Luz de Luna

Capítulo 5

Lo último que esperaba era volver a encontrármelo. Apenas había pasado un día desde que lo había visto y allí estaba, tan cerca que nuestros dedos casi se rozaban. Sus ojos negros estaban fijos en los míos y el reflejo del sol reveló en ellos unas motas doradas que me robaron el aliento. Tenía una cicatriz en la mejilla izquierda y un pequeño lunar justo debajo del labio inferior. A pesar de que hacía calor, iba completamente vestido de negro.

—Toma. —La cogió y me la tendió.

—Gracias —musité mientras la cogía y rompía el contacto visual. Me fijé en su mano tatuada y en la escritura desconocida que decoraba sus nudillos y subía por sus brazos—. Lo siento.

Me hice a un lado y comencé a andar por la acera sin mirar atrás. Mientras caminaba a toda velocidad, pensaba en lo que acababa de suceder. De todas las personas que había en esa ciudad, había tenido que tropezarme con ese chico.

Durante mi camino hacia el parque Willows, observé a una pareja de ancianos que paseaba de la mano y cuando giré dos manzanas, divisé mi destino. Un banco de madera con vistas al río. Dos años atrás, esparcí en ese mismo lugar las cenizas de Poe y desde entonces, cada aniversario lanzaba una rosa blanca en su honor. Habían pasado dos años de la muerte de Poe y diez años del accidente. Llevé mi mano hacia la cicatriz del nacimiento de mi pelo y fruncí los labios. Nunca podría olvidar el pánico que viví cuando abrí los ojos tras el accidente de coche y no reconocí a mi madre. Mi padre perdió la vida y yo sobreviví de milagro. Ella optó por quitar todas sus fotos y él se convirtió en un fantasma. Los recuerdos que tenía hasta ese entonces se volvieron confusos y las pesadillas se convirtieron en mis compañeras nocturnas. 

El resto de mi adolescencia transcurrió con normalidad gracias a Ane. A ella la conocí cuando pasé a la Secundaria y aunque otros nos veían como el ying y el yang, éramos almas gemelas. Sin su apoyo, los días posteriores a la muerte de Poe habrían sido más oscuros y tristes.

—Ojalá no te hubieras ido tan pronto. 

Las lágrimas nublaron mi visión y todo mi cuerpo tembló cuando lancé la rosa al río. Por suerte, nadie me vio llorar.

***

El sol se reflejaba en el río y su claridad me permitía ver las siluetas de los peces que nadaban en él. La temperatura había descendido a causa de la humedad, pero me resultaba agradable. Me puse en pie y me despedí de ese lugar hasta el año siguiente. Mientras salía del parque, reconocí a dos de los chicos de la playa sentados bajo la sombra de un roble. Ellos también vestían de negro y tuve la sensación de que no dejaron de mirarme cuando pasé por su lado.

Cuando volví a estar en el centro de la ciudad, las calles estaban a rebosar de personas y automóviles. Una extraña sensación de inquietud me perseguía desde hacía un rato. En ocasiones, me sorprendía por la capacidad que tenía de montar historias absurdas en mi cabeza. Sin embargo, me apresuré a doblar la última manzana que me quedaba para volver a casa y casi subí de una los tres escalones que daban el acceso a la puerta principal. Una vez allí, introduje la llave en la cerradura y giré el pomo con cuidado. Entré y cerré la puerta detrás de mí y no me resistí a mirar a través de la mirilla. Cuando confirmé que no había nadie, respiré con tranquilidad.

—¿Mamá?

Como no obtuve respuesta, me dirigí al salón y encendí la televisión para intentar distraerme. En ese momento, apareció la noticia que tanto esperaba y temía.

—Recientemente se ha dado a conocer el trágico suceso acontecido en una de las playas más tranquilas de nuestra ciudad. Un niño de apenas siete años perdió la vida ayer por la tarde mientras disfrutaba de un cálido día de verano junto a su madre. Su cuerpo, con apenas signos vitales, fue hallado junto a unas rocas que se encontraban cerca de la costa, justo en el lugar en el que la madre lo había perdido de vista. La confirmación de la muerte se produjo en el hospital, media hora después, tras haber intentado reanimarlo en la playa. La verdadera causa de la muerte será confirmada cuando se le realice una autopsia. —Hizo una pausa respirando profundamente—. Las autoridades apuntan a un fuerte traumatismo craneoencefálico. Su madre, que se encontraba en el lugar del accidente, tuvo que ser atendida por los servicios de emergencia en la playa y sufrió una conmoción durante el trayecto al hospital, donde todavía permanece ingresada.

Mi piel se erizó y un escalofrío descendió por mi columna. No podía creer lo que estaba escuchando. En el fondo esperaba que el niño hubiera sobrevivido, a pesar de que los pronósticos no eran los mejores. Me sentí triste y apenada por los dos.

Estaba de pie frente al televisor cuando un golpe en la puerta principal me sobresaltó. Me giré y me encontré con mi madre, que me miraba como si le faltase el aliento.

—Tenemos que irnos. Se me ha acabado el tiempo. Lo siento, debería habértelo dicho hace tiempo.

—¿Decirme qué? —Di un paso hacia ella—. Mamá me estás asustando. Por favor cálmate y dime lo que está pasando.

—No hay tiempo para hablar. —Avanzó y me tiró del brazo—. No puedo dejar que te encuentre.

—¿Quién? —Miré sus ojos agitados—. ¿Qué pasa?

Su cara estaba pálida y sus ojos castaños me atravesaron mientras tiraba de mi brazo y me sacaba del salón.




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