Luna Helada

Capitulo II: Despedida inesperada

  Un tirón de puerta anunció la llegada de dos soldados a Nemolav, la tensión y el ruido del ambiente forzaron el silencio absoluto del lugar, probablemente más de uno temió estar en búsqueda y captura. Vestían uniformes de color negro, sombreros de copa y coraza de metal grabada con notable distinción de la corona encima del escudo dorado de leones azules, sello oficial de la guardia real. No fue difícil encontrar a Mørktranse, este de inmediato supo de qué se trataba incluso en estado de ebriedad, era muy requerido por el reino y acostumbraba ser localizado por mensajeros reales, con más frecuencia cuando la situación era convulsa.
—Va a ser que Dinamarca no perdura sin mí—dijo Styrker irónico rompiendo el silencio del ambiente.
  Los soldados se acercaron a medida que el asombro del sitio retomó su normalidad continuando una noche como otra cualquiera.
—Comandante!!!—Exclamaron los soldados alzando los brazos derechos sobre sus sienes con puños cerrados, saludando con respeto.
—Es medianoche, no creo que sean horas, ya iba de salida.
—Perdone, Comandante, el viaje fue complicado e inesperado, el Rey solicita su presencia en la corte a primera hora.
—Entiendo, ansiaba que llegase este momento.
  Orsi, que escuchaba curioso la conversación y conocía cada noche un poco más a Styrker, sabía de qué se trataba. Había llegado la hora de que Dinamarca tomara papel sobre el conflicto religioso del Sacro Imperio Romano Germánico que azotaba desde 1618 a Europa Central. Su cliente favorito se ausentaría por una temporada.
—Soldados, háganle saber al Rey que puede contar con mi asistencia, llegaré antes del mediodía.
—A sus órdenes!—obedecieron al instante poniendo rumbo a Copenhague.
Orsi, que sentía admiración y afecto por Styrker, no pudo evitar despedirse con optimismo: 
—Guardaré el mejor Askvavit que pueda conseguir para tu regreso, no tardes.
Styrker eufórico, sonrió a su amigo, chocaron puños y abrió camino a la salida.

