Luz y Tormenta

[CAPÍTULO 29]

Christian O'Brien  

—¡Podrías callarte por una vez! —Le reprocho a Matt entre gritos—. ¡Dame una toallita para quitar el labial! 

—No sabía que gritabas tanto, hermanito —vuelve a burlarse cómo era costumbre. 

Que si no gritaba, maldito. 

—La tenía arriba de mí, cómo no iba a gritar. —Me escudo a la par que le quitó una toallita húmeda. 

Seguíamos en el elevador que para mi suerte había un gran espejo en el cual me pude ver y quitarme todo el labial que tenía en la cara, y unos cuantos en la barbilla. Estaba hecho un desastre. Me faltaban botones en la camisa, tenía leves rasguños por los brazos, mi cabello estaba despeinado, los dedos me dolían de tanto estar aferrado al sillón del carro y si mal no estaba Matt estaba peor que yo. Sólo que él ya no tenía labial en la cara y su camisa la tenía en su mano después de quitármela al entrar al elevador. Ambos teníamos la sonrisa más amplia que se nos pudo haber visto. 

—No hablaremos de esto con ellas, ¿entendido? —Ordena sin quitar esa cara iluminada. 

—Me quedó muy claro antes de dejarla en su departamento, créeme. —Presiono la toalla y me recargo—. Detesto esconderle cosas a Deryl. 

—Ella así lo decidió, ya sabes cómo es. —Se encoge de hombros—. Además yo nunca he podido decir no a sus caprichos. 

—Ella sabe tenernos en la palma de su mano —asegure.  

El elevador abrió sus puertas y bajamos. Ambos nos regalamos esa mirada de “cierra la boca y sigue el plan”. Acomodo mi mochila sobre mi hombro y seguí sus pasos. Aún estaba volando en mi cabeza, tenía todas las sensaciones más hermosas revoloteando en mi pecho. 

Pose mi mirada a la espalda de Matt quien para mi sorpresa tenía un nuevo tatuaje, un girasol. Cuando se lo hizo no lo se. Ese hombre parece que las imprime en su cuerpo de un día para el otro. Nunca tiene una queja y cuando menos lo piensas ya hay otro abarcando su piel. 

A medida que nos acercábamos a nuestra puerta unos gritos se hicieron presentes detrás de esta acompañada de llantos y reproches. Nuestras emociones se bajaron. Tan rápido cómo pudimos abrimos la puerta de golpe y nos encontramos con Deryl con una cara roja, las manos empuñadas y unos ojos chispeantes de rabia. Melanie en el sillón se podría decir que en un estado de shock pero si reaccionaba a los sonidos, estaba llorando en completo silencio. Pero más que tristeza también había rabia. Y al otro lado de la sala había dos señores, no tenía la necesidad de averiguar quienes eran, yo los conocía. 

Alexandra y Mikael Hernández, sus papás.  

A paso limpio y sin titubeos deje mis cosas sobre la mesa que estaba en la entrada, mis ojos no se despegaba de mi pelirroja. Camine hasta su lado para extenderle una mano y ser recibida por ella. 

—¿Estás bien? —Pregunté casi en susurro al jalarla hacia mí. 

Pero mis palabras se quedaron estancadas y se convirtieron en la pregunta más estúpida. Deryl tenía muy marcada una cachetada. 

La sangre me hirvió en ese momento, quería reventar, pero mi poca sensatez me frenaba. Mire hacia atrás de mí y Matt estaba igual de enojado que yo. Otra cachetada en la cara de Melanie acompañado de una marca en el cuello… La estaban ahorcando. 

«No golpees, Christian. Los golpes no arreglan nada, hacen el problema aún más grande de lo que es. Toma aire y solucionemos esto cómo caballeros» 

—Que poca educación al no saludar —habla Alexandra—. ¿Con que estos son los muchachos que les dan hogar mientras les abran las piernas? 

—Mi educación se la gana la gente de respeto y si ustedes no tienen respeto por sus hijas no merecen que sea educado —habla Matt mientras revisa la cara de Melanie. 

—Ya váyanse de aquí, no quiero verlos. No quiero saber nada de ustedes —contesta Deryl aguantando todas sus ganas de gritar. 

—Claro, a estos hombres se les han metido hasta por los ojos. Claro que los van a preferir a ellos. De verdad las considero más astutas, más pensantes y no que se dejaran comprar tan fácil. —Alexandra hablaba con la intención de herirnos a cualquiera de nosotros. 

Se le notaba en la cara.  

—Si lo que trata de decir es que les lavamos la cabeza para que nos dieran un poco de sexo —río con ironía—, lamento decirle que sus novelas le están haciendo efecto en su cabeza, señora. 

—¿En qué momento nosotros educamos a dos putas? —Pregunta Mikael lo cual agradecí en ese momento. 

—Qué educación llevaron al permitir que un hombre le diga puta a dos mujeres, es especial sus hijas. —Lo mire a los ojos—. Vaya mierda dejar que un hombre le levante la mano a una mujer. 

—Si a eso le llamamos educación, usted… —Apunta a Alexandra—. ¿Qué clase de monstruo es al enterarse por lo que pasó su hija y testificar en contra? —La voz de Matt sonaba vengativa—. Llamarla zorra, puta, poca cosa y demás adjetivos que mi verdadera educación no me permite decir  

—Son mis hijas y yo sabré cómo las trato ese no es tu problema —regaña Mikael 

—Oh… hablaremos de tratos. —Me acerco hasta él quedando de espaldas a Alexia y susurro—. ¿Quieres hablar de tratos o quieres hablar de abusos? Por que yo tengo una gran lista, principalmente de abuso infantil en el ámbito verbal. ¿Crees que, por ser abogado, te las sabes todas Mikael? 




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