Mientras tanto, en el chalet suizo, la fragilidad de Vanessa se hacía más evidente con cada día que pasaba. Las amenazas de Borja, la soledad y la partida de Hugo, la habían dejado al borde del abismo. Una tarde, mientras se sentaba en el balcón, mirando la majestuosidad indiferente de los Alpes, un toque suave en la puerta la sobresaltó.
–¿Vanessa?– , la voz era suave, familiar, llena de preocupación. Era Emma.
Vanessa se levantó, sus ojos cansados e hinchados. Corrió a abrazar a su amiga, las lágrimas brotando sin control. Emma la sostuvo con fuerza, sintiendo el temblor de su cuerpo.
–Oh, Emma– sollozó Vanessa, la voz ahogada por las lágrimas. –Estoy tan... tan cansada. Esto es demasiado. Las amenazas de Borja, Hugo... se fue. No puedo más–
Emma la guio hasta un sofá, sentándose a su lado y acariciando su cabello con ternura.
–Lo sé, mi amor. Lo sé que es duro– dijo Emma con compasura. –Pero no estás sola. Estoy aquí. Siempre lo estaré–
Vanessa se aferró a Emma, buscando consuelo en su presencia. –Él... él lo sabe todo, Emma. Borja sabe lo que hice. Sabe que Hugo lo sabe. Me lo restregó en la cara. Y Hugo... se fue. Dijo que no podía quedarse y verme caer en la oscuridad–
Un nuevo torrente de lágrimas la asaltó. –Lo echo tanto de menos, Emma. Su fuerza, su moralidad. Su amor. Siento que lo perdí por esto, por tratar de sobrevivir, por tratar de proteger lo que aún tengo–
Emma la dejó llorar, sabiendo que Vanessa necesitaba desahogarse.
–A veces, Vanessa, las decisiones más difíciles son las que más duelen– dijo Emma suavemente. –Pero no te hace menos valiente, ni menos humana. Hugo te ama, estoy segura. Solo necesita tiempo. Y tú necesitas encontrar tu propia fuerza de nuevo. La Vanessa que conozco, la que enfrentó a la corrupción y construyó un imperio, está ahí, debajo de todo este dolor–
Vanessa levantó la vista, sus ojos aún rojos, pero con una pequeña chispa de la determinación que Emma reconocía.
–Siento que me estoy perdiendo a mí misma en todo esto– admitió Vanessa, su voz un susurro. –Pero no puedo rendirme. No después de todo. No ahora–
El apoyo de Emma fue un bálsamo para su alma herida, un pequeño rayo de luz en la oscuridad que la envolvía. Vanessa sabía que la batalla estaba lejos de terminar, y que el precio de la victoria podía ser aún más alto. Pero por primera vez en días, no se sentía completamente sola...
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A miles de kilómetros de distancia, en la opulencia de Beverly Hills, Hugo se sentía como un extranjero. Había logrado contactar a Jonas Williams, pero el reencuentro con su viejo amigo había sido tenso. Jonas, aunque accedió a mirar los datos que Hugo había recolectado sobre Borja, no estaba dispuesto a comprometerse de lleno en lo que él consideraba una guerra ajena.
–Hugo, te lo digo de una vez– había espetado Jonas, sus ojos pegados a las pantallas de su laboratorio improvisado. –Esta gente está en otra liga. No es el tipo de problema que se arregla con unos cuantos códigos o un hackeo ingenioso. Estás en la mira de serpientes venenosas, y si te metes, te morderán. Y yo no estoy en el negocio de los antídotos–
A pesar de la reticencia de Jonas, Hugo no se rendía. Sabía que necesitaba más apoyo, más información, quizás incluso un nuevo ángulo. Fue por eso que, a instancias de un contacto de Jonas en el mundo tecnológico, asistió a un exclusivo evento de beneficencia para la investigación de la inteligencia artificial. La sala de un lujoso hotel estaba abarrotada de magnates, filántropos y jóvenes talentos, todos vestidos con elegancia, el champán fluyendo y el murmullo de conversaciones importantes llenando el aire.
Hugo, con un esmoquin que le sentaba a la perfección pero con una expresión sombría, se sentía fuera de lugar. Su mente seguía en Suiza, con Vanessa, y la imagen de su dolor le nublaba los sentidos. De repente, una voz suave y melodiosa lo sacó de sus pensamientos.
–Perdona– dijo la voz, –tu mirada está tan perdida que pensé que te habías teletransportado a otro universo. Espero que sea uno más interesante que este–
Hugo se giró. Ante él se erguía una mujer de una belleza impactante. Cabello oscuro y sedoso que caía en cascada sobre sus hombros, ojos de un color ámbar profundo que parecían contener mil secretos, y una sonrisa enigmática que apenas curvaba sus labios. Su vestido, de un diseño audaz pero elegante, acentuaba una figura esbelta y grácil. Había algo en ella, una energía magnética, una inteligencia palpable, y un aura de misterio que lo envolvió al instante.
–Disculpa– respondió Hugo, algo cohibido. –Solo... estoy pensando–
–Se nota– replicó ella, su voz con un leve acento que Hugo no pudo identificar de inmediato. –A veces, pensar demasiado es una carga. Mi nombre es Denmet–
Extendió una mano pequeña y delicada. Hugo la tomó. Su piel era suave, pero el apretón, aunque breve, era firme y seguro.
–Hugo– dijo él, presentando su nombre.
Denmet lo observó, sus ojos ámbar fijos en los suyos. No era una mirada coqueta, sino de análisis, casi de reconocimiento. Una punzada de inquietud recorrió a Hugo. Era como si ella ya supiera algo sobre él.
–Hugo– repitió Denmet, saboreando el nombre. –Un nombre con historia. Un hombre con una tormenta en los ojos. Me pregunto qué te aflige tanto. ¿Problemas en el paraíso alpino, quizás?–
El corazón de Hugo dio un vuelco. ¿Cómo podía saber ella algo sobre Suiza? Sobre sus problemas, su pasado? Su rostro permaneció impasible, pero su mente comenzó a correr a toda velocidad.
–No sé a qué te refieres– dijo Hugo, intentando sonar casual, pero su tono era más defensivo de lo que pretendía.