Alejandro cerró la puerta de la habitación 309 con un ruido seco. Su respiración era pesada, y el sudor le perlaba la frente. La sangre seca en el lavabo, las marcas en el suelo, y ese mensaje escrito en el espejo —"No te fíes de ellos"— eran suficientes para encender todas las alarmas en su mente. Pero lo que realmente lo inquietaba era la figura que había visto en el pasillo. Alta, delgada, y con un movimiento que no podía describir como humano.
Mientras regresaba al puesto de enfermería, la sensación de ser observado lo seguía como una sombra. Se giró dos veces, seguro de que alguien lo estaba siguiendo, pero el pasillo estaba vacío. Sin embargo, las luces parpadeantes y el eco de sus pasos parecían burlarse de él, amplificando su paranoia.
Cuando llegó al puesto, Clara y Gabriela lo estaban esperando. Ambas parecían ansiosas, como si supieran que algo había pasado.
—¿Qué encontraste? —preguntó Clara, en voz baja, como si temiera que alguien pudiera escuchar.
Alejandro dejó el expediente de la 309 sobre la mesa y se frotó las sienes.
—La habitación estaba vacía, pero había rastros… marcas de ruedas, sangre seca en el baño. Y en el espejo…
—¿Qué había en el espejo? —insistió Gabriela, con los ojos muy abiertos.
—Un mensaje. Alguien escribió: "No te fíes de ellos".
El silencio que siguió fue denso. Clara cruzó los brazos y miró hacia la ventana, mientras Gabriela se sentaba lentamente, como si sus piernas no pudieran soportar el peso de la información.
—Esto ya no es solo un mal presentimiento, ¿verdad? —dijo Gabriela, con un hilo de voz.
Alejandro negó con la cabeza.
—No. Y creo que el paciente de la 309 fue trasladado a algún lugar en este hospital. Vi marcas de ruedas, como si hubieran movido una camilla.
Clara exhaló lentamente, como si tratara de contener el pánico.
—¿Lo buscaste en los registros?
—No hay nada más. Solo ese símbolo, Theta. —Alejandro señaló la insignia en el expediente.
—¿Qué significa?
Clara no respondió de inmediato. En su lugar, se inclinó hacia ellos y habló en un tono casi inaudible.
—Hace años, hubo rumores sobre una "unidad experimental" en este hospital. Nunca se confirmó nada oficialmente, pero algunos miembros del personal decían que había un ala oculta donde llevaban a ciertos pacientes. Los llamaban "casos Theta".
Gabriela la miró fijamente.
—¿Y qué les hacían?
Clara hizo una pausa, como si temiera las palabras que estaba a punto de decir.
—Nadie sabe. Pero los pacientes nunca volvían.
Alejandro decidió que no podía quedarse quieto. La inquietud era como un insecto que le picaba constantemente, empujándolo a actuar. Tenía que saber más sobre los "casos Theta" y sobre la supuesta unidad experimental. Pero sabía que no podía hacerlo solo.
Esa noche, después de que el hospital se calmara, buscó a alguien que había evitado desde su llegada: Rodrigo Vázquez, un camillero que tenía fama de saber más de lo que decía. Rodrigo era conocido por su carácter gruñón y su actitud cínica, pero también porque parecía tener un conocimiento inquietante de los rincones más oscuros del Lumen.
Lo encontró en la sala de descanso del personal, comiendo un sándwich de jamón que parecía tan viejo como las máquinas de café del hospital. Rodrigo levantó la vista cuando Alejandro entró, y su expresión mostró una mezcla de curiosidad y desconfianza.
—¿Qué necesitas, doc? —preguntó, con la boca llena.
—Respuestas. —Alejandro se sentó frente a él, directo al grano.
—Quiero saber qué pasa con los pacientes Theta.
Rodrigo dejó el sándwich a un lado y lo miró fijamente, como si evaluara si valía la pena contestarle. Finalmente, soltó un resoplido.
—¿Y qué te hace pensar que yo sé algo?
—Porque todos aquí saben que tú ves y oyes cosas que los demás no.
Rodrigo sonrió, pero no era una sonrisa amable.
—¿Y por qué debería contarte algo?
—Porque esto ya se está saliendo de control. —Alejandro se inclinó hacia adelante, tratando de convencerlo.
—Dos pacientes desaparecieron anoche, y una mujer murió en circunstancias que no puedo explicar. Hay algo oscuro en este hospital, y no pienso ignorarlo.
Rodrigo se quedó en silencio por un momento, tamborileando los dedos en la mesa. Finalmente, suspiró.
—Está bien. Pero lo que te voy a decir no te va a gustar.
Rodrigo lo llevó a un rincón apartado del hospital, un lugar donde las cámaras de seguridad no llegaban. Su voz era baja, y sus palabras estaban cargadas de advertencias.
—Hace años, se creó una división dentro del hospital. Era algo secreto, financiado por una organización externa. Traían pacientes en condiciones terminales, los más vulnerables. Gente sin familia, sin recursos. Decían que estaban desarrollando tratamientos experimentales, pero nunca vi que salvaran a nadie.
Alejandro sintió que un escalofrío recorría su espalda.
—¿Qué les hacían?
—No sé los detalles. Lo único que sé es que usaban las salas más antiguas del hospital, las que están en el subsótano. Nadie va allí, excepto el personal autorizado.
—¿Y Ortega? —preguntó Alejandro, apretando los puños.
Rodrigo asintió lentamente.
—Ese tipo no llegó aquí para ser un médico más. Él dirige todo. Y si estás hurgando donde no debes… bueno, espero que tengas cuidado, doc.
Esa noche, Alejandro no pudo dormir. Pasó horas revisando los planos del hospital en su tablet, tratando de encontrar una entrada al subsótano. Finalmente, dio con algo: una escalera de acceso cerca del ala abandonada en la planta baja.
Sabía que estaba jugando con fuego. Pero también sabía que no podía ignorar lo que estaba ocurriendo. Si existía una "unidad experimental", tenía que encontrarla. Y esta vez, no se detendría hasta llegar al fondo del misterio.
Mientras caminaba por el pasillo hacia la escalera, la sensación de ser observado volvió a perseguirlo. Y cuando llegó a la puerta que llevaba al subsótano, se detuvo. Había algo extraño en el aire, un frío antinatural que parecía emanar de las paredes.