Cuando una de las tantas sirvientas que trabajaban en la casa de Nino Borgia llegó con los cafés, el empresario le sonrió en agradecimiento y le pidió que se retirara. Aquel era un hermoso penthouse ubicado en SoHo, con los mejores lujos y comodidades que el dinero puede ofrecerle a una persona. Años atrás, cuando allí residían él, su esposa y sus dos hijos, el tamaño de la construcción tenía razón de ser; pero el tiempo pasa y las cosas cambian. Para cuando Nino cayó en cuenta, ya nadie le daba la bienvenida al llegar a casa salvo las empleadas domésticas.
Ya fuese por el advenimiento de la muerte o por las vicisitudes de la vida, lentamente se había quedado solo.
—Así que —dijo César Sabbatini, alzando la taza de café—, son días difíciles, ¿eh?
Nino sonrió sin alegría y se mordió el labio inferior, sacudiendo la cabeza.
—Acabó peor de lo que esperábamos. Si hubiese sido solo la fiesta lo habríamos manejado, pero ahora que el video se viralizó por todo internet tendremos al FBI tocando a nuestra puerta para “hacernos algunas preguntas” en cualquier momento.
—Ahora nos será terriblemente complicado desvincularnos de las sospechas que tengan. Y aunque salgamos airosos de su investigación, el daño cometido a la reputación de Industrias Exodus será irreparable.
Nino bufó, estresado, y le dio un sorbo a su café.
—Encima está Matteo, que solo sabe ser un mandón y hacer escenas cuando algo le sale mal. Dime, ¿alguna vez, en todos estos años, ha dado en el clavo con una solución? ¡Jamás! Siempre somos nosotros. Los que dan las conferencias de prensa, los que lidian con los empleados, los que buscan y pagan a mercenarios…
—El poder se le ha subido un poco a la cabeza.
César soltó una risilla divertida y Nino se lo quedó mirando, boquiabierto.
—¿De dónde es que sacas los ánimos, hombre? Dame tu secreto, por favor.
—Debo decir que mi esposa es la clave de mi felicidad. —Se sonrió, asintiendo con la cabeza—. También lo es Lucian. Tener a mi familia reunida de vuelta es el mejor regalo que la vida pueda darme.
—¿Qué haces aquí, entonces? —murmuró Nino, cansado, masajeándose la frente—. ¿Para qué te metiste en todo este lío?
—Antes de conocer a Chloé, despilfarraba todo mi dinero en juegos y apuestas. Era un joven estúpido. Ahora, gracias a Dios —dijo, alzando las manos estrechadas al techo—, he sido capaz de encontrar un equilibrio. De amar y ambicionar en partes iguales.
—¿Acaso eso es posible? ¿Es posible amar sin culpas sabiendo que tu propia ambición puede arrebatarte a esas personas?
—Tú amas a tu hija, Nino —indicó César, hablando en un tono suave y comprensivo—. Harías lo que sea por Ángela. ¿O me equivoco?
—Antes estaba seguro de eso, pero ahora no lo sé. La muerte de Florence… —Apretó los labios—. Cuando ella se fue todo cambió. Me autoconvenzo todas las mañanas frente al espejo para preservar la cordura, pero fui yo quien encerró toda su adolescencia en un internado al otro lado del océano a su pequeña hija. En su momento lo hice motivado por su educación y seguridad. ¿Pero ahora? No lo sé, César. Ahora ya no sé ni quién soy.
César entrecerró los ojos al mirarlo, detallando la alianza que aún permanecía en su dedo. Ni siquiera luego de tantos años había conseguido superar la tragedia que se llevó la vida de su esposa. Nino era, ciertamente, un hombre complicado. Torturado constantemente por las sombras que ponían en jaque sus creencias, haciéndolas colisionar con sus afectos y obligándolo a elegir entre la paz y la ambición, el amor y la religión, Nino Borgia sólo se dedicaba a transitar un camino oscuro y sinuoso, anhelando siempre la aparición de un rastro de luz que poder seguir.
—Puede que en ocasiones te ciegue el impulso de acabar con el enemigo —murmuró César, palméandole el hombro—, pero yo sí que te conozco. Y harías lo que sea con tal de salvar la vida de Ángela. Tras la partida de Florence, después de todo, ella se convirtió en tu gran y única debilidad.
Nino permanecía con los codos incrustados sobre sus rodillas y los ojos fijos en la terraza.
—Así también lo creía yo —dijo tras unos segundos—, hasta que esta guerra superó mi amor por ella al involucrarla en el juego. Años atrás era lo último que quería hacer, pero bastó con que la oportunidad se presentara ante mí… Y la tomé. Sin medir las consecuencias.