Lumaria

Capítulo 4

Las mañanas de verano siempre son húmedas, aun estando en las montañas puede sentirse el calor que ha agobiado al planeta durante años debido a toda la destrucción humana para matarse entre ellos incluso hoy en día.

Me levanto de la cama observando la hora, no puedo saltarme nada, tengo una rutina perfectamente equilibrada que me gusta seguir antes de que salga el sol.

Primero, los ejercicios en el pequeño gimnasio integrado en el pent house, después de dos horas, la bebida energética natural en ayunas. A la media hora tomo las pastillas que me recomendó el terapeuta para estimular mi cerebro, una vez que todo está hecho, subo hasta mi habitación nuevamente, dejando que las esferas asistentes se encarguen de todo en la cocina.

Ella sigue acostada, envuelta entre las sábanas grises hechas con una seda tan fina y suave que se ajusta bien a su sexy figura, resaltando sus curvas, demostrando lo delgada que es debido a sus exigencias de imagen. La miro con seriedad preguntándome como alguien tan banal puede dormir con placer sin tener el más mínimo instinto de supervivencia.

Si tan solo su cerebro sirviera para otra cosa que no solo sean cosméticos y berrinches como si fuera una mocosa de cinco años, no estaría aquí conmigo.

—Levántate — hablé con dureza.

La melena enmarañada de color chocolate se esparce de una almohada a otra cuando se gira, ruedo los ojos con fastidio porque a pesar de estar dormida busca mi compañía.

Palmeo dos veces las manos para que las persianas eléctricas se abran dando paso al sol que le da de lleno en la cara haciendo que se queje.

—Qué linda manera de despertar —expresa con sarcasmo en un tono arrastrado.

Estira todo su cuerpo, yo paso a un lado ignorándola después de que mi asistente virtual abriera también las gavetas donde se guardan las toallas.

Tardará en despertar completamente porque no suele hacerlo a esta hora de la mañana, cuando está aquí aprovecho los cortos minutos de paz que deja en esos pequeños espacios que aprendí a memorizar con detalle.

No se me escapa nada por alto, menos una presa tan gorda como ella.

—En mi defensa, te lo pedí más amable la primera vez. —Pronuncie con indiferencia.

Dirijo mis pasos a lo que a simple vista puede parecer una pared a cualquiera que entre, cuando en realidad, es una puerta electrónica que se activa con el rastro de calor -como casi toda la casa-.

Programe al asistente para que conozca mi rutina al pie de la letra, solo habla cuando tiene que hacerlo y que hace todo lo que le pida cuando se lo ordeno. Le di ciertas libertades, pero nada que no sean cosas del hogar, como la seguridad y la limpieza.

—Buenos días mi lord.

—Agua caliente en la tina y fría en la ducha, Kiri —demande.

—Como desee mi lord.

—Coloca música clásica.

—Entendido.

El sonido de la melodía se mezcla con la regadera, un suspiro abandona mi cuerpo soportando el frío en el que se someten mis músculos tan temprano a la mañana, observo mis manos amoratadas, lo mismo con la parte baja de mi abdomen chistando la lengua cuando recuerdo a aquel desgraciado.

Prefiero el agua caliente, pero tengo que limpiar y purificar mi cuerpo antes de meterme a la tina y ayudar a que la recuperación en las zonas dañadas se regenere más rápido. Tallaba y frotaba tomando mi tiempo, dejando que el cuerpo se relaje, que se limpie como es debido hasta salir de la ducha.

No me muevo por un rato, solo me quedo aquí escuchando la suave melodía, permitiéndole a mi cerebro estimularse con cada nota cerrando los ojos cinco segundos. Exhalo e inhalo con lentitud, bloqueando el paso de malos recuerdos la noche de ayer antes de que pasara buscando a mi amante regular.

Tarareo estimulando más a mi cerebro, balanceo mi cuerpo con movimientos lentos cuál vals de fiesta formal. Cabeza, manos, pies; todo perfectamente al compás de los violines, lo mismo ocurre con los dedos, como si fuera yo el que toca en este instante los instrumentos. Estando en la tina puedo seguir disfrutando de una mejor sensación corporal y musical que antes.

Como es de esperarse, los censores neuronales se disparan, en número todas las posibles quejas que llegarán hoy del consejo que, por supuesto, ya tengo las soluciones ante su amargura mañanera.

Son un montón de viejos inútiles que no hacen nada más que estorbar, enlisto los pendientes primordiales para el día de hoy, todavía con ojos cerrados disfrutando de la música. Hasta que, esta se detiene cuando unas manos pequeñas y delicadas rodean mi cuello, acariciando mi pecho a la par de sus labios besando mi cuello.

Maldita sea.

—Qué malo eres. —Susurra. Justo ahora su voz no me parece nada sensual.

— ¿Por qué? —Pregunto pareciendo ajeno ante lo que dice cuando sé que significa.

— ¿Cómo que por qué? —exclama incrédula—; me dejaste en la habitación sin más, sin invitarme a bañar contigo siquiera.

La voz aguda de niña chiquita y consentida me fastidia, si no fuera porque necesito de sus acciones familiares ya la habría desechado.

—Perdona, tengo una junta muy importante hoy y tengo que llegar temprano.

Giro medio cuerpo para mirarla a los ojos acompañados de una sutil sonrisa coqueta. Respondí:
—Por eso necesitaba estar solo un momento. Debía concentrarme, cariño.

Estúpida.

Para que creyera el falso tono de disculpa, acaricie su barbilla dejando un casto beso en sus labios. Esto pareció convencerla, al menos, hacerle creer que ella tiene el control de las cosas. La verdad es que es tan perversa y caprichosa que consigue todo lo que quiera con solo llorar al inepto de su papá.

—Estás perdonado —sonrió.




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