Lunas de hielo.

CAPÍTULO 6

Mucho, mucho calor. Y desespero.

Alan estaba sobre mí, sosteniendo mis brazos e inmovilizándome para que no me moviera de mi sitio mientras él acercaba su boca, con esos colmillos largos y filosos, a mí, veía la baba y como el rostro de él se iba convirtiendo en el rostro de un lobo a medida que se acercaba.

Y luego, mordió.

—¡No! —Y también me desperté yo.

La respiración la tenía agitada, sudaba y seguía luchando para que los fuertes brazos que me tenían aprisionada me soltaran mientras iba entrando en mí misma. Como pude seguí golpeándolo, fui consciente de que empezaba a murmurar y acariciar mi espalda con sus grandes y un poco callosas manos.

—Tranquila. Tranquilízate, Abril. Ya pasó, fue sólo una pesadilla —decía, pero yo no podía hacer algo de lo que me susurraba. No sólo era una pesadilla, él estaba aquí, me había agarrado y todo se sintió real, realmente aterrador. Y, aunque hubiera sido sólo un simple sueño, la realidad era que él, un chico que apenas conocía, me había visto en uno de los momentos que consideraba más íntimos en mi vida, tanto que solo mi familia lo había presenciado, aun sin saber la razón.

Mis puños no dejaron de impactar contra su pecho, pero cada vez perdían fuerza y sin darme cuenta, llegó un momento en el que agarraba la parte inferior de la camisa de Alan, estrujándola y dejando de golpearlo mientras gruesas lágrimas salían de mis ojos, mojando la tela de su prenda. Aunque parecía no importarle, porque mientras que yo lloraba, él no hacía más que decirme que solo había sido un tonto sueño.

Terminé abrazándolo y con mi cara hundida en el hueco de su pecho.

—¿Ya está todo bien? —No, no hay nada bien.

—Sí. —Me limité a decir.

Nos quedamos en silencio, poco a poco fui retirándome de su lado hasta quedar apoyada en mi asiento.

—Lo siento —dije al cabo de un rato.

—¿Por qué? ¿Por no poder controlar los sueños? No te preocupes, ninguno puede hacerlo.

Negué un poco, alejando mi mirada de él.

—No solo eso. Seguramente te asusté con mi sueño, y mojé un poquito tu camisa, pero, sobre todo, siento... involucrarte en mis pesadillas. —Lo último lo dije en un tono muy bajo y avergonzado. Sabía que me preguntaría qué pasaba, pero no quería responder más de eso.

Por Dios, es muy tonta si creía que Alan y el lobo estaban relacionados. No era una historia como las que le gustaban a mamá. Alan era un humano, uno con un tono de ojos similar, muy similar, a los ojos de un lobo que por alguna razón había entrado a mi casa sin hacerme daño.

Él pareció frustrarse. Apoyó la cabeza en sus brazos, los cuales estaban en el volante del carro, soltando un suspiro.

—¿Qué tengo que hacer para hacerte creer que no ye haré daño?

—Júralo. —Me miró como si no lo creyera.

—¿Jurarlo? ¿Tan solo eso?

—No cambiará en nada, pero quisiera creer que eres un hombre de palabra.

Levanté mi meñique. Él lo miró, como si estuviera frente a una niña, pero terminó por poner los ojos en blanco y juntar su meñique con el mío.

—Esto es ridículo.

Sí, lo sabía.

Nos volvimos a quedar en silencio, hasta que solté una risilla entre dientes la cual Alan secundó.

—Te llevaré a tu casa y te prepararé un té —sentenció—. No puedes negarme la entrada, me hiciste pasar un susto de muerte y lo menos que puedes hacer sería eso.

—¿Lo menos? ¿Qué es lo máximo? —Pero en cuanto esas palabras salieron de mis labios me arrepentí, tenía que trabajar en un filtro entre mi cerebro y mi boca porque realmente hablaba sin pensar.

Sonrió.

—Lo máximo en este caso sería aceptar volver a salir conmigo, pero esta vez sin tratar de huir de mí.

—Acepto lo del té.

Nos quedamos en silencio el resto del viaje a mi casa, Alan había puesto música, una un poco relajante, de fondo.

—Llegamos, pero quédate aquí un segundo, revisaré algo de tu lado. —Asentí y me quedé allí, aunque Alan no revisó nada, al llegar a mi lado, abrió mi puerta, sonriente y haciendo un gesto de caballería.

Alcé una ceja, resoplando una risa.

—Gracias, que caballero.

Comencé a ponerme nerviosa, avancé por delante de él y dudé al abrir la puerta. Con un suspiro lo hice, adentrándome en mi casa y dejándolo entrar. Seguí hasta la cocina. Si él quería preparar té, le daría el derecho de hacerlo, pero sólo sería eso: tomarnos un té.

Me paré en la mitad de la cocina, recordando que el aseo de la casa había quedado a medias. No, a medias no, solo había logrado limpiar una pequeña parte de la casa.

Alan entró después de mí y me miró. Levanté una ceja, esperando que él siguiera a hacer lo que me había dicho que iba a hacer.

—¿Y bien? Me estás poniendo nerviosa.

—Esta no es mi casa, Abril, no puedo ir cogiendo las cosas sin tu permiso. —Alzó solo un lado de la comisura de su boca. Señalando lo obvio.

—Oh, puedes coger lo que quieras. —Traté de sonreírle. Él se movió por la cocina, moviendo y buscando las cosas que necesitaba, en ocasiones me preguntaba cuando no encontraba algo. Tenía la sospecha de que no sólo iba a hacer té, pero mi cabeza comenzaba a doler, y lo único que quería era reposarla en algo, así que me senté, y puse mi cabeza entre mis brazos, solo por un segundo. Tenía sueño, estaba agotada y lo que más quería era dormir un rato sin ninguna pesadilla. Seguía sin creer que me hubiera quedado dormida en al auto de Alan.

—Hey. —Me sobresalté al escuchar la voz de Alan tan cerca.

De hecho, estaba muy cerca, por poco y mi cabeza pega con la de él.

—Lo siento. —Carcajeó. Puso una taza humeante frente a mí.

—No es nada, supongo que por un momento me olvidé de que estabas aquí y me asusté cuando hablaste, de hecho, soy yo la que lo siente.

—Está bien, no pensaba que volvieras a quedarte dormida en mi presencia cuando estuviéramos solos.




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