—Recuerdo este día —miré la foto—. Creo que es la más linda de las que nos hemos tomamos.
Y viéndola entendía por qué Alan había querido quedarse con ella.
Ambos salíamos con los ojos brillando. Recordaba que esta foto se tomó cuando nos estábamos mirando. Cuando lo hice, ni siquiera noté la intensidad de su mirada en mí y viéndola, mi estómago se apretaba de emoción.
Esa mirada, definitivamente, era especial. Muy especial.
Parecíamos un par de novios, amantes enamorados, que reflejaban todo en la mirada. Sin duda, el que más reflejaba eso era él.
Casi me quedo sin aire al ver la foto, pero es que, para el que la viera, se transmitía tanto sentimiento.
Sentí como Alan se sentaba en la cama, pero seguí sin mirarlo.
No sabía que iba a decirle cuando lo viera.
Si bien carraspeó su garganta antes de hablar, su voz salió igual de ronca.
—¿Qué haces aquí? —Por fin, me digné a mirarlo.
No lo hubiera hecho.
Su piel estaba pálida, sus ojos ojerosos y hasta me atrevía a decir que estaba más delgado. Pero lo que más me tenía en shock, eran sus ojos que no tenían el mismo brillo y… perdían se color. O sea, literalmente perdía su color.
Jadeé entre sorprendida y preocupada y sin poder evitarlo, dejé la foto de lado y me acerqué a él para tomar su mejilla entre mi mano. Quise quitarla de inmediato por lo caliente que estaba su piel.
Ya sabía que no solo era porque se lastimó el pie.
—Por Dios, Alan ¿Qué tienes? —Repasé su rostro con mi mirada, hasta fijarla en sus ojos que increíblemente sí estaban perdiendo su color original. Su iris lo rodeaba toda una línea café clara; parecía como si poco a poco se comiera el color de su iris, pero que no lograba llegar a su pupila.
—Nada importante. —Entorné los ojos por su tono seco, pero no le di importancia.
—¿Nada importante? Tengo ojos ¿Lo sabías? Puedo ver que estás mal.
—Solo es un poco de fiebre.
—Alan, me preocupo por ti, dime que tienes. —Me miró y me miró, pero no respondió.
—¿Qué haces aquí?
—Viene a hablar contigo... —Le di una sonrisa a medias cuando sus ojos brillaron con esperanza.
Se irguió un poco más en la cama, cogiendo mi mano para tomarla entre la de él.
—Ah, ¿sí? ¿Sobre qué? —tragué duro.
—Te voy a dar una segunda oportunidad —sonrió pensando que hasta ahí llegaba lo que tenía que decirle—... con la condición de que me digas la verdad, Alan.
Su sonrisa se borró instantáneamente para ser reemplazada por una mirada cautelosa.
—¿Por qué no habías venido? —Hizo un vano intento de cambiar de tema. Aun así, le respondí sin poder evitar la punzada de culpa en mi pecho. Me había necesitado y no estuve para él.
—Estaba enojada, lo sabías… Alan ¿Qué tienes? Estar ardiendo y pálido.
—Tan solo un virus, supongo. —Le restó importancia con un encogimiento de hombros.
Quise llorar ahí mismo.
—Por favor, dime que tienes —rogué super preocupada por su salud. Ya el «no lo dejes morir» de Charlotte tenía sentido.
Me miró como si lo estuviera matando al pedirle que me lo dijera. Negó con su cabeza.
—No te lo diré —susurró. Solté un par de lágrimas.
—¿Por qué me ocultas cosas, Alan?
—Porque no quiero que las sepas. —Carraspeó cerrando los ojos. Me alarmé así que tomé su rostro entre mis manos y lo alcé, aparté el cabello que caía por su frente.
Diablo, de verdad parecía que fuera a morir.
—¿Por qué no? ¿Alan...?
—¿Puedo besarte? Sé que no quieres, que estás enojada, pero... déjame darte un último beso.
Grité en medio de un sollozo.
¿Por qué lo decía así, como si fuera una despedida?
Mordí mi labio tembloroso, pero no dejé que se dijera algo más o hiciera algo más antes de estampar mis labios con los suyos.
Como hacía unos días, un sonido de placer salió de su garganta a la vez que me devolvía el beso. Mordió y lamió mi labio inferior antes de adentrar su lengua en mi boca para moverla contra la mía. Por mi cuerpo recorrieron miles de corrientes y, con sinceridad, no me quería separar de él ni de sus caricias en mi cintura o de sus labios sobre los míos.
Pero él terminó el beso, con respiración agitada y ojos brillantes.
—¿Realmente me sigues queriendo? —preguntó. Enterró su cabeza en la curva de mi cuello. Hice lo mismo que él asintiendo y aferrándome verdaderamente a su cuerpo.
No era capaz de hablar.
—Dímelo, Alan, te lo ruego...
—No.
Sentí que una chispa se encendía dentro de mí. Me separé bruscamente de él empujando su pecho.
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Editado: 18.05.2021