  En el trayecto de retorno a casa, la bebida y emoción de noticias recibidas se vieron apagadas por la imagen de Sorine apoyada en la ventana del segundo piso, afligida por su partida. Una extraña sensación de duda inundaba su interior quitándole seguridad a su tan esperada partida, quizás no era tan deseada como él creyó. Quizás sólo fue la dificultad para afrontar sus responsabilidades: ahora era el Duque de Amager y si conservaba su rango militar era por temor a desprenderse de él y que su ego no volviese a ser de espigado alarde.
—Dios, Sorine no podrá aceptarlo, no se cómo hacer con ella.—se dijo a sí mismo acompañando a su preocupación.
  La angustia no dejaba de inundar su cordura, no podía seguir así para siempre...se hacía imposible la capacidad de mantener equilibradas ambas partes de su corazón, tarde o temprano tenía que decidir. La incomodidad de su disputa interna dañaba con espinas su destino. No encontraba qué decirle, ni de qué forma hacerlo, se avecinaba una batalla más dura que las lideradas en el ejército y era una victoria que no le merecía la pena, su rango obligaba a acudir ante el Rey de forma indiscutible. Un puñal sí que tenía clavado en su alma, todas las noches la echaría de menos, ya no estaba muy seguro de querer irse pero darse cuenta de eso sería otra odisea para la que no tenía tiempo.
  Sorine se hallaba en el interior de la casa, sentada en el primer peldaño de la escalera que comunica con la segunda planta. Pasó un rato de que esos soldados se presentaron ante ella buscando a su esposo, por más que quería mentir y no decir donde estaba, sabía que eso no era posible. Era consciente de que iba más allá de ambos: nada podría impedir otra despedida. A estas horas ya debería estar de regreso, estuvo esperándolo algunas horas y aunque moría por dentro algo le decía que debía inspirarle fortaleza y evitar que marchase incompleto, carente del amor que profesaba hacia él. Dentro de sí una hoguera se apagaba y un mar de dudas crecía. Numerosas preguntas invadían su mente y oprimían su pecho, las inseguridades hacían sus manos temblar, la llegada de Styrker suponía verlo una última vez. Nunca era seguro si regresaría entero o con los ojos cerrados y el corazón en pausa eterna. 
  Sonaron botas contra el suelo y Sorine fue presa de una mezcla de alivio y tristeza que explotó en una carrera desenfrenada hacia sus brazos, justo cuando este cruzaba el umbral de la entrada. Clavó la frente en su pecho con fuerza y rompió en llanto incapaz de controlar su agonía. Este la rodeó por completo y la presionó contra sí, Sorine no solía mostrarse frágil ni vulnerable a despedidas entre ellos...él se sintió mal por ambos, por un instante fue como si no quisiera marcharse y repudiara los momentos en que soñó lo contrario, fue un egoísta y por ese instante lo supo. Su camisa humedecida descubría el secreto de sus lágrimas, develó un amor que lo esperaba y sufría sin merecerlo, una calidez protectora que regalaba calma iluminando su oscuridad. Habían pasado apenas unos meses de su regreso de Países Bajos y ya debía marchar otra vez, ahora que lo pensaba con más claridad, no tenía mucho sentido matar hombres como un salvaje en medio de un campo de batalla donde ella no lo podía abrazar y en realidad la necesitaba. Fue increíble presenciar como unos minutos de reparo podían dar solución a todos los pesares ahogados en Nemolav que ahora perdían sentido y afloraban como perdición. Ese instante en el que Styrker percibió su incapacidad de observar a su alrededor al menos una vez.
—Hemos pasado por aquí antes, jamás te lo habías tomado de esta forma.
  Sorine se reclinó hacia atrás para mirarlo directamente, tenía el rostro hinchado, las mejillas irritadas y el entrecejo fruncido. Era una mujer hermosa, a la que Styrker deseó para él nada más ver en aquella fiesta organizada por el rey Christián IV para recibir el inicio del año 1613. En aquel entonces aún no poseía el rango de Comandante y ella le fue presentada como Duquesa de Amager. De cabellos largos y rubios como los rayos del sol, ojos azules muy claros como el cielo reflejado en un manantial, de figura tallada por los dioses en mediana estatura.
  Lanzó un gesto incrédulo que lo hizo sentirse apenado por tanta insensibilidad, secó su rostro con las yemas de los dedos y preguntó en un intento fallido de recomponerse:
—¿Cuánto tiempo será esta vez?
—No lo sé, podría pasar un temporada.
—No mientas, necesito saber.—Precisó mientras reprimía sus lágrimas.
—El Rey ha ordenado mi asistencia inmediata, supongo que entramos en guerra con el Sacro Imperio, puedo tardar unos años, lo siento mucho Sorine.—Añade Styrker con voz débil.
—Tu armadura y espada están sobre la mesa.—Murmuró Sorine derrotada y sin querer escuchar más al respecto.
—Lo siento mucho.—Respondió cabizbajo con el alma encogida.
  Faltaban pocas horas para el amanecer, el tiempo no corría a su favor, aunque quería dilatarlo debía poner rumbo a Copenhague con urgencia. En su interior se revelaba la verdadera decisión a su destino, a pesar de la carencia emocional y vanalidad insuperable que lo definían. Se dirigió hacia la mesa, contempló por unos segundos el brillo de su armadura y la luminosidad del filo de su espada de acero bien pulido dando imagen de espejo. Sus botas de cuero seguían siendo tan rudas como recordaba, limpias, sin rastro de polvo, estaba claro que Sorine no perdió tiempo en ordenar que su equipo estuviese preparado. Una vez colocado su atuendo envainó el arma y la colgó en la cintura, volvió a verse como el temido y despiadado Comandante Styrker Mørktranse, de estatura alta, notable fortaleza corporal, piernas y brazos resistentes preparados para cargar el peso de la espada durante días y rostro relajado que escondía en su despreocupación la sangre fría de un guerrero nórdico, la figura de un gigante de batalla.
  Se despidió de su esposa, la besó como si una eternidad se acercase a la distancia que se avecinaba entre ambos. Esta logró mantener la compostura proporcionando seguridad, lo observó partir dirigiéndose a su caballo, simulando conformidad y evitando estorbar sus obligaciones, siempre supo que ser su esposa no sería fácil, guerras sobran y más a quien nació para perseguirlas. Styrker montó el caballo, se acercó a la salida de la propiedad despidiéndose del ambiente hogareño que tanto le costó valorar. Al voltear observó a Sorine, alzó la mano y le dijo con voz alta y alentadora:
—Regresaré y será para siempre.
Arreó su caballo partiendo a toda prisa.



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En el texto hay: psicologico, gotico, terror

Editado: 12.09.2021

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