La oscuridad que me rodeaba comenzó a desvanecerse hasta que fui consciente de que me encontraba en un lugar muy lejos de casa. Una brisa recorrió mi cuerpo y todo se iluminó a mi alrededor.
Estaba en un bosque, era de noche y me encontraba a escasos metros de un invernadero. La nave era lo bastante alta como para que la enredadera con flores rojas lo cubriera y le diera un toque mágico. Decidí entrar y observé que el interior era aún más bonito de lo que me imaginé, pues había macetas por todos lados con flores de todos los colores y su olor se mezclaba con el de las velas. Al fondo había un gran rosal y las rosas estaban abiertas del todo.
No obstante, era consciente de que estaba soñando y como no sabía cuánto tiempo podría quedarme allí, salí de allí y rodeé el invernadero hasta encontrar un sendero que atravesaba el bosque en dirección al norte. Pronto comencé a escuchar unas voces lejanas y me dirigí hacia ellas, descubriendo frente a mí un pequeño pueblo. Era una aldea y desde mi posición, podía oír las conversaciones de las personas, que ahora se encontraban a escasos metros. Una suave melodía flotaba en el aire y el olor a caramelo llenaba la atmósfera. Las calles estaban decoradas e iluminadas con faroles y velas en su interior. Observé los puestecitos y supuse que estarían celebrando sus fiestas.
Parecía una escena del siglo XVII.
Miré a las personas que paseaban, algunas iban solas, otras en pareja y otras en pequeños grupos. Los niños correteaban y jugaban a ambos lados de las calles. Decidí adentrarme y me percaté de que nadie se había dado cuenta de mi presencia. De pronto, llegué a una plaza donde se estaba celebrando un baile y observé que había más gente de mi edad. Mis ojos analizaron cada prenda, cada detalle de las casas y cada perfume hasta que me fijé en una pareja. La chica era rubia y delgada, bailaba al son de la música y sonreía cada vez que miraba al chico con el que bailaba. Él era moreno y tenía el pelo muy corto. Era más alto que ella y tenía una mano en la parte baja de su cintura. Le murmuraba cosas al oído y ella le devolvía una sonrisa cómplice. Cuando terminó la canción la chica tiró de él y lo besó, olvidándose de las personas que se encontraban a su alrededor. Después los dos se marcharon cogidos de la mano y desaparecieron por una de las tantas calles que conectaban con la plaza del pueblo.
***
—Llegaron hace unos días y parece que quieren quedarse por un tiempo —le susurró un hombre de mediana edad a la mujer que lo agarraba por el brazo.
—Creo que no son de fiar. —La mujer se inclinó para decírselo al oído.
—No seas así. —Sonrió—. Tenemos que darles una oportunidad. El hecho de que vivan alejadas del pueblo no significa nada.
—Si tú lo dices —dijo, pero no sonó convencida.
Observé cómo la pareja se alejó de la plaza y comencé a preguntarme sobre lo que había escuchado, pero entonces, una sensación extraña recorrió mi columna. Eché a andar hasta que empecé a dejar atrás el pueblo y me adentré en el bosque.
Caminé alrededor de diez minutos con el corazón desbocado intentando convencerme de que eran imaginaciones mías y al igual que había sucedido anteriormente, el sonido de unas voces captó mi atención. Me acerqué con cuidado, sin saber con certeza si podrían oírme o no. Eran dos personas, o más concretamente, dos niños de apenas diez años.
—¡Te he dicho que no quiero jugar contigo! —exclamó la niña, dándole la espalda a un niño de su misma edad. El pelo de ambos era tan oscuro como una noche sin luna.
—¿No quieres ser mi amiga?
—Si descubren que juegas con alguien como yo te encerrarán para siempre y no podré volver a verte.
—Podemos jugar a escondidas—dijo él mientras se colocaba a su lado—. No quiero alejarme de ti.
—Es de mala educación espiar a escondidas.
Una voz surgió a mis espaldas, sobresaltándome. Mi corazón se detuvo cuando, al girarme, mis ojos se encontraron con unos ojos negros. Los mismos ojos que pertenecían a ese chico misterioso.
Jared.
Desperté.
Mis ojos se toparon de inmediato con la mirada de una chica joven de pelo castaño y ondulado que le llegaba hasta los hombros. Sus ojos eran de un verde intenso e iba vestida totalmente de negro, mientras que una insignia plateada en forma de media luna descansaba sobre su pecho izquierdo. Sus ojos se abrieron ligeramente cuando intenté hablar, pero de mi boca sólo salió un susurro.
—Deja de esforzarte. Solo conseguirás hacerte más daño —dijo en un tono neutral—. Te ayudaré a levantarte. Te están esperando en la Sala del Consejo.
Abrí la boca de nuevo, pero en ese momento, un fuerte dolor se apoderó de mi garganta. En ese momento, la chica bajó una de sus manos hacia mi garganta y la rodeó, sintiéndose fría contra mi piel. Comencé a sentir un calor en mi garganta y traté de mover mis manos para apartárselas, pero sentía cómo si mi cuerpo pesase demasiado, impidiendo hacer cualquier tipo de movimiento.
—Quédate quieta o te dolerá más. Llevas dos noches enteras gritando.
¿Dos noches?
No era posible que hubiese estado tanto tiempo durmiendo. Cerré los ojos justo cuando fuerte dolor comenzaba a apoderarse de mi cabeza. ¿Qué había pasado antes de quedarme dormida?, ¿cómo había llegado hasta allí?, ¿por qué mi mente estaba tan confusa?