Prólogo
Noche de humo y cenizas
A pesar de que me dolía todo el cuerpo, corrí sin detenerme a través del espeso bosque. Estaba segura de que moriría si lo hacía, pues ellos se encargarían de hacerme desaparecer, tal y como habían hecho con el resto. Sorteé las ramas afiladas de los árboles en mitad de la noche, aunque algunas insistieron dejar su marca sobre mi cuerpo. Sin embargo, no sentía nada ante esos pequeños cortes. El pesar que se apoderaba de mi corazón anulaba todos mis sentidos.
—¡Bruja!—gritó alguien a mis espaldas—. La muerte te está buscando. No la hagas esperar.
El sonido de sus botas contra el suelo se convirtió en una especie de reloj que anunciaba que mi hora de partida estaba más cerca de lo que creía. Los ojos me escocían desde hace rato. No sabía muy bien si se debía a que las lágrimas estaban comenzando a nublarme la vista o si era culpa del humo asfixiante que se adhería a mi piel, a mi pelo y a mi alma.
—¡No tienes escapatoria!
Estaba muy cerca y yo apenas podía ver nada. Si cerraba los ojos era capaz de retroceder en el tiempo y revivir todo lo que había sucedido unas horas antes. Me pregunté por qué me eligieron a mí. Nunca debieron poner su último grano de esperanza en alguien tan insignificante como yo.
Siempre tuve razón. Estaba maldita porque todas las personas que me rodeaban terminaban de la misma forma. Quizás estaba pagando los daños que había causado durante mi corta y desgraciada vida. Puede que lo mereciese, pero tenía miedo de irme.
Mis pensamientos cesaron cuando mi pie se enredó con una de las tantas raíces y perdí el control sobre mi cuerpo. Aterricé de espaldas y me golpeé la cabeza con una piedra. La mala suerte siempre me había acechado y esa noche actuó cuando menos la esperaba. Abrí la boca para quejarme y me di cuenta de que mi voz ya me había abandonado. Un cosquilleo me trepó por la nuca cuando la vista se me nubló y esa vez fue a causa de las lágrimas.
Miré fijamente la gran inmensidad oscura que se cernía sobre mi cabeza y las nubes se disiparon. En ese instante, apareció la luna llena y me iluminó. Esa fue la segunda vez que deseé que desapareciera. ¿Por qué parecía que brillaba con más fuerza cuando trataba de esconderme?
—Voy a hacer que te reúnas con ellas—susurró una voz que parecía sacada del mismísimo Infierno. Lo escuché acercarse sigilosamente. Estaba solo—. Tuve que matarte cuando tuve oportunidad. Esta vez no te librarás. Nadie vendrá a salvarte. Estás sola.
Su cuerpo ocultó la luna. Si esos ojos azules, fríos como el hielo, iban a ser mi último recuerdo, prefería cerrar los míos. Sabía que ese momento llegaría. Estaba preparada para morir. Pronto me reuniría con ellas. Me aferré al pensamiento de que volvería a verlo a él también.
El hombre levantó la daga que llevaba en la mano y me miró con desprecio. Mis ojos todavía estaban hinchados de llorar y la boca me sabía a mi propia sangre.
¿Eso es lo que se sentía antes de morir?
Cerré los ojos y apreté los dientes. Mi único deseo fue que no doliese demasiado. Pero ese dolor nunca llegó. De pronto, noté una brisa diferente y el olor que anegaba mis fosas nasales fue sustituido por otro diferente. Uno más fresco que hizo que aspirase con fuerza. Lo reconocí al instante cuando una rama crujió a mis espaldas.
—¿Quién anda ahí?—preguntó con voz temblorosa—.Si eres una de ellas, más vale que salgas. Primero la mataré a ella y después haré lo mismo contigo.
Escuché un grito y después se hizo el silencio.
¿Había muerto?
No.
Abrí los ojos, pero él ya no estaba. Me dolió el pecho al respirar cuando unos brazos se deslizaron bajo mis piernas y me levantaron del suelo como si no pesara nada. El desconocido colocó una de sus manos en mi nuca e introdujo mi cabeza en el hueco de su cuello mientras me sujetaba con fuerza. Sentí su piel fría contra la mía, pero no me importó.
—Tranquila, ya te estás a salvo—dijo junto a mi oído.
Esa voz.
Era imposible.
Él no podía estar allí, pero lo sentí tan real que me dejé llevar por la extraña y agradable sensación que me invadió.
¿Estaba volando o simplemente era mi alma abandonando mi cuerpo?
Capítulo 1
La misma pesadilla de siempre había vuelto a repetirse una noche más. Me convertí en esa niña que corría para salvar su vida y cuando me toqué la cara, sintiendo el frío sudor bajo las yemas de mis dedos, tosí como si realmente tuviera humo en los pulmones.
Llevaba teniendo ese sueño desde hacía años, pero en los últimos meses se estuvo repitiendo día tras día. Mi madre se preocupaba cuando le hablaba sobre ello, así que decidí no contarle que cada vez eran más frecuentes. Ella ya tenía suficiente teniendo que lidiar con su trabajo en la Editorial y no quería cargarla con mis problemas.