Luz de luciérnaga 2a ed + Somos electricidad

Tres



Dieciséis años de edad



Su carita estaba pálida, sus ojos eran agua triste.

Estaba junto a Richard, pero en cuanto vio a Dave llegar a aquel lúgubre sitio, corrió hasta él y se aferró a su cuello. David la rodeó, la abrazó con tanta fuerza que pensó que era extraño que no se rompiera, no podía evitarlo, solo quería sostenerla y arrullarla hasta que se calmara, quería borrar los centímetros afligidos de su rostro. Carlene sollozaba, inconsolable.

—Se fue, D. —Aspiró y se enroscó aún más a su alrededor—. Tita se ha ido.

Él cerró los párpados, sintiendo el dolor como suyo. Recordó a la anciana sonriente, que había sido una de las personas más amorosas y cariñosas que alguna vez conoció. La mujer siempre los había recibido con una sonrisa que se extendía por todo el ancho de su rostro y, después de darles dos besos tronados en las mejillas, les cocinaba galletas con chispas de chocolate. En ocasiones la habían ayudado a plantar flores en su jardín y como premio los dejaba comer golosinas hasta tarde —a escondidas de sus padres—. Cuando había llovizna, salía con ambos a jugar debajo de la lluvia, cantando una canción infantil sobre gotas con sabor caramelo, y juntos abrían las bocas para dejar entrar el agua proveniente de las nubes. Tita también había sido como una abuela para él.

Acarició su suave cabello y la estrujó.

—Tranquila, cariño. —Repartió besos en su sien mientras sentía las gotas caer sobre su pecho, mojando su camisa nueva. No le importó, no le importaba siquiera si una bomba le explotaba en la pierna siempre que ella estuviera a su lado para vendarlo—. Tranquila.

—La voy a extrañar.

—Es un ángel, cielo, los ángeles siempre regresan a su lugar junto a Dios.

—No me dejes sola, Dave, te necesito.

El pecho se le infló cual globo, ella no solía soltar ese tipo de comentarios, lo cual significaba que de verdad lo necesitaba, de verdad lo quería ahí.

Después de enterarse de la noticia no había estado seguro de ir, todavía le afectaba ver a Carly con Richard. Ni en sueños imaginó que esta, al verlo, correría como si fuera un oasis en su desierto y se colgaría de su cuerpo sin dejar espacios entre ambos. No la dejaría, nunca lo haría.

La abuela Sweet murió de un infarto, había sufrido muchos con anterioridad, pero nunca uno tan grave.

La aferró más y percibió su aroma. A pesar del tiempo, aún no entendía qué era lo que se rociaba en el cabello, siempre olía tan agradable; olía a su perdición.

Alguien se aclaró la garganta: Richard.

¡Joder, no! No estaba listo para soltarla.

—Ahora no, Rich, necesito a Dave. Él creció conmigo, me entiende en esto.

Abrió los ojos con impacto, era la primera vez que su luciérnaga hacía algo como aquello. Nunca corría a su novio rockero, siempre era Dave el que tenía que marcharse cuando Carly le lanzaba miradas exasperadas. Esos dos hombres hormonados no podían estar en una habitación juntos sin insultarse, uno alegaba que su derecho de antigüedad le permitía estar cerca de su amiga, mientras que el otro decía que el amor llevaba la ventaja a la amistad. Carly solo repetía que no era un objeto y ella podía decidir.

David sonrió de lado y vio cómo el rubio salía furioso de la funeraria. ¡Imbécil! Sabía que no la quería lo suficiente, nadie la amaría como él.



Agradecía su presencia, cuando él estaba se sentía un poco mejor. Recordar esas horas en las que su abuela había estado postrada sin moverse le causaba desasosiego. Jamás había deseado tanto el refugio de su amigo, era su sombrilla contra las tormentas, la cueva para refugiarse de un oso hambriento.

Su abuela siempre había estado a su lado, había sido una de las pocas personas que de verdad la veían. Apoyó la cabeza en el hombro de David, mientras la abrazaba por la cintura —habían entrelazado ambas manos— y besaba continuamente su coronilla.

Carly levantó la vista hasta que pudo atorar sus pupilas en las de su acompañante.

—No sé qué haría sin ti, D —dijo convencida y segura.

—Probablemente Richard… —¿Qué? Lo interrumpió negando con la cabeza.

—Tú eres como el kétchup y yo soy la patata, ninguno funciona por separado.

El labio inferior de Dave tembló, luchaba por retener la risilla que amenazaba con salir, la felicidad escapó cuando recordó dónde estaban.

—¿Por qué tengo que ser yo el kétchup? —Carly intentó sonreír de lado, pero salió como una mueca extraña.

—Porque soy delgada como una patata, tú eres obeso.

—¿El kétchup es obeso? —Alzó una ceja.

—No tiene forma.

—Soy el chico más sensual sobre el planeta —La chica bostezó, haciendo un esfuerzo sobrehumano para no perderlo de vista.

—Y el más humilde también. —Besó su frente, demorándose más de lo debido.

—Duerme, cariño, estoy aquí para cuidarte, siempre lo estoy. —Cerró los ojos y se quedó dormida, sumergida en un abrazo que parecía escudo.

Podía sentir su respiración calmada. ¿Por qué demonios no se confesaba de una buena vez? ¿Por qué no le decía lo que sentía? ¿Por qué era tan cobarde?

Al levantar la vista se topó con la mirada acaramelada y cálida del padre de Carly. Él le dio una sonrisa sincera y musitó un «gracias» para después apartar los ojos y abrazar a su mujer.



La cargó y la depositó en la camioneta azul. Tenía encargado cuidarla mientras dormía: el señor Sweet no había tenido que rogar para que llevara a su hija a dormir a un lugar cómodo, Dave estaba encantado. Aparcó en la cochera de su casa.

Una vez en la oscuridad de la habitación de Carly, se acostó a su lado y entrelazó las piernas con las suyas, en secreto la estudió una vez más. Era hermosa. No pudo resistir al ver sus labios tan rojos y entreabiertos. Cada vez que lloraba se coloreaban más, así que los selló con un casto y suave beso, y se dejó llevar por el calor que emanaba su cuerpo. Era perfecta para él porque encajaban, eran el Yin y el Yang.



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En el texto hay: romance, amor, amistad

Editado: 12.01.2023

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