El haz de luz amarilla que provino de la puerta la cubrió por completo.
- Lorena, hija…
Era Esther, su madre. Lorena suspiró con alivio.
- Me he metido un buen golpe en las sentaderas por querer llegar antes de que abrieras la puerta, mamá, pensando que era papá.
- Da por buena suerte que él ahora mismo está roncando como un león. Le causaría rareza verte a estas horas deambulando por el jardín. ¿Qué haces? Es ya muy noche y me alarmé al no verte en tu recámara. Y has salido sin abrigarte, aparte de todo. ¿No tienes frio? ¿Te sientes bien? ¿Ocurre algo? ¿Por qué no estás durmiendo?
Lorena dibujó una sonrisa inocente en los labios. Miró a su madre con amor y se quedó viéndola callada, sin ninguna intención de responder a todas esas preguntas.
- Siéntate aquí, mamá, junto a mí.
- Hija, el sereno puede enfermarte.
- Ni el sereno, ni las flores, ni el jardín entero pueden enfermarme de nada. Algo tan bello, desprendido de la naturaleza, no puede ser tan malo. ¿Ya viste la luna?
- Es hermosa. – le respondió Esther acomodándose el camisón de la parte de abajo para que le permitiera doblar las piernas y sentarse junto a ella.
- Allá quiero ir cuando muera.
Lorena dejó la luna de lado para mirar con reproche a su madre.
- No digas eso, mamá. Aunque estes enferma, quiero pensar que para que eso ocurra falta mucho.
Esther no dijo nada, solo le dirigió una mirada amorosa y una larga sonrisa.
- Te quiero. – le dijo Lorena a su madre antes de dejar caer la cabeza en el regazo de ella.
- Yo quiero que seas muy feliz. Por eso debes hacerme caso en lo que te he dicho. – Esther adquirió un tono serio.
- ¿Te refieres a lo de la carta?
- Si.
- ¿Me vas a contar?
- En ella te cuento todo. Ten paciencia. Solo te pido eso, porque no quiero pasar lo que me resta de vida llorando mi propia historia. No me hagas eso, mi niña.
- ¿Es triste?
- No, hija. No precisamente. Fue lo que tuvo que ser y no me arrepiento absolutamente de nada. ¡Volvería a vivir cada instante!
- Puedo imaginarme a grandes rasgos de lo que se pueda tratar.
- No te imagines nada. Ten paciencia. Espera a que yo muera para que lo sepas.
- Entonces no quiero saberlo, mamá. No quiero que hables de tu muerte como si fuera algo tan esperado.
- Lo es, princesa. Aprendí en estos últimos años a esperar la muerte como si fuera un lindo regalo. ¡El mejor de todos!
- Para mí es algo doloroso pensar en ello.
- Al principio lo será, pero cuando abras esa carta lo verás de otra forma. La vida es un regalo que no acaba con la muerte. Yo siempre voy a vivir en tu corazón y en tus recuerdos.
Lorena quiso ser fuerte pero no pudo con el peso de dos lágrimas que se asomaron por sus ojos.
- No llores, mi nena.
Esther le acercó las manos para limpiarle las lágrimas.
- Necesito que seas fuerte.
- Te admiro, mamita. Tú sí que eres muy fuerte.
- Debes serlo tú también para lo que venga de ahora en adelante.
- Te prometo que lo seré. – Lorena suspiró con profundo pesar y enseguida besó la mano de su madre.
- Señora, – escucharon que alguien llamaba desde el marco de la puerta de la casa.
Esther y Lorena saltaron de la parte de los hombros, sorprendidas. Se giraron del cuello para observar a la mujer que parecía tener un buen rato recargada en la entrada.
- Estela, ¿Qué haces ahí?
- Disculpe señora, no era mi intención asustarlas, es que escuché ruidos, bajé a la sala y vi la puerta abierta.
- No te preocupes, Estela. Ya estamos por volver a la cama. – Esther se incorporó con cierta dificultad. De inmediato, la mujer de alrededor de los cuarenta años, a quien llamaban Estela corrió a apoyarla. También Lorena la tomó de un brazo.
- Señora, usted no debe andar a estas horas fuera de su cama. Recuerde que no debe cansarse.
- Si, mamá, Estela tiene razón. Vamos ahora mismo a tu cama.
- Usted tampoco señorita Lorena, no debe andar a estas horas en el jardín. Se puede enfermar, pues la humedad de las plantas a veces hace que a uno le calen los huesos.
- Descuida, Estela. Solo me sentí con ganas de ver la luna.
- Es muy hermosa. – Estela levantó la mirada. – Pero junto a la penumbra del jardín parece el escenario de un cuento de terror. No se si eso es encantador o espeluznante.
- Depende de los ojos que lo vean, estela. – Lorena quiso sonreírle a la ama de llaves, pero consideró desagradable su comentario.
Llegaron a la sala. Estela pidió a Lorena que llevara a su madre hasta la habitación mientras ella se encargaba de cerrar la puerta y apagar las luces.