Lullaby

h o m e

Canción: Sit down beside me 

Nuestro hogar se basaba en dos plantas. En la primera estaba nuestra sala, donde había una chimenea y arriba de ella se encontraba una foto de nosotros, de nuestra primera cita. La cocina, en donde pasábamos cada tarde preparando un postre con menos de cinco ingredientes, y de todas maneras, obtenían un sabor insólito. El pequeño sofá bajo las escaleras, donde nos acurrucabamos y solo pasábamos un valioso tiempo en silencio, un silencio que prolongaba máximo cinco minutos pero sanaba toda la vida. Cada espacio, habitación y cada lugar, lo habíamos llenado con nuestra esencia. Nosotros estábamos en todas partes. 

Estábamos en nuestra cama, mi espalda se mantenía pegada a tu pecho mientras algunos de mis mechones se movían a causa de tu respiración. La habitación era acogedora, una pared llena de recuerdos plasmados en imágenes, un gran espejo en la esquina con el cual adorabamos tomarnos fotos, un hermoso tocadiscos en el centro de un mueble y, nuestro armario lleno de ropa. Todo lo que más apreciaba de esa habitación. Me pregunto qué habrá pasado con ello. 

Sin embargo, a pesar de estar en la misma cama otra vez, la angustia de nuestra pequeña pelea seguía presente, atormentandome con la idea de que algún día sería tan fuerte que nuestro amor no sería capaz de reparar la grieta y… 

—Buenos días —susurraste en mi oído. Increíble como me salvabas de mi mente sin saber que tenías que hacerlo. Voltee mi cuerpo para estar enfrente tuyo. 

Acerqué mis labios a los tuyos, creando un pequeño roce, una pequeña chispa que me animaba a seguir. Tu cerraste los ojos ante nuestro momento mágico, cuando nos separamos los abriste y sonreiste, yo hice lo mismo. Me quedé perdido en los diamantes que eran tus ojos, cuando los veía directamente no había manera de evitar perderme en la inmensidad del amor que reflejabas en ellos. Junto a ti la eternidad existía, tu y yo éramos eternos. 

—Hay que hacer pancakes —sugerí con un saltito ya estando en la cocina, vistiendo aún nuestra pijama y con sólo calcetas. 

—¿Estás seguro de que quieres arriesgarte? —preguntaste divertido. No te culpaba, siempre terminaba siendo un desastre. 

—Ayer estaba en Youtube y vi un video que se llamaba: Pancakes con tan solo tres ingredientes —mencioné haciendo un medio círculo con mis manos, como si estuviera presentando algo maravilloso. Y claro que lo era, tres ingredientes, cualquiera podría hacerlo. 

—Hagámoslo —decidiste con ese bello brillo en tus ojos. 

Después de buscar los ingredientes en la alacena seguimos el video al pie de la letra, lo observamos dos veces para no perder ningún detalle y después de media hora, nos sentamos en el comedor con nuestro desayuno listo para ser disfrutado. 

—¿Preparado? —cuestionaste alzando la mirada de tu comida. 

—Siempre —Los dos tomamos nuestras cucharas y, después de haber tomado una pequeña porción lo metimos a nuestras bocas. 

Al principio quedé asombrado por el sabor, era dulce y apetitoso. Por un momento, ya veía la gastronomía siendo un éxito para mí, hasta que el último rastro de su sabor llegó; mi lengua quedó estática, retorcida de la sal que la envolvía y otro sabor desconocido que no ayudaba en nada. Mi rostro se contrajo en una mueca y de inmediato mis manos buscaron agua. Sin ver qué fue lo que agarré lo bebí. 

—Sabe horrible —musitaste con una mueca de asco mientras limpiabas tu lengua con tus manos y una servilleta. 

—¿Qué hicimos mal? —pregunté alargando la última palabra, aún con el despectivo horror del sabor. 

—Nada, amor. Simplemente, creo que esto de la cocina no fue creado para nosotros —dijiste dejando la servilleta en la mesa, después te recargaste en la silla. Hice un pequeño asentimiento observando la mesa.

—Escuché que abrieron un nuevo restaurante —solté pasando un minuto. 

—Te das cuenta de que no podemos vivir a basa de restaurantes y comida enlatada, ¿cierto? —dijiste riendo. 

—Bueno, ¿entonces qué quieres hacer?¿Volver a intentarlo? ¿Tal vez nos envenenemos o quememos la casa? —contesté con sarcasmo. 

—Siendo sincero, no creo que lleguemos a poner la comida en el plato antes de destrozar todo —Era una de las cosas que amaba de ti, no te enojaba cuando era sarcástico, de hecho, contestabas siéndolo, siguiendo mi juego. Reí—Vamos —canturreaste empujando la silla para atrás. Caminaste hacia la puerta y tomaste las llaves. 

—Estamos en pijama y no tenemos zapatos —dije siguiendote. 

—Por eso te dije que dejáramos nuestras pantuflas aquí —enunciaste enseñándomelas con un pequeño bailesito. Mordí mi labio antes de seguirte. 

Después de habernos puesto las pantuflas, subimos al carro y nos fuimos al famoso restaurante: Hasty Pastry. Una bella cafetería en el centro de Berlín, era tan acogedora y el servicio espectacular. 

Bajamos y entramos al lugar, de inmediato el olor de un rico desayuno se esparció por mis fosas nasales. Pedimos nuestra comida y nos degustamos esa ambrosía para nuestro paladar, todo fue asombroso. Fue una hora llena de diversión, de pláticas amenas, que llegaban al corazón y con molestas abejas sobre nuestra merienda. Fue maravilloso, como todo lo que hacía a tu lado, podríamos recoger basura juntos y de todas maneras elegiría eso cien veces. 

Días después, me encontraba en nuestro sofá, largo y negro, siempre me encantó, daba un aspecto elegante a nuestra morada. En fin, un libro se posaba en mis manos, los poemas de Emily Dickenson estaban en plasmadas en una hoja, el poema decía así:

Sentí un funeral en mi cerebro,

los deudos iban y venían

arrastrándose -arrastrándose -hasta que pareció

que el sentido se quebraba totalmente –

y cuando todos estuvieron sentados,

una liturgia, como un tambor –

comenzó a batir -a batir -hasta que pensé

que mi mente se volvía muda –

y luego los oí levantar el cajón




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