Ver a Alan me quemó por dentro, o causó una sensación parecida a eso al verlo de espaldas, tenso y, al parecer, cuidándome.
—¿Y tú quién demonios te crees para venir y decirle que tiene qué hacer? —Explotó Braham levantándose de su asiento ocasionando un fuerte chirrido de la silla luego de que Alan me dijera que me alejara de él.
Todos voltearon en nuestra dirección.
No estaba tan tarde como los otros días que me había reunido con él, así que había muchas más personas.
—Sabes muy bien quién soy yo. —Se acercó un paso a él. Presentí lo que venía a continuación, así que me puse en medio de ambos, creando distancia entre el uno y el otro.
Miré a nuestro alrededor. La ayudante del café estaba con un trapo en su mano, sin saber que hacer mientras yo hubiera agradecido que me echara una mano con el problema que tenía a ambos lados.
—Ya paren —supliqué. Miré a Alan, como si estuviera loco por llegar con esa actitud a exigirme cosas—. No iré a ningún lugar contigo, Alan.
Él lo único que hizo fue entrecerrar sus ojos y meterme detrás de él, de nuevo.
Intenté volver a mi posición, pero Alan, después de resoplar al verme pasar por su lado, me detuvo envolviendo su brazo pro mi cintura, apresándome contra sí.
Se creó un vacío en mi estómago al sentir la calidez de su cuerpo y las sensaciones que me causaba su piel contra la mía, aunque fuera en ese toque tan casual y normal.
—Aléjate de ella —advirtió pareciendo relajado, pero su postura y tono feroz daban a entender otra cosa.
Lo siguiente que hizo fue tomarme de la mano y jalarme hasta la entrada.
Braham se fue detrás de nosotros y, sin verlo venir, Alan se dio vuelta tan rápido que nadie, ni siquiera Braham, pudo verlo. Le pegó un puñetazo que lo dejó tirado en el suelo.
Pegué un gran grito mientras me removía, intentando ir hacia él. Alan no me dejó. Parecía demasiado furioso conmigo. Aprovechó mi desconcierto para cargarme sobre su hombro.
Grité, sorprendida, justo en el momento en el que el viento frío pegó en mi rostro por haber salido del café. Su auto estaba estacionado justo en frente, así que fue rápido al meterme al auto, dar la vuelta y subirse él. Sabía, por todas las veces anteriores que había sucedido eso, que no me dejaría salir, así que solo aguardé para darle un fin a eso.
No sabía qué estaba haciendo allí, pero no era muy oportuno.
O quizá estar con Braham y medio coquetear con él, no era lo correcto.
Me crucé de brazos mirando por la ventana a Braham salir hecho una furia hacía el auto.
Sin embargo, Alan fue más rápido para montarse y subir. Claro que el auto no era más rápido que un vampiro, pero Braham tampoco podía usar su super velocidad si no quería que lo quemaran vivo... o sin tener que irse del pueblo y de la ciudad.
—¿Qué crees que estás haciendo? —Rechiné los dientes, girando mi cabeza como si mi cuerpo estuviera rígido, aunque lo cierto es que sí estaba tensa.
—Te saco de ahí, eso hago. —No hablé más, no iba a hablar.
Ni siquiera estaba enojada. No podría describir cómo me sentía en esos momentos, pero no era enojo. Quizá podría decir que era más cansancio, porque eso, de alguna u otra manera, se me hacía repetitivo.
Sabía que no iba a detener el auto. Sabía que no me dejaría bajar. Sabía que, si decía algo que no estuviera a su favor, alegaría hasta que me callara, porque por lo general él era prudente, se medía y dialogaba las cosas, pero no cuando tenía ese nivel de enojo. No hablaría, no cuando ya sabía qué era lo que iba a suceder.
Paramos en el conjunto de edificios en donde vivía. Llevó al auto hasta el estacionamiento, bajando por la rampa hasta el lugar designado para el número de su vivienda.
Abrí la puerta antes que él, e intenté correr, aunque sabía que era un desperdicio de fuerzas. Más temprano que tarde terminó por cogerme al igual que lo que había hecho en el café.
—¡Bájame, Alan! —No me prestó atención. Seguí gritando, pero parecía como si no me escuchara.
Llegamos al elevador, mi móvil comenzó a vibrar en mi bolsillo delantero. Ninguno de los dos lo pudo sacar.
Gruñó cuando las puertas se abrieron en el pasillo. Caminó conmigo hasta la puerta.
—¡Quédate quieta, Abril! —Me sostuvo contra la puerta luego de cerrarla—. Quédate quieta y explícame que hacía junto a ese vampiro, allá, en ese lugar, como si hubiera estado a punto de besarte.
Respiraba con fuerza, agitado, con furia, pero tratando de controlarse. Evité decir que no lo iba a besar, pero quizá eso se suponía por la manera en la que él se había inclinado sobre mí.
—No te tengo que explicar nada, Alan y suéltame si no quieres que grite. —Amenacé. No sonrió con cinismo como pensé que iba a hacer. No hizo nada más que mirar mis ojos como si quisiera meterse dentro de mí.
—Puedo dejarlo pasar si me dices que no estás saliendo con él. —Lo miré como si estuviera loco.
—Tú no tienes por qué perdonarme nada. No estoy cont... —Me besó. Usó la antigua y malvada táctica de quitarme la voz por medio de un beso.
Abrí mis ojos a más no poder. Cerré mis labios, pero el que me alzara me hizo abrirlos, como también hizo que enrollara mis piernas en su cintura.
Le echaré enteramente la culpa a Alan si alguna vez me recuerdan que caí, de nuevo, por él al devolverle el beso al notar que no me soltaría.
Todas las sensaciones que él me causaba con un beso no se habían ido. Sus labios sobre los míos causaron un nudo en mi estómago y las mariposas volaron por todo mi cuerpo. Me maldije un poco cuando los vellos de mis brazos se erizaron al sentir su lengua contra la mía, al sentir sus labios rozar lo más mínimo los míos antes de volver besarme con fuerza.
Reconocía ese tipo de beso en él, me había besado incontables veces así para terminar con mi paciencia cuando se enojaba conmigo. Era, como muchos dicen por ahí, el beso de reconciliación.
Sin embargo, yo no me estaba reconciliando con él. Lo alejé, aunque mi cuerpo estuviera electrizado y endulzado por su beso y quisiera más.
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Editado: 08.06.2021