KANDEM
Merlon de Asys es un hombre enjuto con gruesos espejuelos anteponiendo sus ojos cenizos y su piel cerúlea, el semblante le denota molestia y el gesto de golpetear el suelo con la punta de la bota. Con fastidio busca la forma de aflojar la bufanda atada en su cuello esperando a que su Señor, al centro y al frente del Salón Comunal de Senerys, le dedique unos minutos de su atención tras terminar de escuchar a su asistente Reys leer en voz alta el documento en donde se le informa de la nueva orden de destinar ingresos del Baluarte al mantenimiento de los orfanatos.
—Debí ser consultado antes de tomar ésta decisión. Según mi experiencia, no es una inversión rentable, mi Señor, según mi experiencia.
—Le recuerdo, Merlon de Asys que la decisión la tomé yo, su Señor, y que no debe ser cuestionada mi decisión una vez tomada —declara Kandem, erguido en su silla, frente a él y más de cinco escalones debajo, el estrado de expositores que Merlon ocupa, detrás y en posición horizontal las bancas para el púlpito que en otras ocasiones acudiría de ser un tema de interés popular; los altos techados delimitan el final de la estructura con sus altas bases forradas de cristal que dejan ver las nubes en el cielo y la nieve cayendo en el exterior, visión que causa una sensación de relajación en el Regente.
—Discúlpeme, mi Señor, perdone mi imprudencia. Le ruego entienda mi preocupación por una empresa tan…
—Una empresa que usted conoce poco —interrumpe él, acallando al anciano—. Lamento que su orgullo haya sido herido y que se sienta irrespetado, pero la Dama Lessany de Kasttell ha presentado una propuesta confiable y con cuerpo: Los primeros cargamentos de materia prima están en camino y no tardarán mucho en llegar, las maquinarias y los técnicos lo harán un poco después, el mercado ha sido localizado y una investigación realizada. No tengo razón para negar una nueva propuesta que puede traer grandes ganancias, las mismas que se usarán para una buena causa.
—Entiendo, mi Señor, y no os preocupéis por mi orgullo, ese también está a vuestro servicio; lo que me tiene en vela es esa buena causa que ella argumenta. El orfanato… Los orfanatos de la sede cuentan con un presupuesto anual que…
—Que no parece suficiente —interrumpe de nuevo, empezando a perder la paciencia y a desconfiar de su hombre ante su insistencia—, lo he visto en persona y sé las carencias que tienen. Esto no es una reunión para cuestionar la decisión sino para informarle a usted de lo que tiene que hacer ahora, Merlon de Asys, si tiene algo más que añadir, dígalo de una vez.
—Claro, mi Señor —asiente el anciano en su silla—, mi punto es que, en mi experiencia, claro, la mujer puede destinar esas ganancias a la guerra, en lugar de…
—¿De niños sin padres?, ¿de niños que soportan frío por las noches mientras usted y yo dormimos en una cama caliente? —Las pisadas hacen eco en el amplio salón cuando Kandem se pone en pie, haciendo los demás acompañantes lo propio—. Esos doscientos niños son doscientos posibles criminales y traidores resentidos a la Causa, o el futuro de la misma, educados hombres y mujeres de bien que sirvan a la sociedad —cita, las mismas palabras que Lessany le dijo con tanta intensidad en su mirada en el camino de regreso a la visita del orfanato—, no permitiré que pase lo primero, y mientras tanto, haré un desembolso para que las instalaciones sean preparadas para soportar el invierno. No se diga más.
Con un golpe de su sello sobre el mesón de negro color que se extiende hasta los siguientes dos asientos a cada lado, se termina la reunión y Merlon junto a sus asistentes se retiran de la sala.
—Es extraña su insistencia —sugiere Renner, sentado a su lado derecho, con la confianza que provee ser el amigo y Primer Hombre del Señor—. A mi me parecía muy preocupado, para ser sólo cincuenta mil valores.
—En eso mismo pensaba. ¿Quién es el segundo mejor hombre en finanzas en Senerys?
—Posiblemente su sobrino, Osner de Asys —responde el pelirrojo luego de unos segundos, sonando sus dedos sobre la madera como un gesto de relajación—. Es algo de familia, como la miopía.
—¿Dónde está actualmente?
Ante el encogimiento de hombros de Renner, Reys toma la palabra y desde detrás de Kandem, de pie, brinda la respuesta: —Posiblemente en Anerys, Señor, fue enviado allá como auditor, según entiendo.
—Comunícate con Anerys, quiero que lo traigan sin que Merlon se entere y que le den acceso a los libros contables y las bases de datos financieras.
—¿Qué quieres que busque?
—Un error, o errores. Quiero que busque hasta en registros de hace cinco años, antes de la muerte de Kencen, si algo no cuadra, un valor aunque sea, tendremos que actuar.
—Hecho.
La conversación era pacífica hasta que se escuchan los ecos de una discusión de tono elevado en los corredores exteriores de la gran sala, ambos hombres se detienen para observar hacia la magnífica puerta tallada que se abre de par en par para darle paso a la Dama que las empuja, avanzando luego con zancadas firmes y rápidos, el pecho inflado y su cabellera en una trenza larga que cae en un costado sacudiéndose. Detrás de ella, al menos cinco hombres con gestos de angustia e ira por igual en sus rostros, sin conseguir sujetarla sino hasta que está a un escalón de la mesa.
—Que el Creador te ampare —susurra Renner, tomando su carpeta y levantándose en silencio aunque con una sonrisa burlesca para acompañar a Reys a un costado donde no interrumpan.
—Disculpe, mi Señor, intentamos detenerla pero… —dice unos de los guardias, sin embargo, él les tranquiliza con un movimiento de manos y les pide dejarla.
—¿Qué ocurre? —pregunta él, cómodo en su silla aún.
—¿Qué ocurre? Tus hombres no me dejan salir a cabalgar, eso pasa. —La alteración y el enfado se reflejan en su voz y los fuertes bufidos que exhala al respirar tintineando el oro que adorna la pechera de su traje, ante esta visión Kandem no puede evitar sonreír.