Luna Roja

Capítulo 6

Silvia nunca creyó sentirse tan agotada como en ese momento. Sabía que la principal responsable era esa gripe que había adquirido y que simplemente se negaba a abandonar su cuerpo a pesar de todo medicamento que administrara. Pero también había otra razón para hiperventilar de esa forma tan acelerada. Cuando Beatriz Carmona le dio la dirección de la casa de Christa Favelli explicándole que se encontraba casi a las afueras del pueblo, nunca creyó que en verdad estuviese tan retirada. Tuvo que atravesar caminos de terracería, pendientes escabrosas y algunos perros callejeros que al verla le ladraban como si fuese el mismísimo demonio o incluso la “peste” famosa que aquejaba al pueblo. Sin embargo, el verdadero teatro fue descubrir que la casa mencionada se trataba de una pequeña construcción de madera y carrizo. Ciertamente, como la enfermera veterana había dicho, si mirabas un poco más allá, podías divisar las ruinas de la vieja estación de trenes, pero lo que omitió fue que, muy cerca, también se encontraba el cementerio del pueblo.

   Las casualidades no existen, Silvia siempre lo ha dicho, por lo mismo supo el motivo por el que Beatriz había bajado el tono de su voz al mencionar a la madre de la enfermera fallecida. Incluso supo por qué razón brincó al escuchar su propio nombre. El apellido “Favelli” hacía alusión a algo prohibido, empezaba a sospechar. Era como si poco a poco le agarrara la medida a la gente de Luna Roja, cualquier cosa relacionada a la muerte estaba maldita, según sus lugareños y, el hecho de que esta mujer viviera frente al cementerio era una razón suficiente para marginarla.

            —La lógica de la ignorancia—susurró para sí misma la enfermera y se acercó a la casa para tocar la puerta delicadamente.

   El ambiente que expedía ese lugar era muy parecido al vacío y la desolación que destilaba la mansión Ivanov. La gente dice que cuando un alma aún no abandona su hogar, siempre hace frío y se siente el aura pesada. Algunas personas que son muy sensibles a tales “energías” incluso se enferman constantemente y tienen sueños con las personas fallecidas. Silvia no creía en ninguna de esas cosas, a pesar de presentar todas las características. Ella no era sensible a nada, ella simplemente estaba enferma de un fuerte resfriado y los sueños solo se trataban de una recopilación de su subconsciente, estaba tan obsesionada con saber sobre la vida de Anette Favelli que por ello la soñaba.

   ¿Y entonces por qué soñaba cosas que jamás había visto? Algo así como lo del Doctor Ivanov y su ligero coqueteo. ¿Cómo podría Silvia haber sabido de esa relación? ¿Siquiera llegó a haber algo entre ellos? Negó con la cabeza, eran demasiadas cosas para pensar, pero todas ellas tenían su respuesta, sólo era cuestión de buscarla. Por esa razón estaba ahí. ¿O no?

   Golpeó con suavidad la puerta de madera de la casa con sus nudillos y después de esperar varios minutos, creyendo que quizá no había nadie, la puerta se abrió dejando ver a una mujer mayor con ceño fruncido. Sus ojos color verde opaco se le hicieron un rasgo demasiado familiar, pero no reparó en ellos mucho tiempo. Su cabello era castaño, pero con un gran rastro de canas, despeinado como si llevara semanas sin cepillarlo y la mirada que le lanzaba era una obvia indicación de que, fuese cualquiera, no era bienvenida. Se sintió intimidada pero no desistió, Silvia no se marcharía de ahí hasta tener respuestas, así tuviese que sacárselas a la fuerza.

            —Bue… Buenas tardes… mi nombre es Silvia Pascual… buscaba a Christa Favelli… ¿Es usted? Me… me gustaría hablar…

            —Yo no tengo nada que hablar con usted, ni siquiera la conozco—replicó escuetamente una voz nasal y aguda que se le hizo demasiado conocida.

   La joven enfermera no supo qué decir ante esa fuerte negativa. ¿Cómo abordar a esa mujer que parecía furiosa con la vida? ¿Y si le hablaba de Anette directamente? ¿Y si trataba con delicadeza el asunto? ¿Y si eso le ofendía? Nerviosamente desvió la mirada y se acomodó el cabello detrás de la oreja, recientemente había adquirido esa maña cuando no sabía cómo afrontar ciertas cosas. La mirada de la mujer se suavizó con tal gesto y sus labios temblaron, pero Silvia no lo notó.

            —Sé que podrá parecerle extraño, pero yo… quisiera hablar con usted sobre su hija… hay… hay muchas coincidencias… quizá soy muy imprudente… pero… pero…

   No pudo continuar con su discurso porque no se le ocurrió qué más decir, pero también porque Christa Favelli se acercó demasiado a su rostro y con una de sus manos, acarició su mejilla con demasiada familiaridad, casi imitando ese instinto maternal que caracterizaba a todas las mujeres que tenían o habían tenido hijos en ese pueblo.



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En el texto hay: misterios, suspenso, romancejuvenil

Editado: 22.07.2018

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