Daniel había despertado de un largo sueño, se sentía débil, añoraba los días en que podía ser un chico normal, los amigos que había dejado atrás y las actividades que disfrutaba hacer, aquellos tiempos de humildad y despreocupaciones. Habían quedado en el pasado los días en que pasaba horas tocando la guitarra y cantando, sentado en la playa rodeado de sus amigos. Aquello era una de las cosas que más disfrutaba hacer, pero después alejarse de aquel lugar, no pudo hacerlo más.
Abrió los ojos y miró al techo de la habitación. Era de un color blanco inmaculado, el olor penetraba en su piel, ese aroma a medicamentos, a desinfección, a hospital, ese aroma que tanto odiaba. Intento sentarse pero no pudo, pudo escuchar como sus huesos crujían y como sus extremidades temblaban por el esfuerzo, ya no le quedaba energía, lo poco que guardaba con recelo para alguna situación especial la había perdido al ayudar a aquella chica. Pensó en ella, en toda la sangre que había perdido y tuvo temor. “¿Estará bien?” se preguntó suspirando.
Lina y Estela estaban sentadas junto a un gran ventanal que daba a los jardines. Lina no pudo evitar perderse entre los árboles, observando el vaivén de las hojas, sentía que algo allí la llamaba. Estela por su parte, algo nerviosa sostenía una carpeta sobre sus piernas, buscaba la mejor manera de plantearle su idea a Lina, teniendo claro que quizás no sea favorable. Levantó la carpeta, la abrió y le mostró los documentos a la joven. Lina la miró extrañada.
-Estos son los informes de los chequeos que se te hicieron mientras estabas hospitalizada.- dijo Estela entregándole los papeles.
-¿Me hicieron exámenes?- preguntó Lina sorprendida.
-Sí. Son los exámenes de rutina.
-¿Esto es lo que quería decirme?
-Déjame contarte algo.- dijo suspirando.- Ya sabes que Daniel está enfermo; mi hijo. Llegamos aquí por un chequeo. Él te ayudó y de cierta manera, te salvó. Si no te hubiera visto a tiempo tú podrías haber muerto. Aplicó los primeros auxilios y detuvo el sangrado con su propia camiseta.
-¿De verdad? No se imagina cuanto se lo agradezco.
-Lo sé, pero sabes, me llama mucho la atención tu rápida recuperación. El doctor tampoco lo comprende.
-Yo tampoco lo comprendo.
-Lina. Vi tu hogar, hablé con tu padre y sé que no tienes a dónde ir.- dijo buscando una forma de persuadirla. - Solicité otro examen tuyo, estoy esperando los resultados.
-¿Otro examen? ¿De qué se trata?
-Si este examen sale positivo tú tendrás la oportunidad de agradecerle a Daniel lo que hizo por ti.
-No entiendo a qué se refiere.
-Daniel está al borde de la muerte. Necesita un trasplante de medula. No hay donantes. Si tú eres compatible ¿puedes ayudarlo?
Lina guardó silencio, recordó lo que sintió al tocar su mano, un trasplante de médula no sería suficiente para salvarlo, lo que había en su interior era algo distinto a una simple enfermedad. ¿Acaso sería posible que no supieran de ello? Se preguntaba y sin dudarlo siquiera pensó en ayudarlo. “Usa tus habilidades” susurró una voz, desconcertándola. “Eso haré” le respondió.
-Haré todo lo posible para ayudarlo.-dijo segura de sí.
-Gracias.- respondió Estela.- No sabes cuánto te agradezco.
-¿Cuándo tendrá los resultados?- preguntó Lina.
Ella dudaba de la compatibilidad con aquel joven, pero igualmente buscaría la forma de serlo.
-Esta tarde. –respondió Estela esperanzada.
-¡Bien! ¿Podría ver a su hijo antes? Quiero agradecerle.
-Puedes ir ahora. Aunque en su condición no sé si se dará cuenta. Ha estado durmiendo.
-No importa. Solo quiero verlo.
Ambas se dirigieron a la habitación de Daniel. Lina pensaba en lo que había visto, quizás debía corroborarlo, quizás realmente solo necesitaba un trasplante, pero de alguna manera sentía que era su deber hacer algo. Al verlo allí, tendido sobre la cama vino a su mente aquella rara sustancia, “No” se dijo “esto es algo más” “Debo hacer algo” “Puedo hacerlo” se decía convenciéndose de que era capaz de hacer cosas extraordinaria. Recordó al hombre de la calle y las palabras que le dijo en aquella ocasión: "el poder de la mente" pensó apretando los puños con fuerza.
-Pasa. –dijo Estela tocando su hombro.- Yo me quedare aquí.
Lina entró en la habitación, mientras Estela cerraba la puerta tras ella, dejándola sola con el muchacho. Caminó guardando silencio y se sentó al lado de Daniel, quien estaba con los ojos cerrados.
-Daniel. -susurró tomando su mano.- Es un bello nombre. Gracias Daniel. Gracias por salvarme.
El joven no reaccionó. Lina supuso que se encontraba durmiendo, pero la energía que le transmitía aquel contacto le indicaba que no era así. Por su parte, Daniel estaba despierto y consciente, simuló estar dormido manteniéndose en silencio, quería seguir sintiendo el cálido tacto de aquella chica, algo le transmitía, algo que no podía explicar.
-Ahora te salvaré yo. –dijo la joven.- Con esto pagaré mi deuda.
Apretó suavemente la mano de Daniel, cerró sus ojos y verificó su mal. Descubrió donde se acumulaba la extraña sustancia; era una masa negra pegajosa, vio su compatibilidad y efectivamente no lo eran, sin embargo, ella podía modificarlo.