Luxor: Ascenso

XXXIV. LOS PREPARATIVOS

 

Las maderas que cubren las ventanas están bien cerradas, de eso se aseguró ella misma muy bien, empero, cuando la luz del alba raya en las paredes del baluarte sus pequeños rayos se filtran entre las hendiduras haciéndole cosquillas en el rostro al pequeño niño de blanca piel y blancos cabellos. Sólo cuando uno le lame uno de sus ojos se remueve entre las mantas y pieles, desperezándose y a su vez a la Dama a su lado, que cubre el cuerpo con sus brazos largos. 

La puerta de la pequeña estancia del niño se abre bajo el anuncio de Mars, sólo ella toca cuatro veces seguidas y luego una más. La morena entra llevando con ella una bata gruesa para la señora. Lessany abre sus ojos y la primer visión que tiene son los ojos claros del niño y sus poros de marfil, con un dedo le acaricia una sien e inclina sus labios hasta tocar su frente. «Hoy es mi boda», se dice¸ «mi último día como una mujer libre».

—Tengo que irme, pequeño fiat lux —le dice, plantándole otro beso en la mejilla. 

—¿Vas a prepararte para la boda? Yo puedo ayudar. —El pequeño Asirion es más lindo y más listo que cualquiera que haya conocido, le ha agradado más que todos los niños del orfanato juntos y los sobrinos de Kandem, sin duda le agrada más que sus hermanos cuando tenían esas edades. 

—No puedes. Le pedí a una de mis diseñadoras que te hiciera algo, así que un par de asistentes te ayudarán a bañarte y vestirte para que estés listo para la boda.

—¿Yo iré? —Sus ojos brillan con la fuerza de cien estrellas cuando lo pregunta—. ¿De verdad? ¿Puedo?

 —El médico dijo que estabas bien, estarás en la boda y te quedarás uno o dos días más. Espero que no te aburras.

—¡Claro que no! ¡Gracias, gracias! —Asiéndose a su torso se enrosca más en ella hasta que puede sentir sus acelerados latidos de niño en el pecho; ella le aparta con suavidad y se desliza fuera de las sábanas donde el frío le eriza los pezones bajo la fina seda antes de que Mars le deslice la bata de terciopelo y lana sobre los hombros y le coloque las zapatillas, todo bajo la atenta mirada del niño.

En el exterior, el baluarte ha despertado desde mucho antes que ellos, si es que alguno ha dormido. La idea de una boda y un centenar de huéspedes que atender mantienen a todos los miembros de la servidumbre en vilo, en especial por el estricto detallismo de la Dama de Kasttell. 

Las cocinas exhalan un hálito de canela y especias para la primera comida del día y el banquete de bodas que lleva preparándose desde la noche de la sentencia al Directivo de Finanzas; los pasillos se han visto poblados con laureles, romero y muérdago, velas olorosas de colores rojos y dorados para mantener un buen ambiente y espíritu se han colocado en las salas comunes de las distintas alas del baluarte donde han instalado a los invitados. 

 

El despertar del Señor es algo distinto, más bien el ritual matutino, ya el sueño no lo visitó la noche anterior y el insomnio fue su compañero de cama. Aletargado y con la pesadez del cansancio sobre sus hombros se dirige a su balneario para tallarse con las aguas frías de las tinajas, despabilándose y espantando de su cuerpo los restos de la somnolencia. Para él, el traje de bodas esperará hasta después de atender los asuntos del señorío y la guerra, conferenciando con sus hombres de confianza en persona y de manera holográfica en la Sala Comunal, así que el traje de blanco color se queda impoluto en su maniquí, viéndole vestirse con sus ropas negras de usanza y atarse el cabello detrás de su nuca. 

Es difícil saber que pronto será un hombre casado, un hombre de una sola mujer, una a quien ama, una que no le ama en retorno. Tras confirmar una baja en la hostilidad de los ciudadanos de Kasttell y la posible tregua por las festividades del solsticio, el Consejo se dispersa para, también, hacer sus preparativos para la boda. 

—Ella se está preparando —anuncia Renner al quedarse a solas en la gran biblioteca, manteniendo la paciencia ante el rostro insípido y pálido de Kandem, las ojeras azules debajo de sus brillantes ojos negros bordeados por hilos azabaches y largos como las pestañas de los elefantes—, deberías ir y hacer lo mismo. 

—Creo que supervisaré los preparativos. Los salones…

—Los salones están en manos de las Damas de Senerys —interrumpe su impulso con una negación certera, obteniendo la atención de Kandem—, mis hermanas me mantienen al tanto si hay algún inconveniente. Lessany ya les ha dejado instrucciones detalladas, incluso en las cocinas y en las guardias; todo está controlado y programado más que tus batallas, te lo prometo. —Colocando una mano sobre su hombro, el pelirrojo busca en él la razón de aquel comportamiento—. Hermano, esto está pasando, esto es real. Te casarás hoy, con la mujer más hermosa del este, con la mujer que quieres, te dará muchos hijos y te ayudará a ganar ésta guerra. Esto es lo correcto, esto es necesario.

—Creo que ese es el problema: Lo he deseado demasiado y durante mucho tiempo que el éxtasis no me ha permitido dormir.

La carcajada de Renner obliga a Kandem a contraer sus quijadas.

—Con esa cara de miserable y ese tono lúgubre nadie te creerá que estás emocionado por tu boda.

—Es que… No sé cómo expresarlo. —La sonrisa de Kandem en cambio, es tímida y sus ojos tristes destellan por primera vez en el día—. ¿Podrías ir a verla por mí? ¿Ver si está bien? Dile que… que…

—Lo sé, se lo diré —responde su hermano, apartando la silla y asintiendo a su Señor. Al pasar junto a Reys y la escolta de Kandem deja una palmadita en el hombro del chico—. Cuídalo bien, Rey, que no huya. —Renner siempre ha sido bueno con los apodos.

 

Sus pasos lo guían hasta la segunda planta del torreón principal del baluarte, donde el pasillo central se puede encontrar ataviado con un desfile de damas y bélicos que van y vienen con artículos, órdenes escritas y muestras de platillos, casi tiene que hacer fila en las puertas de la estancia de invitados de la Dama para lograr entrar, hasta que Fassel lo identifica por la maraña roja del cabello, rodando los ojos con exhaustividad.




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