Scarlett vivía en el Upper West Side, ocupando el penthouse de uno de los edificios más lujosos del vecindario. Contaba con una vista fenomenal y apenas cruzando la calle tenía Central Park a sus pies.
Su padre ausente junto con su madre obsesiva podían dar como resultado una pésima combinación, pero al menos tenían dinero. La carrera de Scarlett era fresca e iba en ascenso; ni en un millón de años le habría alcanzado para costear semejante departamento. Pero gracias a su condición de hija única y que había cumplido el capricho de su familia yendo al Saint Mary’s School, un internado católico femenino en Ascot, Inglaterra, como recompensa se había ganado un piso de primera en una de las mejores zonas de Manhattan.
—Que no te sorprenda el desorden. —Ángela subió al ascensor seguida de Nero y las puertas se cerraron—. El miércoles pasado despidió a Juliette y presumo que desde entonces no ha limpiado un mueble.
—¿Juliette? —Nero se recostó contra una de las paredes espejadas. Un molesto villancico sonaba débil bajo sus voces.
—Su empleada.
—Oh… ¿Y por qué la despidió?
—Estaba cansada de que le ordenara mal la ropa —respondió, buscando en su bolso la tarjeta de seguridad que tenía de la casa de Scarlett.
Nero alzó las cejas.
—¿Por eso le sacó el trabajo?
—Sí. —Suspiró—. Ya le dije que fue una crueldad, pero no me escucha.
—Vaya, vaya —murmuró Nero—. El angelito de Charlie es más bien un demonio con aureola.
El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. Ángela le lanzó una mirada fulminante y, antes de deslizar la tarjeta por la ranura, se giró hacia él.
—¿Qué harás? —encuestó.
—¿Disculpa?
—Contigo. Tu identidad. ¿Debo fingir que reímos y bailamos mientras desempacabas tus cosas y que luego tuvimos un adorable almuerzo bajo el cálido sol del mediodía en Central Park? —El sarcasmo era evidente en su tono de voz.
Nero sonrió de lado y negó con la cabeza lentamente. Allí estaba el bendito hoyuelo.
—Me das demasiado crédito como para ser sólo tu guardaespaldas, linda. ¿O es una vieja costumbre tuya tratar a los empleados tan… estrechamente?
Los labios de Ángela se entreabrieron. ¿Había asumido que esa era siempre su postura frente a sus guardaespaldas apenas con las palabras que había dicho?
—¿Tiene algo de malo tratar bien a quienes trabajan para ti? —se defendió, altiva—. ¿O prefieres que yo sea Scarlett y tú Juliette? —Giró sobre sus talones para abrir la puerta y le lanzó una mirada de reojo—. Haz lo que quieras. Scarlett está de mi lado, así que si quieres ser tú mismo no pasará nada. Ella no le dirá a papá.
—Creo que actuaré. —Silencioso como una sombra detuvo la mano de Ángela a punto de deslizar la tarjeta y se arrimó a su cuerpo, sosteniéndola por la cintura suavemente. Pegando la mejilla a su cabello, bajó la voz a un susurro ronco y cálido que hizo cosquillas en la oreja de la joven—. ¿Qué dices, Ángela? Será nuestro pequeño secreto.
Los puños de la muchacha se comprimieron al sentir aquella voz grave y pausada a su oído. No tenía dudas de que era un seductor de primera. Sin embargo, aunque la había tomado por sorpresa y no podía negar que una parte de ella se sentía a gusto sintiendo su cuerpo (claramente trabajado) presionado contra el suyo, no era momento de coquetear ni entraba en su código de conducta caer rendida ante un hombre antes de que fuera el momento oportuno.
—¿Nuestro pequeño secreto? Oh, eres adorable, Nero. —Soltándose de su agarre, lo miró de costado y le extendió el dedo meñique, batiendo las pestañas rápidamente—. ¿También quieres hacer una promesa con el dedito?
Nero le sonrió entre galante y divertido y enlazó su meñique con el de ella.
—Está bien. Te prometo que la próxima vez no serán nuestros dedos los que estén entrelazados.
Ángela rápidamente retiró su mano y frunció el ceño al verlo a los ojos.
—Eres un asco —murmuró entre dientes.
Asegurándose de darse vuelta lo suficientemente rápido como para que su cabello diera un giro amplio e impactara contra Nero, deslizó por fin la tarjeta de seguridad por la ranura. El improperio mascullado que escuchó a sus espaldas le confirmó que había tenido éxito en su misión.