Lucha Eterna. Fuego y Agua 1

2

Cuando recobré la consciencia, un dolor punzante atravesó mis sienes. Me removí incómoda, percatándome de que me hallaba en una superficie mullida y suave, mientras que el ambiente se sentía cálido. Abrí mis párpados y noté que me encontraba sumida en la oscuridad.

Estiré mi brazo, intentando desperezarme, y sentí una molestia del lado derecho de mi torso. Fruncí el ceño, desconcertada, pensando que quizás me había lesionado la noche anterior al salir del club. De inmediato, pequeños pantallazos de imágenes surcaron en mi mente.

¡Habían intentado raptarme!

Entonces, ¿dónde estaba?

A pesar del cansancio y la pesadez que notaba en mi cuerpo, me senté al borde de la cama. Los dedos de mis pies rozaron la fría cerámica del suelo.

Levanté mi rostro para ver a mi alrededor y me sobrevino un mareo. Apoyé mi mano en la parte trasera de mi cráneo, en donde sentía una molestia latente, y percibí que tenía una especie de chichón. Había recibido un golpe y, al parecer, el autor de ese impacto había descargado en mí la ira que había acumulado por Dios sabe cuánto tiempo.

Miré hacia ambos lados y vi un poco de claridad a mi izquierda, en donde se notaban unas cortinas. Me levanté y me acerqué al lugar, dubitativa. Una vez allí, aparté la tela, dejando al descubierto unos afiches que habían sido pegados al vidrio, impidiendo que la luz entrase en la habitación. Quité un trozo de papel y miré hacia el exterior con curiosidad, comprobando que la habitación en la que me encontraba daba a una calle poco transitada. Miré la acera de enfrente, descubriendo una casa rodeada por un jardín cuidado, con enormes árboles y flores de todo tipo.

Si habían intentado secuestrarme, ¿quién en su sano juicio me encerraría en una casa en medio de la ciudad, con las ventanas descubiertas y sin rejas?

Me dije que algo de todo aquello no tenía sentido.

Con esta última reflexión dando vueltas en mi cabeza, forcé mi mente al máximo, tras lo cual pude recordar un poco más de la noche anterior. La última imagen que pude evocar era la de un joven que corría hacia mí, gritando algo que no podía recordar con claridad.

Me giré, dándole la espalda a la ventana y notando como mis pupilas comenzaban a dilatarse, buscando «algo» entre las sombras. Luego de que mi vista se acostumbrara a la penumbra, me percaté de que un haz de luz se proyectaba en el suelo. Había encontrado la puerta, detalle que antes me había pasado desapercibido.

Me acerqué con lentitud, mis pies ya se habían acostumbrado a la cerámica, y a tientas logré asir aquel picaporte que moví hacia abajo, comprobando que la puerta se encontraba sin ningún tipo de traba. Con cuidado, empujé la oscura madera y las bisagras emitieron un leve chirrido al moverse, tras lo cual un rayo de claridad me dio la bienvenida a un pasillo de paredes azules y un suelo de un blanco amarillento.

Giré la mirada hacia mi derecha, observando que había dos puertas; una, casi frente de donde me encontraba, que debía dar acceso a una habitación, y, otra, hacia el final del corredor, que resultó ser la entrada a un baño; algo que pude saber con certeza gracias a que alguien había dejado la puerta abierta y podía divisar la silueta de un lavamanos.

A mi izquierda, el corredor se abría, dando paso a la cocina, hacia donde me dirigí. Al llegar al umbral, observé todo lo que allí había. Las paredes y el suelo eran idénticos a los del pasillo que acababa de atravesar, en una esquina había un pequeño refrigerador, mientras que el resto del espacio era ocupado por un horno, un armario y una mesa estrecha, rodeada por cuatro sillas. En una de las paredes había una abertura que debía comunicar con la sala de estar. Pude deducir esto dado que se oía el sonido de un televisor encendido. Al parecer, estaba sintonizado en un canal en el que pasaban una película. Me dirigí hacia allí y pude ver que se trataba de una habitación pequeña con un sillón para dos personas, una mesa ratona, dos butacas individuales y el televisor anclado a la pared.

—Por fin despiertas —dijo una voz grave, sobresaltándome y haciéndome volver la vista en su dirección.

Un joven se encontraba de pie mirando a través de un ventanal, antes de girarse hacia mí, permitiéndome reconocerlo al instante.

—¿Tú? ¿Quién eres y por qué estoy aquí? —pregunté.

—Primero, de nada. Si no hubiera llegado a tiempo, ahora quizás estarías muerta —contestó, apático.

Miré en detalle su rostro ovalado, analizándolo. Tenía el cabello castaño, tal como había notado la noche anterior; sus ojos eran de un extraño tono: mezcla de marrón y cobre y era unos centímetros más alto que yo. Esta vez llevaba una remera roja y unos pantalones deportivos.

—Gracias —susurré.

—Ahora sí, perfecto. Respondiendo a tu pregunta, me llamo Valentín Fierse, estás aquí porque te salvé de un secuestrador que te golpeó y te dejó inconsciente.

—¿Cómo sé que no eres uno de ellos y piensas matarme? —indagué, recelosa.

—Linda, con la cantidad de preguntas que haces, créeme que ya estarías muerta —respondió con sorna.

Me quedé muda ante tal afirmación. Este chico me había salvado, pero vaya que tenía un humor de perros.

—¿Puedo irme? —inquirí.



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En el texto hay: fantasia, accion, amor

Editado: 03.06.2021

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