—Muy bien, aquí tienes la dirección y las llaves de mi auto. Papá vendrá a recogerme ahora así que no puedo ir. Asegúrate de no golpearle los bordes ni dejarla caer al suelo, ¿está bien?
Nero rodó los ojos y dejó la enorme pintura envuelta en papel contra la pared del pasillo para así recoger lo que Ángela le estaba dando.
—Sus deseos son mis órdenes, Majestad. —Hizo la parodia de una exagerada reverencia y, tranquilo, se recargó sobre el marco de la puerta—. ¿Cómo has estado?
Ángela suspiró apenas, tomándose unos segundos para dibujar una pequeña sonrisa en sus labios.
—Mejor, gracias. Ya estoy bien. ¿Y tú? —inquirió, cruzándose de brazos al cerrarse el saco. Hacía frío ese día.
—Bien, también. Normal. Aburrido. No has salido estos días.
Ángela soltó una risa suave.
—Sabes que puedes salir por tu cuenta, ¿verdad?
—Sí, lo sé, pero no tengo auto…
—Tómate un taxi.
—Así que no me dan muchas ganas de salir —continuó, dedicándole una sonrisa forzada al haber sido interrumpido—. Todos los gimnasios quedan lejos y…
—Hay una piscina aquí, ¿sabías? —Nero la vio con los ojos abiertos como platos y Ángela señaló hacia arriba—. En la terraza. Durante otoño e invierno la techan. Puedes hacer ejercicio ahí.
—¡Y hasta que me lo dices! —exclamó, alzando los brazos y dejándolos caer a sus costados.
—Nero, está en el ascensor —marcó Ángela, como si fuese una obviedad—. Arriba de todos los botones pone «T». ¿Jamás lo viste?
El muchacho miró hacia todos lados, balanceándose sobre sus talones, a lo que Ángela rió.
—Bueno, ¿por qué debería adivinar que una T corresponde a piscina techada ideal para hacer ejercicio en invierno? —se defendió pobremente.
—Nunca lo habías visto, ¿verdad? —adivinó Borgia, ampliando su sonrisa al corroborar que había dado en la tecla, a juzgar por la expresión de Nero—. Si serás distraído… —Sacudiendo la cabeza, colocó una mano sobre la puerta—. Haz eso y vuelve de inmediato, por favor, que debo salir a hacer unas cosas de la universidad.
—¿Y tu papi no puede acompañarte? Ya que te vas a su casa…
—Papá trabaja, bobo —dijo, aunque no molesta, sino sonriendo—. Así que te toca a ti. En fin, debo irme. Ve y ten cuidado con la pintura.
Nero sonrió burlón y se cargó la pieza de arte encima.
—Sus deseos son mis órd...
—Ah, ya para con eso. Adiós.
Nero soltó una risilla y se giró, yendo hacia el ascensor. ¡Menudo golpe de suerte! Estaba a solas, y con coche, junto a la famosa pintura de su abuelo. Ahora podría ir donde su hermano y preguntarle si sabía algo al respecto. Ese asunto aparte, no podía negar que se sentía un poco más aliviado al corroborar que Ángela se encontraba bien. Entendió que querría su espacio para calmar sus propias aguas, por lo cual ayer no la había instado a nada; además, se había visto con Scarlett y eso seguramente le había ayudado a distraerse. Nunca antes había enfrentado cara a cara un trastorno. Su madre había tenido depresión, sí, pero él era apenas un crío entrando en la adolescencia y no le había brindado la importancia que se merecía. Ahora se arrepentía; si hubiese estado ahí para ella, quizá, sólo quizás, podría haberla salvado de sus propios demonios. Pero ahora nunca lo sabría, y tener la posibilidad de asistir a Ángela, pensó, era su forma personal de redimirse, aunque fuera un poco, de sus pecados.
Entró al cubículo, apoyó el cuadro en el suelo y apretó el botón de planta baja. Al hacerlo, detalló por primera vez aquella «T» que nunca antes había visto y una sonrisa se formó en sus labios.
Esa noche le daría una probada.
(&)
Stephen bebió de su vaso con agua y carraspeó la garganta, recostándose una vez más contra el respaldar de la silla. Vio a Adriano, quien se encontraba frente a él en imperturbable silencio, sentado al otro lado de la mesa.
—Lamento haber venido de improviso —se disculpó el Don—. Con el asunto de la mudanza no he tenido tiempo para otra cosa y apenas me hice de un hueco libre corrí hasta aquí. Tú eres mi Consigliere, Adriano, nos conocemos hace años; necesito hablar contigo.