2 de junio de 2014
Eran casi las siete de mañana cuando desperté confundida y asustada. No recordaba haber soñado nada pero sentía una desolación inmensa junto con la necesidad de buscar a mi padre, como si mientras dormía un terremoto hubiera asolado todo cuanto conocía. No estaba en su cuarto y bajé en zancadas para encontrarlo en la cocina. Y allí estaba, sano y a salvo. Tranquilo, descansado, hermoso y entero. Por fin respiré en la puerta de la cocina. No me había dado cuenta de que había contenido el aliento todo aquel tiempo.
—Buenos días, papá.
—Buenos días, hija. ¿Estás bien?
Me miró sorprendido, supongo que no había podido ocultar la preocupación con la que había despertado. Yo asentí con la cabeza y él me besó en la frente, como cada día. Era y es muy guapo. Mi padre no se merecía estar solo. Sé que amó a mi madre como a nadie pero llevaba tanto tiempo cuidando de mí que se merecía a alguien más en su vida. Gracias a él, Angélica estaba viva entre nosotros. Siempre en nuestras conversaciones, en su dormitorio, en sus pinturas en el salón, en las fotos de su despacho, en sus comidas favoritas los días de celebración, en las salidas en barco el día de su cumpleaños . Ella siempre viva y sin embargo, Papá Capitán siempre solo. Fue amar a mi madre lo que le jodió la vida, preferiría no pensar que mi llegada al mundo la terminó de fastidiar. En la manada que yo conocía la familia era secundaria, siempre después de los intereses del grupo. En la manada en la que mi abuelo, mi madre y mi padre creyeron, las familias unidas formaban la manada. Estaban equivocados, o simplemente fuera de su tiempo.
Me senté en la mesa y cogí una enorme porción de bizcocho de chocolate y nueces que había traído Ratza hacía un par de días. Estaba delicioso. Papá había escogido el mismo desayuno que yo.
—Ratza me ha llamado.
—¿Sí? ¿Y qué quería?
¿A las siete y media de la mañana?
—Saber si te habías levantado ya y como te encontrabas. ¿Por qué no me habías contado lo que había ocurrido?
—No ha ocurrido nada, papá. Solo un accidente.
—Si Cánavar se entera, Ratza y tú pagaréis las consecuencias. Cuando llegue a sus oídos que has vuelto a trabajar se va a poner como una fiera.
—Seguro —respondo. Para ella la vida fuera de la manada era incompatible con mis deberes como loba sierva. Realmente debería preocuparme por sus castigos. O más bien por lo que pudiera hacer a Ratza. Había sido una irresponsabilidad volverme a casa aquella noche. Aunque estaba tan cansada...
—¿Cómo te encuentras?
—He estado mejor. —Al jefe no le podía mentir.
—¿Vas a la Universidad?
—No, voy a ir al bosque un rato.
Asintió tranquilo. Yo necesitaba una charla de chicas.
—Te veo para la comida entonces.
—Claro. —Me levanté de la mesa y le di un besito en la mejilla que le hizo sonreír, se iluminó. —¿Qué tal Fénix?
—Anoche la dejé por imposible, creo que voy a tener que comprar unas piezas nuevas para el motor. Espero que esté listo en un par de semanas. Tengo mono de mar.
—Por descontado.
Era fácil hacer que Papá Capitán se olvidara de todo, solo había que mencionar su barco y el resto del mundo desaparecía. Eso era "La Biblio de Sofía" para mí. Mi botón de Off para lo paranormal, y el On para el orden y la normalidad. Con mi deliciosa taza de café en la mano subí a prepararme para salir.
Enganché el Ipod en la cintura del pantalón, abrí la caja de madera labrada de mi madre donde guardaba el tapiz y la volví a cerrar. Metí la carta en mi mochila junto a la cámara de fotos y una botella de agua. Volví a besar a mi padre justo antes de salir y comencé mis estiramientos en la puerta de casa, haciendo con calma el camino hasta la vereda entre los pinos, como siempre. Aún me molestaba un poco el hombro, lo suficiente para recordarme el incidente de la tarde anterior. Me fui a la cama en busca de un sueño abrasador pero no había ocurrido nada, solo mi mente dando vueltas y vueltas a un olor tenebroso, envuelto en enigmas. Un rostro del que manaba determinación y seguridad. Pese a que me lo rogué a mí misma por horas fue imposible parar, me desperté con la misma sensación de necesidad. Una curiosidad enfermiza e inexplicable. Y es que todo me olía a él. ¿Así era la atracción sexual para las lobas? Nunca me habían contado nada así, siempre hablaban del celo y la necesidad durante esas horas; la describen como demencial, inhumana y salvaje, dolorosa.
Y entre pinos y maleza aceleré el paso, queriendo profundizar en el bosque hasta que el olor de la montaña camuflara mi obsesión. Buscaba la paz entre los pinos. Nada más lejos de la realidad. El olor se intensificaba allí dentro, hasta el punto de sentir un hormigueo entre los dedos. Había estado allí, definitivamente, se había dirigido hacia el sur bordeando las casas a una distancia muy prudencial. Decidí seguir el rastro pero lo que encontré me sorprendió aún más. Normalmente, cuando un humano caminaba por el bosque, los animales se asustan y corren a esconderse dando alarmas entre ellos para que todos se pongan a salvo: los conejos pateaban el suelo, las ardillas emitían un chiflido sutil, las aves escapaban dejando desnudos los árboles a su paso. Ninguna de esas alarmas pasaría desapercibida para alguien como yo. Pero, sin embargo, aquel día la naturaleza estaba de acuerdo con aquella visita, la acogían como a un animal más. O eso, o me estaba volviendo completamente loca.
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Editado: 11.11.2018