Deryl Hernández.
Su maldita voz chillona y fastidiosa me saca de mi paz mental. ¿Quién diablos se cree para hablarme de esa manera? ¡Dios! De verdad, odiosa niña, no te digo nada por tu estúpido problema del corazón, pero ya me tienes hasta la ma… Es que no la soporto. Tengo suficiente con los berrinches de Melanie, no estoy para aguantar y mucho menos tengo la paciencia para soportar los corajes de Stephanie o sus ataques de celos.
—¡Mateo! —Le gritó al pelinegro desde el otro lado de las gradas. Subo los escalones lo más rápido que puedo hasta llegar a él.
«Malditas escaleras»
—¿Qué? —Responde serio al verme llegar.
Da una calada a su cigarro. Asquito, por favor.
—Más vale que calmes a tu estúpida noviecita —contesto de la misma forma mientras me dejó caer en las gradas, abrumada.
—¿Qué hizo Stephanie? —Bota la colilla de cigarro y expulsa el aire por la nariz.
—La muy digna —contestó irónicamente—, fue a interrumpir mi relajante lectura para decirme y anunciarme que me aleje de su queridísimo novio. Que tú no tienes permitido hablar con mujeres que no sean ella —imitó su voz.
—Cómo si fuera importante. —Me mira— ¿Y luego?
—¿Cómo que “y luego”? —Ruedo los ojos—. Más vale que calmes a tu engendro del mal si no quieres verla en el hospital con otro ataque al corazón
—No estaría mal. —Se encoge de hombros—. Me tiene fastidiado con sus malditos celos posesivos.
—Yo no entiendo cómo la soportas. —Rasco mi cabeza—. Su sola presencia es tan… No sabría describirlo… Irritante —digo aún pensativa.
—Yo no la soporto. —Ríe entre dientes—. Ni siquiera la quiero o siento algo por ella.
—¿Por qué sigues con ella entonces? —Me quito la mochila de la espalda. Me tenía lastimada.
—Ni yo lo sé. —Se gira a verme completamente—. Quizá sólo espero algo que colme mi paciencia, que me haga reventar cómo un globo de gas. Ahí y sólo ahí podré disfrutar todo lo que tengo preparado para ella, por el momento quiero divertirme.
—Todas las chicas son juguetes para ti, niño —subo los pies a la banca—. Aunque, ella se lo busco. Se metió entre tus sábanas y le dijo a medio mundo que eras su novio. Ahora que le haces ver su realidad no quiere aceptarlo. —Miro al cielo y sentenció—. No quiero que me moleste más. O la calmas tu o la calmo yo.
—¡Dah! —Vuelve a prender otro cigarrillo—. Haz lo que quieras, ya hablé con ella, terminé con ella. Pero sigue insistiendo.
Mi mirada se dirigió de nuevo a él. Esos ojos negros que miraban a la nada estaban completamente dilatados, su respiración parecía algo acelerada, la manga larga de su camisa blanca dejaba ver algunas cicatrices frescas aún en sus brazos, el pómulo lo tenía herido, su labio rosado tenía una herida pequeña.
«Otra pelea»
—¿De nuevo cicatrizado, Matt? —Pregunto en volumen bajo—. Ya se me hacía raro que no vinieras a la escuela.
—Qué te importa, Deryl. —Mueve su cigarro tirando la ceniza.
Y ahí estamos de nuevo, el Matt de todos los días.
Estoy chiquita, ¿ok? Me gusta el chisme y hay gente que no coopera en esto de la investigación cualitativa de los hechos personales sobre otros sujetos.
—De hecho… No me importa —miento. Detesto cuando se pone en ese modo—. Agua con sal y se curan más rápido —informo.
—No soy una sopa —recarga su espalda con malestar.
«Le fue muy mal»
—No es para eso —explicó—. Leí por ahí que es muy bueno en caso de heridas y golpes. Por lo que veo que lo necesitas.
—¿Cuántas veces tendré que decirte, que no te metas en lo que no te importa? —Pregunto enojado—. No estoy pidiendo tu ayuda o un consejo. Así que no me lo des.
—¡Aay! Pero qué terco eres —me burló—. Mejor dime ¿Quién te hizo eso?
—¿Qué te importa? —Repite.
—Más de lo que debería —niego—. No es normal que llegues de repente así cómo así.
—Salió el papá de mi media hermana de la cárcel —explica desganado—. Fue bueno darle la bienvenida.
—¿Valió la pena? —Frunzo el ceño.
—Valió cada maldito segundo —contesta feliz—. Verlo ahí cómo la sabandija puerca que es. Jamás me sentí tan satisfecho.
—¿Por qué tanto odio? —Me acerco más a él.
—¿Me dirás a qué se deben tantas pesadillas y el por qué me llamas a las tres de la mañana? —Pregunta arqueando una ceja—. Tengo un mes de conocerte y ya me aprendí tu cambio de voz. Y algo bueno no es.
—¿Me estás chantajeando? —Preguntó con su mismo tono de voz.
—Quiero ayudarte —dice más suave.
—No quiero tu ayuda —digo borde.
—Y el terco soy yo. —Ríe con ganas—. Vale, si un día gustas hablarlo o simplemente quieres compañía, tengo tiempo.
—No, gracias —suelto un suspiro.
—Trate de ser amable. —Dice cansado—. Te dejo, ahí viene tu hermana y no quiero que “se asusté” con mi presencia.
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Editado: 09.03.2024