Luz de Luna

Capítulo 4

—¡Mamá! —exclamé mientras la miraba totalmente empapada.

—¿A qué viene esa cara de susto? —Me miró y suspiró, sacudiendo sus zapatos en la alfombra.

—¿Cómo que a qué viene?

—Ah, ya entiendo. —Se llevó una mano al corazón y esbozó una pequeña sonrisa—. Con las prisas del trabajo he salido corriendo de casa y me he olvidado las llaves. Por suerte llevaba las de repuesto del patio trasero. Perdona, cariño. —Me tocó ligeramente la cabeza—. No pretendía asustarte.

—No pasa nada. —Aunque mi corazón todavía latía con fuerza—. Por cierto, ¿qué sucede últimamente en el trabajo? Casi nunca estás en casa y llegas siempre muy tarde.

Su trabajo como editora le ocupaba tantas horas que apenas tenía tiempo para verla.

—Ya sabes cómo son. —Me miró con el ceño fruncido—. Últimamente estamos revisando nuevas novelas, tenemos muchas conferencias y eso conlleva mucho papeleo, pero está bien, mientras tú y yo podamos vivir tranquilas.

—Deberías tomar unos días de descanso. Te noto más cansada de lo normal. He pensado en volver a trabajar como niñera y así podrás descansar un poco.

—Hablaremos de eso mañana. —Pellizcó suavemente mi nariz—. Ahora vuelve a la cama. Es muy tarde.

—Está bien —dije sin sonar muy convencida de mis palabras.

—Yo tengo que hacer una llamada y enseguida me voy a la cama. Buenas noches cariño, que descanses —dijo antes de darse la vuelta e ir hacia la cocina.

Me disponía a volver a mi habitación cuando escuché a mi madre con el teléfono. Era muy tarde. ¿Se habría olvidado algo en la oficina y estaba llamando a algún compañero? 

Tenía curiosidad, así que retrocedí algunos escalones y me apoyé en la barandilla para poder escuchar mejor la conversación a través del teléfono.

—Todavía no he encontrado nada —decía en voz baja—. Me preocupa que estén por aquí cerca. Si le pone una mano encima. —Huno un silencio—. No puedo permitirlo. No después de todo este tiempo. —Hubo otro silencio—. Sí, lo sé, pero no lo entenderá. Mañana hablamos.

Cuando dejé de oírla, subí las escaleras antes de que saliera de la cocina, me descubriera y me regañara por escuchar su conversación a escondidas. Llegué a mi habitación y cerré con cuidado la puerta.

¿Qué sería lo que preocupaba tanto?

¿A qué se refería con ir en contra de las reglas?

 A la mañana siguiente le contaría lo que había sucedido en la playa. Seguramente hablaran sobre el niño en las noticias y al menos podría quedarme tranquila al saber que finalmente estaban bien y que todo había quedado en un desagradable susto.

Me tumbé en la cama y lentamente empecé a sumirme en un sueño, cada vez más y más profundo. Soñé con unos ojos oscuros que me llamaban y a los cuales no podía resistirme. Esos ojos pertenecían a una persona, pero no podía verle la cara. 

Me tendió una mano y se la cogí al instante.

***

Desperté cuando los rayos de sol ya se habían colado por mi ventana. Miré el reloj que marcaba las nueve y media de la mañana, me senté en la cama y miré la mesilla de noche. En ella tenía una foto en la que salíamos mi gato Poe y yo.

Lo adoptamos poco tiempo después del accidente y todavía recuerdo cómo lloré el primer día que lo vi, con su pelaje negro y sus ojos azules. Era el gato más cariñoso y esponjoso que había visto nunca. Durante ese tiempo que estuve en la cama, él permaneció a mi lado todo el tiempo, acurrucándose y dándome su calor. 

Las lágrimas comenzaron a nublarme la vista.

Ese día, el quince de julio, era el segundo aniversario  de la muerte de Poe por leucemia y tal y como había hecho desde el primer aniversario de su muerte, ese día iría al rio que había a las afueras de la ciudad para lanzar una rosa justo en el lugar en el que habíamos lanzado sus cenizas. 

Me miré en el espejo y parpadeé un par de veces para que el rojo de mis ojos desapareciese un poco. Salí de mi habitación y comencé a bajar las escaleras en dirección a la cocina.

—Buenos días, mamá, ¿qué tal has dormido?

Ella ya estaba completamente vestida, así que era una suerte que la hubiese visto a tiempo.

—Hola, cielo. He descansado lo suficiente. —Me lanzó una mirada fugaz mientras bebía su café—. Desayuna, yo tengo que irme pronto al trabajo. 

—Beberé algo de zumo —dije mientras me levantaba e iba hacia la nevera—. Hoy parece que no va a llover.

—Eso espero. Por cierto, ¿qué tal estuvo ayer el día en la playa? —preguntó—. Supongo que la tormenta os pilló desprevenidas.

—Sí, pero lo peor fue lo del niño.

—¿Pasó algo?

—¿No te has enterado? —dije extrañada—. Creía que hablarían de eso en las noticias. La verdad es que fue horrible. —El nudo en mi garganta volvió a aparecer cuando le relaté todo lo sucedido—. Espero que estén bien.

—Qué triste. —Su mirada parecía perdida—. Entiendo el dolor de la madre. Si te pasara algo y yo no pudiera hacer nada...




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