Luz oscura

14. Guerras las hay sin pólvora

Debían reconocer que aquella había sido una gran emboscada por parte de Industrias Exodus.

Cinco de los siete miembros de Scuro Luce se encontraban dentro de la sala B8. Entre ellos, Edmund y Teresa. Danielle y Jack se habían quedado afuera montando guardia cuando la primera sintió cómo un disparo cortaba el aire junto a su cabeza como una exhalación y una cantidad considerable de sangre espesa y caliente manchaba su rostro. El cuerpo de Jack cayó muerto a su lado y ella se apresuró en ingresar a la sala evitando por poco el aluvión de balas que silbaban a su alrededor. Ya dentro, Teresa la sostuvo por los hombros y le tomó unos segundos adquirir consciencia de la situación. Edmund se encontraba en el marco de la puerta abierta, a resguardo junto a otro sicario, y de tanto en tanto se asomaban y disparaban para luego cubrirse una vez más.

—Son cuatro. Tal vez cinco —informó Edmund, levemente agitado, recargando el arma—. Ellos no entrarán así como nosotros no…

Un vidrio estalló a sus espaldas y el cuerpo de uno de los sicarios cayó al suelo. Una bala que no era de pistola le había perforado el cráneo. Teresa se giró en redondo, siguiendo el trayecto del proyectil, y sus ojos se abrieron como platos.

—Un francotirador —masculló Edmund, diciendo lo que la espía había pensado—. Bien, cambio de planes: hay que salir.

No hubo quejas al respecto. Aunque los pistoleros fueran mayor cantidad, solo un demente preferiría enfrentarse a algo que no puede ver. Sin armar filas ni calcular tiempos salieron al pasillo, Edmund y uno de sus subordinados a la cabeza. Con una puntería digna de expertos, no permanecieron en un mismo lugar ni un segundo a la vez que disparaban y daban en el blanco. El estruendo de vidrios explotando y balas impactando era ensordecedor. Gritos de dolor y golpes secos contra el suelo no paraban de escucharse. Sin embargo nadie les prestaba atención. En momentos como ese lo único que importa y vale es salvar tu propio pellejo.

Un pasillo es uno de los peores lugares para llevar a cabo un tiroteo. El espacio es angosto y reducido, y las probabilidades de recibir un disparo son altas. Edmund había logrado mantenerse airoso incluso luego de que su compañero cayera. Había quedado claro en aquel encuentro la notoria diferencia de habilidades entre Scuro Luce y los matones de Industrias Exodus: mientras que del primero aún se mantenían en pie tres personas, solo un hombre quedaba frente a ellos. Y ese hombre fue el que alcanzó a perforar el brazo de Danielle antes de que Edmund lo acabara de un disparo al pecho.

Danielle lanzó una exclamación al aire y se sostuvo el brazo herido, apretando los dientes y dejando caer la pistola al suelo. Teresa se apresuró en socorrerla, agachándose junto a ella y ayudándola a incorporarse.

—El brazo derecho —murmuró Edmund, recogiendo el arma caída—. No podrás disparar. ¿Puedes caminar sola?

Teresa la soltó suavemente y Danielle asintió con la cabeza, ya erguida pero sin dejar de cubrir la herida con su otra mano.

—Bien. Ve detrás nuestro por si acaso. —Edmund apretó su manos libres—. ¿Stephen? ¿Quedan más?

—No —contestó el Don—. Había dos apostados en la entrada principal de planta baja pero recibieron una llamada y se retiraron.

Edmund vio por la ventana cómo se encendían las luces de una minivan negra estacionada frente al edificio y partía a toda velocidad.

—Muy bien, entonces nos retiraremos.

—¿Cuántas bajas tuvimos?

—Cuatro. Teresa, Danielle y yo sobrevivimos —informó, comenzando a avanzar entre los cuerpos, cuando uno de ellos llamó su atención. Se agachó junto a él y tomó su mano, girándola—. Estos tipos no eran de Industrias Exodus.

—¿Qué? —exclamó Stephen, sorprendido.

—No… Son de los McKinley.

Entonces Teresa se acuclilló junto a él y comprobó el tatuaje que llevaba en el dorso de la mano. Y no sólo él, sino también sus compañeros.

—Bueno, son socios, después de todo. No es muy extraño —dijo Stephen.

—Sí, pero ¿es razonable que una mafia se encargue de los problemas de otra? ¿Por más aliados que estén? —analizó Edmund, incorporándose, y vio de reojo a la mujer a su lado—. Teresa, tú dijiste que Mario, tu hermano, y su guardaespaldas capturaron a Noah, ¿verdad?

—Así es.

Edmund se mantuvo pensativo durante unos segundos y al final dijo:

—Si su principal preocupación fuese extorsionar a Noah, ¿por qué se tomarían el trabajo de tendernos una trampa? ¿Por qué, si descubrieron el rastreador, no arrojarlo en un bote de basura y listo?



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En el texto hay: mafia, amor y traicion, nueva york

Editado: 25.09.2018

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