Lucía

Extrañas señales

El celular vibraba y se agitaba suavemente sobre la mesa. La pantalla brillaba con el nombre “Martín” y su foto, feliz y sonriente. Estiré un poco la mano para agarrarlo cuando dejó de sonar. Me putié. ¿por qué tuve que dejar que sonara? ¿Por qué no lo atendí en el momento? ¿Y si me quería explicar qué pasó? ¿Y si el policía tenía razón en lo que me dijo anoche?

Levanté el celular y traté de llamarlo, pero parecía que lo había apagado. Intenté una vez más, dos, seis veces, pero nada. Tampoco podía dejarle un mensaje de voz, porque no me dejaba la línea. Me fui a acostar, me saqué la campera y la puse a mi lado, apoyé mi cabeza en la almohada e inevitablemente comencé a pensar y maquinar. ¿Qué pasa, Martín? Espero que no sea una conquista más tuya, por favor.

Cuando me desperté al otro día, me decidí hablar con el Colo. Agarré el celular y volví a ver la llamada perdida de Martín. Otra vez la presión en mi pecho y las ganas de llorar, pero me tenía que contener. Tenía que buscar a alguien que me ayudara con esto y Fabri seguro que sabía dónde podía estar o qué le pudo haber pasado. Abro el whatsapp y le escribí. “Colo, ¿cómo estás? ¿Has visto a Martín?”. Al ratito veo que su EN LINEA y me responde “No, supuse que estaba con vos. ¿Por? ¿Problemas en el Olimpo? Jaja”. La verdad que su chiste no me causó gracia. “No, sólo que no lo veo desde anteayer. Si lo ves o te comunicás con él, por favor decile que me llame”. “Dale”, me respondió, “si lo llego a ver te aviso”.

Agarré mis cosas y me fui a la universidad, ya era lunes otra vez y, me gustara o no, tenía que volver a la rutina. Que Martín me haya llamado me había tranquilizado un poco, pero quería… no, necesitaba hablar con él. Saber qué le pasó.

Pasé toda la mañana y parte de la tarde estudiando. Cada tanto miraba el celular por si tenía un mensaje de él o si llamaba. Lo puse en sonido de nuevo y le puse un tono bien fuerte para poder escucharlo donde sea que estuviera. Abro el whatsapp para escribir en el grupo de estudio y se me ocurre ver su última conexión. Cuando abro su chat, veo que debajo de su nombre están las palabras EN LINEA. Una presión de emoción… o enojo, o decepción, me apresa el pecho. Le escribo “Martín, ¿dónde estás?”. Visto. “¿Martín?”. Visto. “Dale, bobo. Quiero que nos veamos”. Visto. Escribiendo… Un nudo en mi corazón. Escribiendo… Seguro me iba a explicar todo lo que pasó. EN LINEA. Nada más. Ni un texto, ni un emoji, nada…

Inevitablemente lo insulté, cerré el chat e intenté estudiar, pero obviamente no pude. ¿Por qué tenía que ser tan tonto? Esto de hacerse el misterioso ya no me gustaba, más si su “desaparición” fue un chiste bobo que me hizo. Seguro se estaba cagando de la risa en su departamento… ¡SU DEPARTAMENTO! Que estúpida que fui, no se me había ocurrido ir a su departamento para ver si estaba allá. Agarré mis llaves, su campera y salí corriendo para allá.

De mi casa a la suya tengo unos diez minutos en micro, pero quise ir caminando. Tenía que pensar qué le iba a decir, ver cómo reaccionaría. Si me haría la ofendida o lo abrazaría estúpidamente. Dejé que mi mente trabajara tranquila, que se explayara en todo lo que tenía que decir o hacer, me imaginé mil escenarios distintos, me imaginé mil excusas, mil pretextos, mil abrazos y mil besos más.

Estaba en la puerta del departamento. Golpeé la puerta. No hubo respuesta. Toqué timbre, nada. Saco el celular para mandarle un mensaje cuando veo la hora. 18.43. Estaba jugando futbol en la UTN con los chicos. Me senté a la puerta y lo esperé, indecisa si escribirle al Colo o no, o si ir a las canchas y esperar a que saliera. Lo esperé en su casa una hora, dos… Se hicieron las diez de la noche y ni señales de él. Me levanté enojada, seguro que salió. Me sentí estúpida porque no le escribí. Me levanté y volví a mi casa.

Cuando llego, los vecinos estaban en la puerta y la alarma de un auto sonaba. Carlos, uno de los más ariscos, me increpa enojado.

- Nena, ¡desde las seis de la tarde que suena la alarma bendita esa!

- Si te vas a ir, al menos sacá la alarma del auto. Ni ver la tele tranquila se puede.

- Perdón- dije esquivando la mirada de Marta. Seguro no pudo escuchar a la doctora Polo por el ruido-. Ahora le quito la alarma, no me di cuenta.

- ¡Y agradecé que no llamamos a la policía!



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En el texto hay: fantasmas, cuento corto, suspenso

Editado: 05.03.2019

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