Matt O'Brien
Ha pasado un mes desde que las chicas vinieron a vivir con nosotros. No nos costó mucho tiempo acoplarnos los unos a los otros. Aunque aún seguíamos con el miedo o la espina de que su familia hiciera algo. Después de todo, Deryl sigue siendo una menor de edad a nuestro cargo.
Pero tratando de ver el lado positivo de las cosas. Christian y yo conseguimos trabajo en un bar. Al principio la idea fue de viernes a domingo, pero por azares del destino nos quedamos con el empleo de lunes a jueves. Por otro lado, Deryl y Melanie comenzaron con sesiones en el psicólogo y con algunos trabajos extracurriculares que sustentan un poco sus gastos. Más orgulloso no me puedo sentir, es una sensación nueva que me llena el pecho de una manera inexplicable.
—Moriré… —Christian deja caer su cuerpo en la parte frontal del carro—. Siento mi alma en agonía —dice dramático.
—Cásate con un viejo de 80 años a punto de morir. Pero procura que sea millonario y todo esté a tu nombre —me burlo.
Tiró la colilla del cigarro al suelo para después pisarlo.
—Qué asco —hace una mueca y me mira—. Está bien que sea bisexual, pero me gustan más jovenas o de mi edad —explica. Río sonoramente—. Te imaginas andar con un viejo. Eso es asqueroso, demasiado asqueroso.
—No tendría que trabajar, hermano mío. —Lo empuje del carro obligándolo a que se levante—. Pero no naciste en cuna de oro. Así que levántate que ya quiero llegar a la casa.
—Podría abrir un club y tú serías el bailarín —dice emocionado y ambos subimos al auto.
—¿Por qué siempre piensas en prostituirme? —Lo miro serio.
—Porque te mide un metro y a todas las mujeres les fascina eso —dice entusiasmado poniéndose el cinturón.
—Me arrepiento de enseñarte esas aplicaciones para leer libros. —pongo en marcha el auto— ¿De dónde sacas esas ideas?
—He leído múltiples veces los comentarios de chicas emocionadas cuando se enteran de que el protagonista mide más que una regla de 30 centímetros. —Separa ambos dedos índice simulando la longitud—. Y tú hermano mío, estás muy bien dotado.
—Mejor hazlo tú —contestó sin dejar de ver el camino—. Después de todo es genética —respondo burlón.
—Yo aprendí —dice entusiasmado—, que si vigilas a alguien desde las sombras se puede enamorar de ti sin siquiera conocerte. Traté de hacerlo y casi me echan a la policía… —Cambia su expresión a una sorprendida.
—Imagina estar dormido y al abrir los ojos te encuentres con un loco mirándote desde la puerta, recargado en el marco y con los ojos más abiertos que un búho. —Lo miro de reojo—. Es espiarlo a través de la ventana de tu cuarto, no a través de la puerta, Christian. —Suelto la carcajada.
—Matt… —Dice avergonzado.
—El libro se llama a través de mi ventana, no a través de la puerta de su cuarto a las 3 de la mañana. —Controlo mi risa—. Pobre Katia…
—Jamás se enamoró de mí —inclina su cabeza—. Jamás me sentí tan estafado.
(…)
Melanie Hernández
Desde aquella pesadilla tomamos la decisión de dormir todos en pareja. Deryl se sentía más cómoda durmiendo con Christian y yo me sentía en paz durmiendo con Matt. Por casualidades del cielo, con él concilio mi sueño mucho más rápido, ya no me levanto por las madrugadas, me siento cómoda conmigo misma y estoy mejorando en mis hábitos alimenticios. Claro, todo es poco a poco. Pero es un cambio notable al menos en mí.
—¿Lista para dormir? —Pregunta Matt acomodándose en la cama.
Sólo llevaba puesto su bóxer color negro, acaba de salirse de bañar y esa fragancia que usa ya estaba impregnada en su cuarto, sus músculos se marcaban a la perfección, esos tatuajes lo hacían ver tan varonil. La forma en la que cubrían su espalda, brazo y pecho. Era toda una cadena, una cadena que ya tuve el privilegio de tocar de manera lenta.
—Si, ya estoy lista —respondo a su pregunta y me colocó su camisa.
Si, me robo sus camisas.
—Te sienta demasiado bien. —Palmea a su lado y yo obediente me acuesto a su lado para después ser abrazada—. Podría quedarme toda la noche abrazándote así.
—Ya nos hemos quedado abrazados mientras dormíamos. —Acaricio su cabeza—. ¿Algún día me contarás la historia de tus cicatrices? —preguntó mirando sus brazos sobre mi y las marcas tan notables.
—¿Para qué quieres saber? Sólo son amargas palabras —me mira de reojo.
Nuestras bocas estaban a escasos centímetros de un movimiento más y podría sentir la suavidad de ellos.
—Me encanta estar contigo —explico—, pero yo no quiero que sólo seamos dos extraños que viven en la misma casa y duermen en la misma cama.
—Son cicatrices de infancia —suspira pesadamente—. Mi padre y el padre de mi hermana me las hicieron.
—Algunas son quemaduras —acaricio sus brazos y él no se inmuto.
—Quemaduras por fricción. —Sus ojos seguían en mi por el contrario yo recorría su piel—. Los tatuajes ayudan a esconder otras. Mi plan es tapar cada marca lo más que se pueda.
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Editado: 09.03.2024