LESSANY
Tres baúles yacen preparados en la estancia de invitados, mientras Mars y Kaeli terminan de acomodar lo que la Dama les indica en un cuarto; en ellos no van ni la mitad de sus pertenencias, pero es lo más valioso y necesario, está lista para dejar atrás la vanidad de su estilo de vida para dar un paso hacia lo vital. Las manos temblorosas de las jóvenes acatan las ordenes con cuidado extra, nunca habían visto a Lessany tan ansiosa y agitada, casi cargada con ira que dirige en su dirección; Kaeli en especial se mantiene lo más alejada posible de ella, dejando que Mars sea quien intercambie palabras con la Dama, mostrando así mejor carácter. Cerca de las dos de la madrugada y aún no terminan, están cansadas y hambrientas, pero no pueden quejarse.
—¿Dónde está la Dama? —El Señor Renner de Mandess llega a ellas, y con un movimiento le indican que en la estancia privada contigua, sin esperar ser anunciado entra en la puerta abierta para encontrarla en iguales condiciones: Apresurada haciendo preparativos—. Kandem me envía por una respuesta.
—Dijo que tenía hasta el amanecer —replica ella, sin sorprenderse de verlo allí pero deteniendo su tarea—. ¿Me van a echar?
—No, sólo quiere saber si de verdad te vas.
—¿No tienes ojos para decirle lo que ves? —ignorándole para volver a empacar sus joyas en una sola bolsa, reduciendo espacio.
—Esto no es una respuesta; puedes desempacar cuando quieras.
Lessany nunca ha visto a Renner perder el control en su presencia, en cambio parece que disfruta con sus berrinches y arranques, esto le desagrada, porque no sabe cómo llegar a él como lo hace con Kandem. Es un sureño peculiar.
—Le notificaré al amanecer —espeta, pasando por su lado para tomar una que otra prenda esparcida en los rincones.
—Entonces no lo has decidido aún, eso es bueno. Espero que esto te ayude a terminar de elegir —acomodándose en la esquina de la cama—: Kandem, en su terquedad e ignorancia hacia tu gente, le ha quitado los beneficios alimenticios y los presupuestos de entretenimiento a los obreros para entregárselos a Las Tribus como un pago por unírsenos en la guerra y facilitar el paso por sus tierras. —Ella deja lo que hace para escuchar al pelirrojo que siempre le ha hablado con honestidad, en esa ocasión que se presenta filtrando información sensible le da la sensación de que ésta vez no es así, que lo han enviado para persuadirla—. Los técnicos en las granjas y los obreros en las fábricas han declarado una huelga y se ha dejado de producir como tanto temíamos, la ciudad está en rebelión y mucha gente está muriendo; ¿tu padre y hermanos?, no hacen nada y nada proponen para lograr que todo esto se acabe. Mueren los tuyos, mueren los nuestros. ¿Qué harías tú?
Ella, sin entender la pretensión del Primer Hombre del Señor de Senerys, se irgue en su puesto, junto a su lecho y cruza sus brazos, porque conoce la respuesta a la pregunta pero vacila en decirla, buscando una trampa en todo ello.
—Las tribus no necesitan su caridad, las conozco, las llamamos así sólo porque usan combustibles fósiles aún y se rehúsan al cambio. Sólo necesitas demostrar fuerza, y la seguridad de que podrán conservar su libertad para vivir del modo que ellos escogieron, aunque sean modos “retrógradas”. En cuanto a Kasttell —continua ella, ignorando la sonrisa autosuficiente de Renner, como si supiera ya que diría eso—, debería devolver a los nativos sus beneficios cuanto antes, necesita que un miembro de la familia lo haga para que confíen de nuevo. Allí es donde me necesita, pero que se jodan, que arda la maldita sede con mi padre en ella.
—¿Ves? Tienes una mente para esto, contigo a su lado podríamos tomar el este en cuestión de meses y hacer un cambio significativo en la guerra, por primera vez en décadas.
—Me estás diciendo que me tomarían como parte de su Consejo sólo para que me quede y acepte sus condiciones, pero en cuanto tenga la alianza en mi dedo me encerrarán en éstas paredes y me mandarán a callar junto con las otras estúpidas esposas e hijas de su sistema retrógrada.
No hay ira en su voz, Renner no es capaz de alterarla de esa manera, sin embargo, hay mucha inconformidad e indignación. El pelirrojo no se remueve siquiera, firme como siempre con sus vestimentas privilegiadas y su porte de Señor de una tierra extranjera.
—Yo no creo que te darían una parte en el Consejo —ella entrecierra sus ojos sin comprender muy bien el significado de aquello—, creo que tú —recalca, señalándole—, serías capaz de tomar una parte en el Consejo, sin esperar que nadie te lo entregue, así como te hiciste de escuchar en la Noche de la Penumbra aún frente a los más altos miembros, salvándonos el trasero a todos. Necesitas un buen consejero, aprender de otros, y paciencia, pero tienes la madera de una buena Señora que ayudaría a gobernar bien junto a su Señor.
Pero hay algo que Renner no puede saber de sus pensamientos, y es que no piensa ser la segunda, la “Señora de”, sin embargo, él tiene razón en algo: Podría llegar a tener poder allí, más del que su padre aceptaría entregarle en Kasttell, más del que Eduardo de Ashner pudo haberle dado. ¿Quién es ella ante los ojos de su padre y sus hermanos? Lenser… Vuelve a su mente como una luz naranja brillante, ¿es suficiente? Su mirada se suspende mientras lo medita, luego los desciende hacia los cofres empacados.
—Le diré a Kandem que aún no te decides —dice el pelirrojo, haciendo una caravana para dejarla meditar, se regresa, sin embargo, antes de dar más de tres pasos—. Piensa que si un día alguien pregunta cuándo y cómo comenzaste tu camino al éxito, podrías responder que ésta noche, así que decide bien. —Con esto dicho se dirige de nuevo hacia la biblioteca, donde los Directivos del Consejo le esperan en torno al Señor, intentando mitigar desde la distancia el desastre con el que Arestys debe lidiar en persona—. Está empacando, pero necesita tiempo.