Harry”.
#12522 en Joven Adulto
#47921 en Novela romántica
romance drama humor, romance entre autor y lector, litnet literatura libros
Editado: 22.09.2018