Año 2019.
La casa de tejado rojo había sido recientemente ocupada por Alessandra Roseti, una mujer de 59 años que en estos momentos se encontraba acompañada por su familia en el comedor, o al menos casi toda su familia.
Eider, la menor de sus nietas, estaba sentada en el tejado.
Observaba las iluminadas calles de Verona y un pequeño prado que se distinguía por la luz natural de la luna. Eider concentró toda su atención en el espléndido paisaje, gozando ante la belleza de la noche.
—En serio le gustaría estar aquí—dijo mirando el prado que se distinguía en la distancia.
Observó cómo las personas caminaban de un lugar a otro por las calles, como reían despreocupadas y ajenas a que en algún lugar había alguien que no tenía ganas de reír. Ella, por ejemplo. Desde que había pasado lo de su tía ya no tenía ganas de pasar mucho tiempo con los demás, no sabía explicar el porqué, solo sabía de qué le molestaba profundamente ver a alguien reír en su cara y sabía que la otra persona no tenía la culpa. Todos tienen derecho a reír después de todo.
Pero para evitarle la molestia a los demás y a ella misma, había decidido alejarse un poco.
No para convertirse en ermitaña, pero si lo suficiente como para no ser una carga.
Entonces escuchó que tocaban a su puerta y tan rápido como pudo bajo hacia el balcón de su habitación, cuando estuvo en suelo firme sintió un leve ardor en el brazo y pudo ver que se había hecho un pequeño rasguño, tal vez a causa de la planta trepadora que rodeaba la casa.
Y justo cuando se estaba poniendo un suéter para cubrir el rasguño tocaron nuevamente a su puerta.
—Eider ¿estas despiertan? —preguntó Catalina, su prima por lado paterno mientras abría la puerta—quería decirte que la cena esta lista y que mi mamá dice que bajes a comer con nosotros.
—Y ¿en serio tengo que hacer eso? —respondió Eider un tanto desanimada ante la idea.
—Sí—dijo Catalina mientras miraba su celular - ya sabes cómo se pone cuando no quieres socializar por demasiado tiempo.
Eider hizo una mueca.
—Bueno, bajare enseguida—suspiró Eider.
—Bien, te esperamos abajo—sonrió Cata cerrando la puerta y yendo al comedor.
Antes de bajar a pasar un tiempo "agradable" con la familia Eider tomó un cuaderno lleno de fotografías donde se mostraba a una mujer pelirroja junto a unas niñas, entre las cuales se encontraba ella misma.
Las lágrimas amenazaban con salir ante tantos recuerdos grabados a fuego en su memoria. Tantas historias vividas, y tantas que aún le habían faltado vivir.
Pero no era el momento correcto, y la verdad nunca le parecía el momento correcto para llorar. Sentía que perdía demasiado al hacerlo.
Así que tomó un respiro y practicó su sonrisa en la pantalla apagada de su celular y salió de su habitación.
El pasillo para llegar al comedor era aburrido, no había ninguna fotografía, pintura o adorno. Pero esto cambiaba al llegar a las escaleras donde recientemente, Alessandra, la abuela de Eider había colocado su antigua colección de fotografías la cual era emocionante ya que ella había viajado mucho en los años pasados.
Eider se detuvo ante una de estas.
En ella aparecían dos chicas: una chica de cabello rojo y de piel bronceada y una rubia de piel blanca.
La primera por supuesto era su abuela, pero en cuanto a la segunda...
Eider no estaba segura.
Eider se acercó a la fotografía y pudo sentir un olor que enseguida le resulto familiar.
—Lavanda...—susurró ella.
Eider sabía que la lavanda significaba algo o alguien muy especial, al menos eso decía su abuela.
Se encontraba hipnotizada por la fotografía frente a ella, todo era un perfecto y ordenado caos, las plantas de aquel lugar crecían descorteses por todos los alrededores, la luz del sol iluminaba de forma ideal el campo y Eider estaba casi segura de que había una especie de laguna en la parte de atrás.
Pero el momento se vio interrumpido por una voz:
—¡Eider apúrate, la comida se va a enfriar! —gritó su madre.
—¡Voy! —respondió Eider.
Al llegar pudo ver como su tía Verónica estaba impaciente por lo que se apresuró al saludar a todos y tomar asiento.
Entonces notó que habían puesto como centro de mesa unos ramos de Lavanda y no pudo evitarlo. Tenía que preguntar.
¿Quién era aquella chica? ¿Por qué no aparecía en ninguna otra foto? Es más ¿Por qué nunca había visto aquella imagen?
Como su abuela estaba allí y todos estaban calmados le pareció un buen momento para preguntar acerca de la foto.
—Abuela—empezó.
—¿Si? —volteó a verla con la mirada dulce.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Lo que quieras.
—Es sobre una de las fotografías en la pared junto a las escaleras, en donde estas con una chica rubia de pelo corto.
Y en ese momento todos pararon de conversar y miraron a Eider y luego a Alessandra.
"Qué raro" pensó Eider.
—Es una vieja amiga—respondió su abuela con repentina tristeza en la mirada—no la he visto hace mucho y antes de que preguntes más te diré que no sé su nombre y que la foto fue tomada en una isla de Grecia, Oia Santorini para ser exacta.
Eider se quedó callada un momento y miro a su alrededor con disimulo y se topó con la mirada asesina de su tía, con su padre a punto de perder las casillas y con la mirada preocupada de su madre. La única persona que no la quería asesinar era su prima o al menos eso pensó hasta que Cata le dio un pisotón, en ese instante supo que debía dar la conversación por terminada.