Era una mañana bastante deprimente. El viento soplaba gélido, el cielo completamente gris, y la humedad se te pegaba a la piel y al cabello como babosas frías y pegajosas. Una llovizna tan molesta como insignificante caía constante desde hacía tres horas.
Adriano estacionó su auto y se bajó a la par de Edmund, que hacía lo mismo a unos metros de distancia. Intercambiaron un asentimiento de cabeza rápido y el capohitman emprendió su camino hacia la Tana. Adriano permaneció de pie junto a su auto unos segundos, contemplando el andar firme y relajado del otro; iba con las manos escondidas en los bolsillos de su tapado negro, largo hasta las rodillas. Luego, hizo lo suyo y entró a la Tana.
Jamás se llevarían bien.
Unos diez minutos después, ya se encontraban los cinco cabecillas de Scuro Luce presentes, dispuestos a lo largo de la típica mesa de reuniones. Adriano contempló la silla frente a él vacía y vio a Stephen detallando lo mismo, con una nota de tristeza azul revoloteando en sus ojos. Luego observó a Edmund haciendo lo mismo que él, y de inmediato sus ojos se encontraron. Entonces Adriano supo; supo lo que Edmund pensaba. Tragó saliva, y detalló la expresión de Jonathan, fría y adusta como siempre, pero con una ligera modificación. ¿Ansiedad era lo que danzaba en sus labios? ¿Aquella pequeñísima y trémula sonrisa era de emoción incontenible? Lo vio a Jonathan mirando a Edmund, y este devolviéndole el honor con un rápido, casi imperceptible vistazo. Las palabras de Nero resonaron en su cabeza: “tengo las sospechas de que haya miembros de Scuro Luce accionando en solitario”. Adriano se giró a su costado, hacia Marty, y lo encontró metido en su portátil, como siempre. Eso, dentro de todo, le produjo cierto alivio. Una idea inquietante le recorrió la espina dorsal: una alianza entre Jonathan y Edmund era, ciertamente, una amenaza muy peligrosa.
—Buenos días a todos —la voz de Stephen lo arrancó de sus divagaciones—. Gracias por haberse reunido tan puntualmente, como siempre. Los convoqué aquí porque tenemos asuntos de importancia que discutir. Lo primero es lo primero: Marty —lo llamó, a lo que el hombre sacó la cabeza de su computadora—, reporta los avances de Atlas.
—Bueno, estoy muy orgulloso de mis muchachos. Numerosas veces intentaron violar la seguridad de Atlas, sin éxito. Incluso tengo a un par de mis estudiantes trabajando para hackear la cuenta de Twitter de Industrias Exodus.
—Pero eso no estaba en los planes —replicó Stephen, confundido.
—Lo sé. —Marty expuso su gran y brillante dentadura en una muy ancha sonrisa—. Pero se nos ocurrió ayer que serviría para seguir crispándoles los nervios. Ya saben, una guerra psicológica es casi tan importante como la factual que tenemos aquí entre nosotros.
—¿Y qué planean hacer una vez consigan el acceso a esa cuenta? —inquirió Edmund.
—Nada de vital importancia; digo, lo más grave que podríamos hacer es subir imágenes pornográficas. —Se rió como un niño emocionado por su juguete nuevo—. Ayer, analizando las posibilidades, descubrimos que no requerirá de mucho esfuerzo; así que pensamos que sería una efectiva demostración de poder. Sólo eso.
—Bien, confío en tu criterio, Marty. Si crees en la seguridad de esta misión, hazlo —resolvió Stephen—. ¿En cuanto a Atlas?
—Marcha sin altercados. El terreno está absolutamente preparado para recibir y publicar la información que, espero, consiga su hermana en la brevedad.
—Ayer hablé con ella y dijo que estaba muy cerca de lograrlo. Tantos años infiltrada en Industrias Exodus están a punto de dar resultado. —Stephen entrelazó las manos sobre la mesa e hizo una pequeña pausa con la cabeza gacha; luego, fijó sus ojos en Adriano—. Hablando de eso, tengo otras noticias de Isabelle: al parecer Nino Borgia sospecha de Nero. Ha enviado a uno de sus hombres a Portland. No lo sabemos con seguridad, pero es muy probable que haya sido para indagar en el currículum falso que le preparamos.
—Bueno, de cierta forma era inevitable que esto ocurriera en algún momento. Nino Borgia no escaló como lo hizo siendo un hombre estúpido —anotó Jonathan.
—Por supuesto; un altercado de estas dimensiones estaba previsto. Así que llevaremos a cabo un operativo para afianzar la solidez de Nero en su empleo.
—¿Y cuál sería, Don? —inquirió Adriano, ligeramente nervioso. No podía pasar por alto la preocupación que le generaba la idea de ver a su hermano en una posición tan delicada: estaba desprotegido como un cordero si Nino simplemente decidía enviarle un sicario y asesinarlo a quemarropa.
—Montaremos un simulacro de secuestro —informó Stephen—. Todo será coordinado con Nero. Los abordaremos en la calle, a vista de todos, y nos llevaremos a Ángela Borgia, asegurándonos de que la muchacha sepa nuestra proveniencia. Nero informará de la situación a Nino Borgia y la rescatará de forma exitosa. Esto debería bastar por un tiempo para aplacar sus sospechas. —Sonrió—. Después de todo, su fin está muy cerca.