Luces, extraños y letras

Capítulo II

Eider se despertó por la brisa levemente fría que soplaba esa mañana ya que había dejado las puertas del balcón abiertas. Pero justo cuando se levantó desperezándose escuchó un ruido, este, imagino ella, venia de la cocina por lo que presa de la curiosidad y de un poco de miedo, se puso una bata y se dirigió a investigar.


 

Mientras bajaba se preguntaba que podía ser la causa de aquel ruido metálico y tintineante. Se le ocurrió qué tal vez podría ser una broma de su prima para asustarla, le gustaba mucho hacer aquello, justo como cuando eran niñas. Pero al llegar a la cocina se dio cuenta de que no era más que su querida abuela.


 

—Hola—la saludó Alessandra con su esplendor matutino que era tan desarreglado—¿te desperté?


 

—La verdad sí, pero no importa – dijo con la franqueza que la caracterizaba, pero para amortiguar el golpe preguntó - ¿Qué estás haciendo?


 

—Miro la calle—respondió Adelaine.


 

—¿Ocurre algo? —preguntó Eider.


 

—No tiene que estar pasando algo para que disfrutes el ver un paisaje que ya es bello por su simpleza y al mismo tiempo, complejidad.


 

Eider le dio la razón. Su abuela era su mayor debilidad desde que su tía se había ido. No podía, fácilmente, estar en desacuerdo con ella.


 

—Pero a todo esto ¿Qué haces despierta a las seis de la mañana? Deberías descansar.


 

—Estoy bien, ya descanse durante toda la noche y ahora solo quiero ver el amanecer.


 

—Me quedo contigo entonces.


 

Eider se sentó al lado de su abuela y juntas iban viendo poco a poco la salida del sol.


 

—Sabes—dijo Alessandra—esto me recuerda a un viaje que hice a Grecia. Los amaneceres allá también son muy hermosos.


 

—¿Sí? —preguntó Eider con cierta cautela recordando lo sucedido la noche anterior, y es que no quería hacer sentir mal a su abuela por nada del mundo.


 

—Sí—le respondió ella sonriendo, a lo que Eider se tranquilizó.


 

—¿Y porque fuiste a Grecia? —la interrogó Eider con más soltura poniéndose cómoda en su silla.


 

—Fue idea de mis padres. Verás, cuando tenía quince años mi pasión por la fotografía era absolutamente desbordante así que me enviaron a Oia Santorini para que disfrutara tomando fotos. Me enviaron en un ferry con mi tía, nos tomó dos semanas llegar. Cuando desembarcamos yo me sentía liviana, como si estuviera flotando en una nube.


 

—Estabas muy feliz—concluyó Eider sonriéndole enternecida.


 

—Así es, no cabía en mí de felicidad, pasaron muchas cosas aquel verano...—dijo melancólica su abuela- conocí a una chica como de mi edad y nos hicimos muy amigas.


 

—¿Es la chica de la foto?


 

—Si, es ella. Es la única foto que nos tomamos juntas.


 

—Y ¿Por qué?


 

—A ella no le gustaba salir en las fotos con los tubos que la ayudaban a respirar en aquel momento.


 

—¿Qué tenía?


 

—Era propensa a ser asmática y casi siempre tenía que andar con tanques de terapias respiratorias.


 

—¿Pero no todo el tiempo o sí?


 

—No. Había momentos escasos en los que no los usaba, como en el de la foto.


 

—Y ¿eran muy amigas?


 

—Las mejores.


 

—Y ¿Por qué no sabes su nombre? —le preguntó Eider todavía sin poder creer que no supieran el nombre de la otra.


 

—Nos la pasábamos tan bien que nos pareció innecesario, pero si inventamos nombres la una para la otra. Yo la llamaba Opal y ella me llamaba Jade.


 

—Qué lindo se oye—le dijo Eider con ternura.


 

—Así era.


 

—¿Me cuentas como se conocieron? —le suplicó haciendo cara de cachorro.


 

Su abuela soltó una pequeña risa.


 

—Fue en una fiesta que ofreció una vecina, había invitado a mucha gente, pero yo sentía que no congeniaba con nadie hasta que ella llegó. Me pareció irreal. Su cabello era tan rubio que parecía blanco y tenía unos ojos tan brillantes que te cegaban. De inmediato me dirigí hacia donde estaba y nos pusimos a charlar, así sin más. Fue una charla muy agradable, pero se me olvido por completo presentarme o preguntarle su nombre, me divertía tanto con ella que se me olvidaba todo. Éramos las mejores amigas—dijo Alessandra con ojos vidriosos- pero un día nos llegó una carta diciendo que mi mamá estaba en cama y tuvimos que irnos de improvisto y no pude despedirme en persona, solo le deje una nota, que solo contenía una palabra: "adiós".


 

—¿Se la dejaste en su casa?


 

—Nunca fui.


 

—¿Entonces? - solicitó Eider ansiosa.


 

—Entonces se la deje con una vecina.


 

Eider sintió lastima por su abuela y su triste historia de importuna separación y para darle consuelo la abrazo.


 

—Lo lamento—susurro en su oído.


 

—Gracias—contesto ella también en un susurro.


 

De pronto Eider escucho pisadas y voces a lo lejos, vio por la ventana y se dio cuenta de que ya había amanecido.  Luego miró el reloj y vio que ya eran las siete en punto. Pudo escuchar a su tía decir que se levantaran todos y se dio cuenta de que el día estaba por empezar.


 

Pero antes su abuela le dijo:


 

—Todo esto paso en un lugar llamado Grecia.


 

Los días siguientes Eider solo podía pensar en aquella amiga griega que había perdido su abuela.


 

Sintió que tenía que hacer algo para ayudarla, pero no se le ocurría qué hacer.


 

Y a veces se encontraba tan inmersa pensando en ello que no escuchaba lo que los demás le decían.


 

Un día su prima Cata se encontraba hablando con ella, pero de un momento a otro Eider dejó de escucharla para centrarse en que hacer para ayudar a su abuela.



#6152 en Joven Adulto

En el texto hay: romance, amistad, lluvia

Editado: 15.09.2023

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