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Capítulo 3 – El error fatal
Juro que fue un accidente.
Un maldito, miserable, incomprensible accidente.
¿Quién en su sano juicio pone el botón de “actualizar perfil” justo al lado del de “inscribirse en crucero para solteros desesperados”? ¿Quién diseña estas aplicaciones, un sádico con mucho tiempo libre?
Era domingo en la tarde y yo estaba tirada en mi cama, rodeada de bolsas de papas fritas vacías y con la autoestima colgando de un hilo. Llevaba horas deslizando en la app, mirando perfiles que iban desde “me gustan los perros y las caminatas largas” hasta “busco chica que cocine como mi mamá”.
Ya había jurado que no me volvería a meter ahí, pero después de la última cena en casa de Olivia —con su hermano lanzándome indirectas como si fueran cuchillos de circo—, me había picado el orgullo. Tenía que demostrar que no era un fracaso sentimental crónico.
Así que ahí estaba yo, deslizando, deslizando… hasta que vi el anuncio.
“Crucero de solteros: una experiencia única para encontrar el amor en alta mar.”
Me reí a carcajadas. ¡Claro, porque nada grita “relación estable” como quedar varada en medio del océano con un grupo de desconocidos que probablemente roncan fuerte!
Fui a cerrar la ventana y, en mi intento torpe de desecharla, presioné el botón equivocado.
Un bip feliz llenó la pantalla.
“¡Felicidades, Brooke! Te has inscrito al Crucero del Amor.”
—¿Qué? —me incorporé de golpe—. ¡No, no, no, cancela!
Toqué todo lo que se podía tocar. Atrás, eliminar, borrar cuenta, autodestruir en cinco segundos. Nada.
El maldito boleto ya estaba confirmado.
Me quedé mirando la pantalla, pálida como si hubiera visto un fantasma.
—Esto no puede estar pasando.
Obviamente, lo primero que hice fue llamar a Olivia.
—Brooooooooke —contestó con su tono cantadito—, ¿qué hiciste esta vez?
—No me juzgues todavía.
—Con ese tono ya sé que es algo bueno. Suéltalo.
Respiré hondo.
—Me inscribí en un crucero de solteros.
Silencio.
Y luego, carcajadas. Estridentes, malvadas, casi crueles.
—¡Ay, no puedo contigo! —gritó entre risas—. ¿Cómo diablos lograste eso?
—Fue un error, Olivia. Un maldito error digital.
—Un error muy conveniente —canturreó ella—. El universo claramente quiere que dejes de coleccionar fracasos amorosos en cafés y restaurantes baratos.
—Ni de broma voy a ese crucero.
—Ni de broma te vas a perder esta oportunidad —me corrigió.
—No pienso subirme a un barco lleno de solteros desesperados. Suena como la antesala de un reality show barato.
—Exacto, ¡y tú serías la estrella!
Me tiré en la cama, tapándome la cara con la almohada.
—¿Por qué soy tu amiga?
—Porque me necesitas —respondió, sin un ápice de modestia—. Escucha, Brooke: ¿qué es lo peor que puede pasar?
—Que me toque compartir camarote con un asesino serial.
—Ay, por favor. Lo peor que puede pasar es que no encuentres a nadie y te la pases tomando cócteles gratis en cubierta.
—¿Y lo mejor?
—Lo mejor es que encuentres a alguien decente.
—Ajá, porque el príncipe azul claramente está escondido en un crucero para solteros —bufé.
—Brooke, ya lo pagaste. Si no vas, es dinero tirado a la basura.
Me quedé en silencio. Maldición, tenía razón.
—Está bien —dije al fin—. Voy.
—¡Sí! —gritó Olivia—. ¡Sabía que ibas a decir que sí!
—Con una condición.
—Uy, ya empezamos.
—Vienes conmigo.
Se hizo un silencio largo al otro lado de la línea.
—¿Qué?
—Que vengas conmigo. De organizadora, de animadora, de polizón, lo que sea. Pero no pienso ir sola.
—Brooke, es un crucero para solteros. Yo estaría de… ¿niñera?
—Exacto. Mi niñera personal.
—No puedo…
—Olivia, si no vienes, no voy. Y si no voy, tú vas a ser responsable de que yo pierda dinero.
—¡Chantajista!
—Amiga.
Media hora más tarde, Olivia llegó a mi casa con una botella de vino y esa sonrisa de “ya me convenciste, pero no lo voy a admitir todavía”.
—Bien, vamos a negociar —dijo, sirviendo dos copas como si estuviéramos en una junta de ejecutivas.
—Te escucho.
—Yo voy al crucero… pero solo si puedo entrar como parte del staff.
—¿Staff?
—Sí. ¡Haz memoria! Una de mis amigas trabaja en la agencia de viajes que organiza esto. Puedo pedirle un favorcito, entrar como asistente de actividades o algo así.
—¿Y eso qué significa?
—Que oficialmente yo no estaría buscando pareja. Solo supervisando que tú no te tires por la borda del estrés.
—Trato hecho.
Chocamos las copas.
Esa noche, mientras Olivia hacía planes mentales sobre juegos de solteros y actividades grupales, yo me quedé mirando el correo de confirmación del crucero.
Lo leí una y otra vez, esperando encontrar una cláusula escondida que me dejara escapar. Nada.
Todo estaba firmado, pagado y sellado.
Crucero de una semana.
Salida en dos semanas exactas.
Destinos exóticos.
Cenas temáticas.
Actividades para “fomentar el amor y la conexión verdadera”.
Bufé. La única conexión verdadera que iba a tener sería con la comida del buffet.
Aun así, una parte de mí —la parte que no quería admitirlo en voz alta— sintió un cosquilleo de emoción.
Tal vez, solo tal vez, esa locura me sacara de la rutina de citas mediocres y sarcasmos venenosos de Oliver...
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