Lyra y la gran cacería

I

Altia, reino de aves, en una mañana cálida de brisa suave y sol acogedor, Daemuh, el sabio búho, se encontraba reunido en el templo de Vian, junto a una grulla oráculo y un cuervo mago, juntos presenciaban las visiones de la grulla. Esta presagiaba la llegada de una pequeña pero especial avecita, que se dibujaba sola como si de pinceladas se tratase, en una hoja recién cortada del gran arce que se posaba sobre el templo, admiraban con asombro que era una carraca lila única en su especie, la que se aproximaba. Los tres quedaron sorprendidos e intrigados por saber quién era esta ave y porqué la grulla la veía.

En la tarde del día siguiente, débil y confundida, el ave presagiada pisaba la entrada magistral del pueblo. Tenía sobre sí un arco lleno de lirios y azaleas. No sabía que detrás de sus puertas de sauce y roble en las que estaban talladas las figuras de un cisne y un fénix, aguardaba el maravilloso y mágico reino que le daría respuesta y también dudas.

Ella traía consigo bajo su plumaje colorido, un diminuto colgante dorado con forma de corazón y una «L» grabada. Dentro llevaba símbolos y escrituras desconocidas para su especie, incluso para ella misma. No recordaba por qué lo llevaba puesto, y desorientada, solo esperó a que los gansos guardianes de la ciudadela le abrieran las puertas.

Al entrar al reino, la perdida avecita, seguía sin saber a dónde ir, aunque vislumbraba el camino entre nidos, casitas y construcciones variadas que adornadas con flores estaban, todas de distintos colores entre secciones, pues así sabían los pobladores donde estaban y por dónde había que ir. Habían zonas con margaritas, algunas casas altas entre girasoles, otras con rosas y tulipanes, era una diversidad colorida que era preciso admirar. Paso a paso recobraba el sentido, y la vista se hacía más clara. Ya podía ubicarse en un mercado, donde vendían todo tipos de frutos; desde pequeñas bayas y moras, hasta grandes mangos y manzanas. En una de las tantas tiendecillas, accidentalmente tropezó con un arrendajo azul algo agraciado que, al contacto con nuestra despistada ave, reaccionó:

 -¡Eh! sé que soy guapo, pero no necesitas abalanzarte sobre mí -dijo el arrendajo con picardía y gracia.

-Lo lamento… -respondió la avecita de forma pausada y con agotamiento.

-Tranquila, estaba bromeando -agregó nuestro amigo azul- ¿estás bien? te veo un poco mareada...

-No sé cómo he llegado aquí, solo recuerdo estar volando…

-Pues necesitas descansar y seguramente comer algo también, que suerte que me encuentras, soy el mejor cocinero de Altia, incluso preparo los banquetes de los festivales y...

-No, no es necesario… - interrumpió con una ligera pena hacia el arrendajo.

-¡Ah! Nadie se niega a mis deliciosos platillos, además no suelo ofrecer gratis mi comida. Solo porque me has caído bien, te invitaré al desayuno.

La avecita alza la mirada y soltando una leve sonrisa responde:

-Está bien… pero si no está buena... ¡te arranco una pluma!

-¡Jaja! ¡Hecho! -dijo el arrendajo con alegría- Por cierto, mi nombre es Lerath, el cocinero real.

-Mucho gusto Lerath, soy... Lyra...

Con una intriga repentina, Lerath respondió:

-Lyra... mmm... ese nombre me suena… bueno, conozco a muchas aves y demás especies de este reino, principalmente cuando se realiza el banquete de primavera, pero esa historia es para después, vamos a mi hogar.

Con mejor humor y un poco repuesta, Lyra se dirige a casa de Lerath. Este no paraba de contar sus aventuras culinarias y los viajes que se daba para conseguir sus misteriosas pero muy sabrosas recetas. En el camino, se cruzaron con un cuervo que, sorprendido, abrió sus alas y emprendió vuelo inmediato. Lyra y Lerath solo se cubrieron del polvo alzado y siguieron su camino, haciendo caso omiso a lo sucedido.

Una vez llegados, Lerath le ofreció tomar asiento a nuestra avecita mientras que iba preparando lo ofrecido. Lyra observaba la casita del arrendajo con gran curiosidad, notaba libros de cocina, estantes llenos de distintos ingredientes como frutos, hojas y hierbas que seguramente usaría en cada una de sus recetas; sin embargo, lo que más llamó su atención, fue un cuadro que dentro llevaba un retrato dibujado de, quienes parecían ser, los padres de Lerath, un arrendajo azul y un petirrojo abrazados y sonrientes.

Ella esbozó una sonrisa y Lerath al verla, le contó quienes eran y también, qué pasó con ellos:

 

Hace muchos años, incluso antes que yo naciera, este reino no existía tal y como lo ves ahora, eran nidos y casas esparcidas en un bosque cercano a la llanura de Silam, que en sus faldas tenía un lago hermoso rodeado de muchas flores que a día de hoy solo fueron rescatadas unas cuantas y que ahora adornan nuestras calles y ramas. Hubo una invasión en aquellos tiempos, de unos seres que no conocemos pero que muchos llaman «los seres de la tierra», ellos no vuelan, pues no tienen alas, y solo van en los suelos; algunos dicen que tienen cuatro patas, otros dos. Muy pocos los han visto y pocos son los que sobrevivieron a ese ataque repentino, mas quienes estuvieron aquel día, prefieren guardar silencio de lo ocurrido o simplemente evaden el tema... fueron tiempos duros...

Mis padres, a unos meses tras mi nacimiento, decidieron llevarme a conocer la llanura. No recuerdo mucho, pero sé que era preciosa, lo podía sentir. En el camino de regreso a casa, comenzó la invasión, mi padre me dejó en las alas de mi madre y le gritó que huyéramos y diéramos aviso a todos, vi a mi padre batir sus alas y agarrar una rama afilada. En ese momento supe que no lo vería más...

En cuanto a mi madre, al llegar al pueblo ya era tarde. Estos seres ya habían capturado a muchos de nuestra y otras especies, gansos y patos del lago, canarios y gorriones; incluso pichones eran tomados y nadie sabía para qué, simplemente desaparecieron. Mi madre me dejó con uno de los mercaderes que vimos hoy, y salió en busca de mi padre, no soportaba la idea de perderlo, pero me prometió que volvería con él... tampoco la volví a ver. Los pocos sobrevivientes, se aliaron con otras especies, para construir el nuevo pueblo en las alturas de estos árboles y así nadie pueda alcanzarnos. Desde aquel día, he vivido con los vendedores del mercado pues me criaron como uno más, por ello mi amor por la cocina. Me enseñaron muchas cosas, sobre todo a tener fe, y es precisamente por eso que hacemos el banquete principal de primavera, es un llamado a todas las aves que están perdidas o no tienen hogar, para que se sumen a nuestra gran familia, y también... porque quiero pensar que mis padres podrían volver...



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En el texto hay: animales, cuento, amistad

Editado: 19.11.2021

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