Luz de luciérnaga 2a ed + Somos electricidad

Siete





Cuando era pequeño me gustaba jugar con ella a cualquier cosa, no importaba a qué. Amaba con locura cómo su cabello volaba mientras corría por el césped con el balón de fútbol y la sonrisa que se extendía en su rostro después de marcar una anotación. Al crecer, en lo único que pensaba era en darle celos y en su cuerpo, en aquellos momentos de mi vida ya no quería mirarla de lejos.

Siempre fue tan distinta a todas las chicas, intenté miles de veces decirme que la costumbre era la que me atraía, pero no, era toda ella, mi luciérnaga.

Era inalcanzable para mí, como el viento, como tocar con la punta del dedo una luna en la lejanía. Tan preciosa y perfecta, tanto, que encandila. Me encandilaba su ternura y la fuerza de su carácter escondido, lo recuerdo todo porque yo me enamoré primero.

Nuestra historia trasciende más allá de lo conocido. Quizá en otra vida también la amé, no encuentro otra explicación.

Viví toda la vida restringiéndome, restringiendo mis miradas que se morían por perderse en su rostro, restringiendo mis besos que necesitaban estamparse en su boca, restringiendo mis manos ansiosas por delinear su piel, restringiendo mi amor.

Y sí, sabía que tarde o temprano se lo diría, pero ya no podía aguantar, la estaba perdiendo. Entre más tiempo pasaba, más murallas había y me dolía saber que a veces me evitaba.

No me sorprendió amanecer solo en su cama. Sin embargo, me dejé caer derrotado en el sillón al saber que no se encontraba en la casa, que su coche no estaba en la cochera. La esperé sentado en el mismo sofá por horas, a pesar de que sabía que no aparecería. La conocía lo suficiente.

Me levanté, decidido, y salí con las llaves de mi vieja camioneta. Manejé hacia su casa, tenía que saber qué estaba pasando y por qué huía de mí. Ya no estaba enojada por lo que había dicho Leila, entonces supuse que era por lo del beso.

Aparqué y descendí de la carcacha. La casa de Carly era blanca, había decenas de plantas con pequeñas florecillas, en su mayoría, violetas.

Después de dar un respiro lento coloqué mi puño sobre la madera para tocar, esta se abrió antes de que pudiera hacerlo. Los ojos marrones del papá de Carly me dieron la bienvenida, negó con la cabeza, indignado.

—Tu camioneta se escucha desde hace dos cuadras. —Se hizo a un lado para dejarme pasar—. Llegó muy temprano por la mañana, está en su recámara.

Me dispuse a subir las escaleras. Sabía que si tocaba su puerta no me abriría, así que simplemente abrí de un jalón.

Estaba sentada frente a la ventana, se podía apreciar todo el vecindario desde allí, eso quería decir que me había visto llegar.

—Dile que no puedo verlo, papá —soltó después de lanzar un suspiro—. Lo que sea, pero no quiero hablar con él ahora.

—Soy yo. —Mi voz tembló. Su espalda se envaró y no respondió, así que me acerqué a ella con sigilo. Quizá besarla no había estado bien, no lo sabía, pero no me arrepentía. Sentir sus labios sobre los míos, su ardiente lengua tocando la mía se había convertido en la mejor sensación del mundo, había sido asombroso y aún seguía quitándome el aliento. Ya la había besado antes, pero esta vez éramos conscientes. Era caliente y húmedo.

Coloqué mis palmas sobre sus hombros.

—¿Por qué te fuiste de esa manera? ¿Es por lo del beso?

—El beso fue un error —soltó tajante, mi pecho se hundió
y mi corazón se llenó de grietas—. No va a volver a ocurrir.

—¿Un error? —pregunté en un susurro. Ella se puso de pie
y me enfrentó. Su nariz estaba roja, al igual que sus mejillas. Sabía por qué—. ¿Estuviste llorando?

—Vete, Dave —pidió.

—¿Qué estoy haciendo mal? —rogué. Necesitaba entenderla. Me había aventurado a besarla y quería respuestas. Una chispa nació en sus ojos miel, me hizo recordar a una fogata en pleno apogeo. En cualquier momento las llamas comenzarían a surgir y me devorarían.

—¡¡Todo lo haces mal!! —gritó con rabia. Sus manos estaban temblando—. ¡¿Para qué me besaste, Dave?! ¡Era más sencillo antes!

Su mirada se nubló, pronto comenzó a soltar lágrimas, ella lanzó un rugido exasperado antes de dejarse caer de nuevo en la silla. Analizando cada uno de sus gritos, me dejé caer en la cama con resignación y miré las estrellitas del techo.

—Nunca te he reclamado nada, Dave, pero se supone que somos amigos y estos últimos días… —Hizo una pausa antes de continuar—. ¿Por qué nunca me defendiste de Amanda?

Porque quería dejar de amarla, quería amar a otra persona porque nunca sentiría lo que yo.

—Por imbécil —murmuré. No fue el mejor resumen de todo lo que sentía, sin embargo.

—¿Por qué me besaste?

¿Cómo desviar esa pregunta?

—Porque siempre he querido hacerlo.

Un incómodo silencio nos embargó, se quedó pasmada.

—¿Qué? ¿Por qué querrías eso? —musitó, aturdida. ¿No era obvio? Porque me moría por ella. Le lancé una mirada de soslayo, me estaba mirando anonadada. La sangre se concentró en mis mejillas y las calentó.

—Solo lo quería, Carlene, me moría de ganas, ¿sí? —Me estaba exasperando—. Cuando una persona ama a otra...

—Pero tú no me amas, Dave —dijo, interrumpiéndome.

Quise lanzar carcajadas ante ese comentario tan absurdo. La había amado una vida, estoy seguro que si existí en otra época la amaba y sé que si reencarno la seguiré amando.

—Claro que lo hago. —Dejé que nuestros ojos se conectaran. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal por su mirada escrutadora.

Por algún motivo recordé el día que perdió la virginidad. Ella se derrumbó en mis brazos, dijo y repitió miles de veces que estaba arrepentida, que Richard no la había tratado con delicadeza y que tenía miedo porque él se había negado a usar protección. Yo estuve a su lado cuando se hizo la prueba de embarazo, la escuché soltar el aire después de ver la respuesta negativa. Deseé arrancar cada cabello de la cabeza de Richard, pero Carlene no lo permitió y, dos semanas después, lo encontramos en el bar con otra.



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En el texto hay: romance, amor, amistad

Editado: 12.01.2023

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