Alan caminó dentro de mi casa con ayuda de sus muletas. Se dejó caer con fuerza en el primer sillón que tuvo cerca. Le di una mala mirada.
—Te vas a lastimar.
—Camina con eso ya me lástima los brazos. —Me acerqué a él para dejar un pequeño beso en sus labios.
—Me iré a cambiar; ya te traigo las medicinas que me dio tu madre. —Se vio reacio a tomar algo, pero terminó por asentir.
—Bien.
—Luego podemos ir a tu apartamento.
—Todavía mejor. Los brebajes que me da mi madre me ponen a dormir.
—No demoro —prometí antes de correr escaleras arriba. Escuché que América llegaba a la sala.
Hice una mueca deteniéndome en la puerta de mi habitación al recordar que no le había dicho nada a Alan sobre lo que sabía América.
Bueno, ya se daría cuenta porque seguro mi hermana no se resistiría a preguntarle algunas cosas.
Me cambié lo más rápido posible la ropa que había llevado la tarde anterior. Me había duchado y aunque Lotty se ofreció a prestarme ropa, ya estaba mucho en deuda con ella.
Al terminar, bajé corriendo con el morral de Alan a mis hombros y con las medicinas en mis manos.
Pasé de largo por la sala, sin mirar a los que estaban hablando en la sala principal. Tomé agua en un vaso y lo llevé a Alan, quien me recibió con una mala mirada. Le sonreí con inocencia fingida y él viró sus ojos con una mínima sonrisa en sus labios.
Era un hecho: América sí le había hecho preguntas que de seguro lo estaban atormentando.
Varios minutos después América se paró de su puesto. Al no verla, Alan se giró hacia mí, quizá para reclamarme por haberle contando su secreto. Lo besé, callando lo que fuera a decir.
Nos separamos al escuchar el carraspeo grueso de mi padre.
—Alan, me alegra verte. Que bueno que estés mejor.
—Gracias, señor. —Mi padre se quedó mirándonos. Mis manos alrededor del cuello de Alan no se quitaron de ahí y yo solo esperaba que mi padre se diera vuelta o siguiera con su camino para volver a besar a mi novio, pero, en vez de hacer eso, no señaló.
—Manos donde las vea, no te sobrepases con mi hija. —Me sonrojé, alejándome de Alan.
Si bien mi padre nos había visto besándonos en varias ocasiones, algunos días, como ese, se le hacía inconcebible verme cariñosa con Alan.
Le di una mirada a él. Su brazo Me rodeó cuando mi padre se fue. Su boca se encontró con mi coronilla.
—En ocasiones creo que Nicolás mi odia. —Reí, abrazándolo de vuelta.
—No lo hace; solo es un padre celoso.
Sonrió un poco, antes de suspirar y levantarse.
—Es hora de irnos. Estoy muriendo de sueño. —Me levanté y lo ayudé a salir de la casa hacia su auto. Yo manejaba, porque aun tenía un poco de debilidad en sus piernas.
Saqué las llaves del pantalón de Alan al llegar a su apartamento. Él esperó paciente a que abriera la puerta para poder pasar.
—Extrañaba este lugar. —Suspiró al entrar—. Amo a mi familia, pero me acostumbré a estar aquí la mayor parte del tiempo.
—Yo también extrañé estar aquí. —Me lanzó una mirada, llenando sus mejillas de aire, pero no dijo nada sobre mi estadía ahí.
Había dicho eso con un propósito claro: saber en qué nivel estábamos, si podía quedarme ahí como lo había hecho antes o si él quería su espacio. No decía que quería vivir con él como casi lo habíamos hecho, pero quizá ir a su apartamento algún día no fuera motivo para incomodarlo.
—Me recostaré un rato. —Comenzó a caminar hasta su habitación. Me desilusioné cuando cambió de tema, sin decirme nada.
—No te duermas, no aún, por favor.
—¿Hay una razón en especial? —preguntó, recostándose en la pared para tener mayor estabilidad.
—Te prepararé algo de comer. Debes tener hambre. —Sonrió, negando.
—No te molestes en hacerlo. Puedes, en vez de eso, venir conmigo y dormir un rato.
—La mayor parte de nuestro tiempo lo pasamos en la cama ¿Lo has notado? —Sus cejas se alzaron hasta casi el nacimiento de su cabello. Me sonrojé, captando que había tomado con un doble sentido mis palabras—. No en la cama de esa manera.
Su manzana de Adán se movió al tragar.
—¿Vienes? —Asentí y lo seguí al cuarto luego de dejar sus cosas en el sofá.
La cama estaba deshecha, lo que me hizo cuestionar cómo habían sido los días de Alan antes de que se lo llevaran.
—Bien, no perderemos tiempo quitando el edredón. —Dejó sus muletas a un lado antes de sentarse a la cama y quitarse su sudadera, dejando a la vista las heridas cubiertas por la gasa.
—¿Te duele mucho? —Me miró mientras se quitaba también sus pantalones.
—Dolía como no tienes idea. Ahora es un dolor más normal.
—Creo que sí me hago una idea, al fin de cuentas yo también sentí ese dolor. —Hizo una mueca, pero dio la razón.
Torcí mis labios luego de quitarme mis zapatos. Tenía un jean y una blusa pegada de manga larga. No era nada cómodo para acostarme, ni dormir. Me ponía un poco triste tener que prescindir de mis vestidos, pero pocos de ellos me cubrían los brazos por completo. No podía dejar que mis padres vieran la marca y de inmediato lo asociaran con un tatuaje.
Me eché a reír al pensar que Alan y yo, sin quererlo, habíamos resultado con un tatuaje de pareja.
Él me miró, una ceja alzada en confusión, mientras yo caminaba hacia el armario.
—Para el resto del mundo seremos una pareja cursi que se hizo un tatuaje a juego con su pareja ¿Lo habías pensado? —pregunté, luego de quitarme la blusa para reemplazarla por una de Alan.
Al no obtener respuesta me giré hacia él. Repasaba mi figura vestida solo con el vaquero y mi sostén, y aunque en un principio me gustó que se mostrara interesado en mí, luego me confundí cuando suspiró y alejó su mirada, incómodo.
—No lo había pensado, pero tienes razón. Todo el mundo estará pendiente por si terminamos para luego decirnos tontos. —Reí, llegando a él luego de haber cambiado mi ropa. Tragó cuando puse mis rodillas a cada lado de su cadera, sentándome a horcajadas sobre él. Junté su rostro con el suyo, buscando un beso que fue muy corto para lo que yo quería.
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Editado: 08.06.2021