Una solitaria Eider se encontró leyendo en una mesa a la sombra de un árbol en el patio del instituto mientras a lo lejos una azabache la miraba con tristeza.
"Lo siento mucho", pensó Ana mirando a Eider, aun preguntándose como habían llegado a ese punto.
Antes, cuando eran amigas, siempre se sentaban juntas en el almuerzo, era una costumbre entre ellas y luego cuando sonaba la campana final tomaban sus bicicletas e iban juntas al parque.
Pero ahora ya no.
Eso se había terminado, todo gracias a esa fatídica tarde que parecía tan lejana. Ana aún se sentía culpable y eso le dolía.
A veces incluso le quemaba en el interior y le provocaba dolor de cabeza, en algunas ocasiones no podía dormir y soñaba con aquello.
Lo peor eran los gritos. Sonaban en su cabeza, la torturaban en todos sus sueños ¿sueños? No, pesadillas.
Ana suspiró.
Y justo cuando iba a empezar a comer escuchó un ruido sordo en la distancia. Lo que vio el dejo confundida y algo preocupada.
Eider de pie, apretando los puños mientras miraba con preocupación a una maestra que se había acercado a ella para decirle algo, luego la misma Eider preocupada con su mochila puesta siguiendo a la maestra a quien sabe dónde.
Ana se levantó y las siguió sigilosamente.
Iban hacia la salida.
Al llegar pudo ver un auto negro esperando a Eider, ella se subió.
Y Ana solo permaneció allí de pie, preguntándose qué habría pasado.
***
El auto negro se detuvo frente a un hospital, y una chica castaña emergió de este junto con su madre mientras esta le daba instrucciones al chofer.
—Tu tío vuelve pronto—le dijo su madre.
—Ok—respondió Eider—¿en qué habitación está?
—La 143, pero espe-
Era tarde, Eider ya había empezado a caminar y había dejado a su madre hablando sola, tenía que llegar rápidamente a esa habitación para averiguar cómo estaba y si se iba a poner bien.
Antes de darse cuenta se encontraba frente a la puerta y sentía una gran opresión en el pecho, pero si quería averiguar cómo estaba tendría que entrar.
Abrió la puerta.
Se sintió el olor a medicina y a algo cítrico, y se encontró una enfermera que se disponía a salir de la habitación.
—Buenas tardes—dijo la enfermera al verla.
—Buenas tardes—respondió Eider con la intención de preguntarle por el paciente de aquella habitación, pero antes de articular las palabras la enfermera ya se había ido.
Eider caminó hasta donde estaba su abuela, con los nervios a flor de piel. Esperaba encontrarla dormida, pálida y sin ninguna señal de su espléndido vigor, pero encontró lo contrario. Su abuela estaba despierta. Sentada y con una gran sonrisa.
—Te estaba esperando—dijo Alessandra —te escuché cuando hablabas con la enfermera.
—Tienes buen oído—musitó Eider.
La joven no sabía cómo debía reaccionar. Su abuela estaba frente a ella, en la cama de un hospital, sonreía, pero Eider sabia identificar cuando a alguien le dolía el alma. Y había algo que atormentaba a su abuela.
—Te ves... — "¿Cómo se ve?" —preguntó Eider.
—¿Melancólica? —la ayudó su abuela.
—Si...—confirmó Eider.
—Es que estaba pensando...
- ¿En qué?
—Mi amiga.
—¿Tu amiga de Grecia? —preguntó Eider sentándose en
una silla junto a la cama.
—Si, la verdad es que desde aquel verano no he vuelto a verla...—paró para tomar aire—... y quiero verla tan siquiera una vez más.
Pasaron unos segundos, Alessandra tenía los ojos vidriosos y de pronto empezó a llorar.
Entonces las cosas se salieron de control, Alessandra empezó a toser, no podía respirar y entonces el monitor del corazón empezó a sonar.
No se supo cuando entraron los doctores y enfermeras a la habitación, pero cuando sea que lo hubieran hecho sacaron a Eider del cuarto sin importarles las protestas y preguntas que ella gritaba.
Luego de un rato llego toda su familia, todos estaban preocupados y se les notaba en el rostro.
Frank, el padre de Eider, caminaba de un lado a otro, su tía, madre y prima conversaban sobre la situación mientras Eider tenía la mirada perdida y el corazón a mil por hora.
Pensaba en lo que había llevado a su abuela a aquel hospital, al parecer había tenido un subidón de la presión y se había desmayado.
Luego había sufrido un ataque al corazón debido a la tristeza y presión que se agazapaba en su interior. Podía ayudarla, sabía cómo. Solo necesitaba proponérselo y esperar que ella aceptara.
Una enfermera les informó que Alessandra quería ver a Eider y que como ya estaba estable se lo permitirían.
—Hola—saludó Eider y le dijo que no hablara—tengo algo que decirte, he tomado una decisión en cuanto a tu amiga... – tomo aire para armarse de valor y soltó lo siguiente- voy a traerla aquí.
Adelaine abrió los ojos como platos y con voz quebrada dijo:
- ¿Qué?
—Lo que oíste, el verano pasado varios parientes me dieron dinero, además de mis ahorros personales así que tengo suficiente dinero para el viaje.
—Pero...
—Sin peros, yo voy hoy. Sólo tienes que entretener a la familia.
Alessandra sonreía de felicidad, pero aun así le dijo preocupada:
—¿Estás segura? ¿No es muy peligroso que vayas tu sola?