—Te encontré — dijo sintiéndose un tonto por decir en voz alta lo obvio.
—Sí — respondió con un nuevo rubor en las mejías —. ¿Quieres sentarte? — preguntó mirando la silla vacía frente a ella.
—Gracias.
La necesidad de observarse los hacía actuar al contrario. Miraban la mesa verde manzana sin decidirse quién hablaría a continuación.
—Así que… — Habló ella rompiendo los tres segundos más silenciosos y eternos del mundo —. Eres tú.
Ricardo alzó la vista. La forma en que sonreía y le miraba le decía que había un secreto pero no estaba seguro.
—Creo que sí — respondió con una sonrisa torcida.
—Que torpe. Guardaré éstos — indicó sacándose los cascos.
Ricardo aprovechó esos segundos para mirarla. Puso especial atención a sus manos, pues las mantuvo bajo la mesa al igual que él.
Eran muy blancas, pálidas de hecho, más claras que el resto de su piel rosa. Sus uñas, recortadas hasta los bordes de los dedos y limpias. Recordó un comentario que le hizo sobre su empleo, debido al manejo de los productos no podían usar joyería o esmalte para uñas.
Los últimos segundos fueron para responder a su pregunta de hace unos momentos. Y encontró la respuesta en sus rostro. Las facciones suaves y sus ojos rasgados le daban esa apariencia juvenil confundiéndola con una chica de origen asiático. Y sus ropas solo complementaban el look que para Ricardo se veía muy natural. Nada forzado.
Comprendiendo que era su turno de hablar prosiguió:
—¿Quieres comer algo? — inquirió en tono gentil.
Lilian tenía hambre. Vaya que si. Un yogurt con granola para todo el día no era el alimento más sustancioso. Pero temía que sus nervios la hicieran derramarse el refresco encima, o la comida, o hablar con la boca llena o cualquier otra cosa que pudiera ser un peligro potencial para el primer encuentro.
—No. Gracias. Tú… ¿Tienes hambre?
—No — mintió.
Aunque no sabía si lo que sentía en el estómago era la nueva úlcera de nervios o hambre.
—Sabes — añadió Ricardo viendo cómo estaban a punto de caer en el silencio de nuevo—. No sé cómo llamarte — admitió mirándola a los ojos.
Le vio sonreír y desviar la mirada. “Tenía razón” pensó al descubrir otro detalle. Sus labios resaltaban, gruesos y uniformes. Delineados naturalmente y seductores.
—Me… Llamo Lilian — dijo poniendo sus manos sobre la mesa.
Ricardo imitó su posición pensando en que seguramente ella se sentía un poco más cómoda ahora.
—Lilian. Me gusta. Yo, soy Ricardo.
Ella volvió a sonreír mordiendo su labio inferior.
—No sé si me gusta más Ricardo que Argwö.
—Me gusta cómo lo dices tú.
“¿Tú?”. Sí. 'Tú'. Aunque usaban el 'vos' en su país, su mente siguió usando el tono conversacional que tenían por correo.
Ricardo se distrajo mirando los anillos en sus dedos índices. El de la mano derecha era muy fino, con un pequeño diamante blanco. El izquierdo, una rosa pequeña.
Estaban a unos centímetros de distancia, bastaría con estirar un poco más su mano para alcanzarla y acariciar esa tersa piel.
—Es curioso — le escuchó decir interrumpiendo todos los planes que estaba haciendo.
—¿Qué cosa? — quiso saber levantando la vista.
—Es curioso que seas tú.
—¿A qué te refieres?
—No sé cómo decirlo. Creo que me tomará un momento más.
Él asintió.
—Lili.
—¿Sí?
—¿Quieres ir a caminar? — propuso con más confianza.
Tal vez una pequeña caminata ayudara a soltar los nervios y tomando en cuenta que la posición en la que se encontraban los obligaba a un contacto visual más directo, pensaba que al caminar y redirigir la manera en que se veían, podría ayudar a hablar un poco más. Un truco de psicología que leyó una vez. Hablar estando al lado de alguien era más efectivo y menos amenazante para el cerebro, según recordaba.
Esperaba y fuera cierto o que por lo menos que estuviera recordando la información de la forma correcta.
Solo se lamentaba que al caminar, las posibilidades de poder tocar su mano se redujeran. Le hubiera gustado poder alcanzar ese paso antes.
—Ricardo — la llamó sacándolo de sus cavilaciones.
—Dime.
—Recuerdas… ¿Recuerdas a, es decir, cierta inspiración que mencioné?
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Editado: 22.09.2018