Luz de luna

Capítulo VII

El bosque era todo verdor y vida donde los árboles se alzaban majestuosos hasta el cielo, sus ramas extendiéndose como brazos protectores sobre el suelo cubierto de musgo. El aire estaba impregnado con el dulce aroma de la tierra húmeda y el canto melodioso de los pájaros llenaba el ambiente, creando una sinfonía natural que envolvía los sentidos.

A medida que me adentraba en el bosque, los rayos de sol se filtraban a través de las hojas, formando patrones de luz y sombra en el suelo. El suave murmullo de un arroyo cercano se escuchaba a lo lejos, invitándome a seguir su curso y descubrir los secretos que ocultaba entre sus aguas cristalinas.

A lo lejos, el silencio era interrumpido por el crujir de ramas y hojas secas bajo mis pies, recordándome la presencia de la vida salvaje que habitaba en este maravilloso lugar. Los troncos de los árboles estaban cubiertos de musgo y líquenes, dándoles una apariencia mágica y ancestral que parecía transportarme a un tiempo pasado.

En el bosque, me sentía en comunión con la naturaleza, conectando con su esencia más pura y primitiva. Cada rincón era una sorpresa, cada susurro del viento una melodía que acariciaba mi alma. Era como si el bosque tuviera vida propia, respirando a mi alrededor y susurrando antiguos secretos que solo aquellos dispuestos a escuchar podrían descubrir.

Mis poderes vibraban bajo mi piel, clamando por ser libres pero aún no podía dejarlos a rienda suelta, no mientras Ciro siguiera conmigo. Hacía meses que habíamos abandonado a su madre, había recorrido ya muchas millas para alejar a Ciro de la muerte que le esperaba.

Usar mi magia ahora era echar por la borda todo el esfuerzo de semanas enteras de caminatas, de dormir en el suelo, de sobrevivir a duras penas con un niño recién nacido, era conciente de que era una de las personas más buscada de Astéria y usar mis poderes solo serviría para delatar mi ubicación, suficiente tenía ya camuflando nuestro olor con especias y musgo del bosque.

Estaba agotada, tantos años de existencia no me servían para sacar fuerzas, mis piernas y pies gritaban por un descanso del cual no me podía dar el lujo de permitirme, suficiente tiempo perdía ya en las paradas para alimentar a Ciro, asearlo y dormir un poco en la noche.

<<Confio en tí Selenne, cuídalo.>> La voz de mi amiga invade nuevamente mi mente, un recordatorio de lo que dejé atrás y por lo que sigo adelante.

Trato de que mis pasos sean firmes y constantes para no despertar al bebé que duerme en mis brazos. Ciro sigue siendo un niño pequeño, que a penas a ganado peso desde su nacimiento, su piel tan suave y caliente es un consuelo mientras camino.

Siento que han pasado horas desde que me adentré en el bosque, el sol comienza a esconderse y mi estómago a rugir por el hambre.

<<No puedes parar>> me repito, pero apenas lo hago mi pie resbala por pisar mal en la tierra resbalosa, Ciro comienza a llorar por la brusquedad de la caída y yo me altero revisándolo para ver si pude haberlo lastimado.

Me siento en el suelo para meser al niño que llora a todo pulmón, pero por más que intento calmarlo el niño llora rabioso, respiro profundo tratando de calmar mis nervios y solo cuando lo hago es que comienzo a susurrar.

Duerme niño en la oscuridad, la luna no alumbra con bondad, sombras danzan alrededor, una canción de cuna de terror.

Ciro escucha mi voz y al fin el llanto comienza a ser pequeños gimoteos, saco de la bolsa en mi espalda la jarra de leche de cabra ya casi vacía y con eso lo alimento mientras le canto.

—Los lobos aúllan en la noche, las sombras se mueven con reproche, el viento susurra un lamento, en esta cuna de tormento.

Me reprocho por la letra, pero en mi naturaleza no está ser bondadosa, en mi corazón no hay más que rabia y rencor, todo lo que he amado me lo han quitado y por más que trato de recordarme que Ciro es lo único que me queda, no puedo evitar pensar lo contrario.

—No temas, pequeño, no temas, las pesadillas no son reales, pero en esta noche siniestra, las sombras se tornan mortales.

El niño juega con sus manitas cuando guardo la jarra vacía y sonríe de forma involuntaria, sus ojos están brillosos cuando me ve y un nudo me bloquea la garganta con las ganas de llorar.

Duerme niño, en calma y sin temor, en esta canción de cuna tenebrosa, que el miedo se desvanezca al albor, y tu sueño sea reposo y rosas.

Estuve tarareando la misma tonada hasta que el niño cayó rendido en un profundo sueño.

Me recosté un momento con él sobre la tierra fría e incómoda, estaba tan agotada físicamente, había recorrido tanto, tanto, tanto y aún me faltaba tanto por recorrer...

No sabía cuánto tiempo había pasado pero para cuando me desperté aún el cielo estaba oscuro, una oscuridad tenebrosa a falta de luna, quise darme crédito por haberme despertado yo misma pero la verdad era que algo lo había hecho.

Un ave, tan negra y carroñera como lo eran las de su clase. El cuervo se hallaba tranquilo posado sobre mi pierna, la sacudí para que se quitará de encima pero este solo revoloteó hasta posarse al lado del bebé.

El ave lo observaba, parecía cautivado por la belleza infantil de Ciro, en cambio yo me sentía cautivada por él. Sin duda no parecía ser un cuervo  cualquiera pues empujo la mano del bebé con su cabeza hasta que Ciro se despertó, las espesas pestañas del niño se sacudieron y un bostezo escapó de sus labios.

El ave carroñera se acercó más hacia él y por un momento temi que el niño se asustase y volviese a llorar, pero no fue así, Ciro rió cuando la pequeña ave se posó sobre su barriga, sacudió sus manitas hasta él intentando alcanzarlo.




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