—¡Llegaste! —chilló Sarah al ver llegar a su amiga, aun sabiendo que parecía una niña haciendo eso.
—Tengo que hablar contigo —dijo Day y la tomó del brazo para después comenzar a caminar—. ¡Vamos!
—¡Pero, D! La fiesta es aquí en el jardín, ¿por qué quieres alejarte? Ven a saludar a todos.
—No vine a la fiesta, Sarah. Tengo que contarte algo, es muy importante que lo haga. —Se la llevó casi a rastras a una mesa alejada de la fiesta sin entrar a la casa—. Me vine hasta acá en tren…
—¿En tren? Me hubieras dicho que pasara por ti, no me costaba nada, en serio.
—En realidad no venía para acá. Me enojé con mis papás, ya sabes que siempre están ahí pegados a mí tratando de saber todo lo que me pasa, y me salí para agarrar aire… me sentía desesperada, harta… pero me pasó algo muy extraño.
—Cálmate, ¿estás bien? —preguntó Sarah mientras tomaba de una mano a su amiga para darle tranquilidad.
—Sí, sí estoy bien. Vine de inmediato para contártelo, solo tú me puedes dar una explicación lógica.
—¿Qué pasó? Cuéntamelo.
—Un tipo estaba en la estación viéndome raro, sentado en la misma sala, pero cuando me subí al vagón él se quedó ahí sentado donde mismo, en la estación. Yo lo vi. Pero cuando iba en el tren me quedé sola con otro tipo… un tipo peor. Este era un chico todo mal vestido y se me acercó cuando nos quedamos solos, quería robar mi bolsa, incluso pensé que podía violarme. ¡Fue horrible! En verdad, algo quería hacerme.
—Day Lorens, siempre has sido una exagerada. No juegues con cosas así.
—No, es decir sí, soy muy exagerada, pero esta vez no lo soy. Te lo prometo. Lo tenía a escasos centímetros de mí y me empezó a tocar la pierna. Olía pésimo. Sarah, lo hubieras visto, en serio sí estaba dispuesto a hacer algo.
—¿Y estás bien? ¿Qué te hizo? —de pronto el rostro de Sarah cambió, en verdad se veía asustada.
—¡Nada! ¿Sabes qué pasó? —preguntó Day como si Sarah le pudiera dar una respuesta—. En eso se acercó el hombre que vi en la estación, el mismo, y me defendió. Asustó al tipo y ¡me defendió!—dijo con una gran sonrisa.
—Pero ¿no habías dicho que el hombre ese no se había subido al tren? —levantó una ceja—. ¿Cómo pudo defenderte? O ya me revolví.
—¡Exacto! Él no se subió y aun así ahí estaba de pronto. Como si hubiera aparecido con todo y su traje gris, corbata celeste y esos ojazos. ¡Lo hubieras visto, Sarah! Guapísimo es poco, pero eso no es lo importante…
—Espera, ¿traje gris impecable, corbata celeste, ojos del color del cielo y la piel demasiado blanca? —preguntó Sarah—. Claro, por supuesto sin mencionar ese cabello rubio de ensueño.
—Sí, pero… yo no te dije todo eso. ¿Cómo supiste lo de los ojos y del color de piel?
—Creo que yo lo conozco, al menos lo he visto una vez. En cuanto lo mencionaste, se me vino a la mente ese recuerdo de él y eso que todo este tiempo no lo recordaba. —Se puso la mano en la barbilla como signo de que estaba pensando.
—Yo también creo que lo he visto antes, al principio no me acordaba dónde o cuándo, pero recién ahora me acordé. ¿Te acuerdas de cuando me internaron? —preguntó Day y Sarah puso de inmediato una mueca de dolor recordando esos días—. Creo que él fue quién me visitó una noche y me dijo que se había equivocado de habitación. No, claro, no puede ser él, ¿o sí?
—¡Sí me acuerdo! Te la pasabas hablando de él todo el tiempo, como si te hubiera hechizado o algo así.
—Pero es muy raro, se veía igual que como se ve ahora y con la misma ropa —se quedó pensando un momento—. ¿Tú dónde lo habías visto antes? —preguntó al fin.
—La verdad no estoy segura si sea él, pero como lo describiste me recordó a un hombre que estaba, precisamente, en la sala de espera del hospital donde estabas internada aquella vez.
—¿En serio? —preguntó sorprendida—. Y todo ese tiempo que hablé de él nunca me dijiste eso.
—¿No lo hice? —dijo Sarah algo nerviosa—, supongo que no le tomé tanta importancia. Pero ahora recuerdo que él estaba ahí llorando, se veía realmente mal y cuando le pregunté si estaba bien me dijo que no; que alguien había sufrido mucho por su culpa, pero… bueno eso fue lo que dijo. Me levanté al baño y cuando regresé ya no estaba ahí.
—¡Qué extraño! Aunque la verdad no creo que haya sido él, es imposible. Han pasado más de quince años de eso. Sería una tremenda coincidencia…
—Sí, claro. Es… —Sarah dudó en continuar— imposible.
—En fin —continuó Day—, me pasó algo muy extraño con él, me dijo que todo el tiempo había estado sentado en una silla ahí en el vagón, pero te juro que eso era imposible. Él no estaba ahí. Pero entonces ¿de dónde salió?
—Pues… —Sarah no supo qué decir.
—Además, al hablar con él, pasó algo que olvidé completamente eso. Quiero decir que cuando le estaba preguntando, de pronto se me olvidó de qué iba la conversación y lo invité a salir, ¿tú crees?
—¿Lo invitaste a salir? —Sarah hizo un gesto exagerado de emoción—. ¿Day Lorens invitó a un hombre a salir?
—Sí, no sé qué me pasó, pero lo invité, y lo peor es que él solo contestó con un “sí”. ¡Qué vergüenza! Lo que ha de estar pensando de mí —ambas rieron a carcajadas, Day ya se notaba más relajada.
—¡Ay, amiga! Lo bueno que te contestó algo y no te dejó ahí con la invitación en la boca —siguieron riendo un poco más hasta que se quedaron en silencio, cada una absorta en sus pensamientos. Toda esa situación era algo extraña: el hombre misterioso que había defendido a Day, pero que no tenían idea de dónde había salido.
Day estaba segurísima que el hombre que se había presentado aquella noche en el hospital y el que la había defendido en el tren, era el mismo. Además de que sabía que eran físicamente iguales, tenía una corazonada, algo que le decía que él era. Eres tú, pensó, pero, ¿quién eres?
—¡Pero mira nada más quién nos está honrando con su presencia! —la voz de un hombre interrumpió sus pensamientos. Voltearon sorprendidas para mirarlo de frente aunque ya sabían quién era, su voz había sonado como un reclamo, pero ellas sabían bien que no era así.